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sábado, 4 de diciembre de 2021

Almudena Grandes, la escritura como militancia de resistencia

 La escritora española Almudena Grandes, murió en Madrid el pasado sábado 27 de noviembre, víctima de cáncer; enfermedad que ella misma hizo pública meses atrás. 

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Es tan escueta y verdadera la noticia que uno la cree sin protestar. Sin embargo, su verosimilitud hace que se dude de ese hecho tan natural como la vida que es la muerte, su propia muerte, que resulta imposible hablar de Almudena en tiempo pasado. 

 

Su presencia y su voz en los muchos reportajes colgados en Internet descreen o ponen en duda esa cosa viscosa e indescriptible que llamamos realidad. 

 

Ella está viva en sus libros a los que regresamos cada vez que intentamos identificarnos con su particular manera de narrar para expresar nuestros propios relatos; porque convengamos, un escritor es la suma de muchas horas de lectura de muchos escritores.

 

Almudena con sus novelas nos puso en evidencia las mismas incredulidades que los descendientes de españoles sospechamos desde siempre una vez visitada la Península, la fragilidad de ese primer mundo al que está adherida con saliva y desde luego, a esa Comunidad Europea que la relega a la periferia pobre – como Portugal o Grecia o los países del Este recientemente incorporados – para ser zona de turismo de los adinerados obreros alemanes. Esa España cuyos hijos quieren mudarse a Londres para disfrutar del estándar de vida inglés; españoles que reniegan de su pasado y tradiciones, tanto como detestan a los migrantes africanos o asiáticos que desembarcan en las costas y revitalizarían su menguada población.

 

Con rémora del imperio en que jamás se ponía el sol, España aún mantiene Ceuta y Melilla como enclaves hispánicos en África y esconde bajo la alfombra la trayectoria vergonzante de un rey emérito, imposible de justificar por sus andanzas. No en vano, Almudena Grandes se ilusionaba con eliminar la monarquía y fundar la Tercera República.

 

Almudena hablaba de España como un país anómalo, contradictorio, incomprensible. Pero que a la vez, sentía que estaba parada sobre una pepita de oro, por todo lo sucedido allí y que alimentó desde un primer momento su narrativa histórica. Sus novelas tenían como protagonistas a mujeres rojas. Mujeres extraordinarias, perseguidas, campesinas viudas a las que se les prohibía andar por la calle solas, vender huevos o utilizar esparto de los campos para trenzar las suelas de sus alpargatas; invisibilizadas durante casi cuatro décadas y rescatadas en sus libros, libros que son un homenaje a esas luchadoras anónimas por la democracia lograda, jamás reconocidas por su abnegación, solidaridad y altruismo a toda prueba. 

 

Toda esa sociedad sepultada por la transición monárquica que, como ella menciona en los muchos reportajes, “saltó graciosamente a la democracia como colgada de un paraguas como en la película de Mary Popins”, estuvo al vilo con el Tejerazo del 23F y sucumbió al inevitable destape de los ochenta.

 

Almudena tuvo un abuelo visionario que supo ver en ella su madera de escritora precoz y le regaló La Odisea para la comunión. Manolo Grandes la escuchaba de niña y respetaba sus opiniones, cuestión que ella creía normal, cuando en otras familias eso no sucedía. Luego, en su biblioteca del campo de Becerril de la Sierra, donde iban de vacaciones, leyó Los episodios nacionales de don Benito Pérez Galdós, su maestro en las letras, del que tomó su estilo e inspiró la serie Episodios de una guerra interminable para narrar etapas y hechos puntuales del horror del franquismo.

 

Su abuela Paca terminó por complicarle la vida cuando le contó que había visto bailar desnuda a Joséphine Baker en un teatro de Madrid; no era posible que su abuela fuera más moderna que su madre y ella, estudiante de secundaria. Algo andaba mal, muy mal en su país y había que averiguarlo.

 

Contrariamente, siempre discutía con su madre, sin embargo, le hizo caso y estudió Historia contemporánea en la Facultad, cuyo conocimiento metodológico y rigor investigativo, le sirvieron de sobremanera para escribir sus novelas. Reconoce apesadumbrada que no pudo reconciliarse a tiempo, su madre falleció cuando ella tenía 22 años.

 

La primera novela publicada fue Las edades de Lulú en 1989, con la que ganó el XI Premio La sonrisa vertical, traducida a 20 idiomas y llevada al cine por Bigas Luna. Luego seguirán: Te llamaré Viernes en 1991; Malena es nombre de tango, 1995, adaptada al cine por Gerardo Herrero; Atlas de geografía humana, 1998; Los aires difíciles, 2002 y, Castillos de cartón en 2004.  

 

No sé cómo llegó a mis manos El corazón helado (2007), cuando intentaba conocer los motivos de las migraciones familiares; los personajes descriptos eran tan humildes como entrañables, como también los estatus actuales ponían en evidencia las expropiaciones llevadas a cabo por los ganadores de la guerra; una injusticia bendecida por la cúpula eclesiástica del nacionalcatolicismo al que el tirano delegó la hegemonía cultural. 

 

Esa atmósfera enrarecida dentro de cada familia, hacía entender porque muchos españoles exiliados no quisieran regresar a sus pueblos de origen.

 

Luego vino Inés y la alegría en 2010, el primero de los Episodios de una guerra interminable, donde cuenta la historia de la invasión del valle de Arán por los refugiados españoles en Francia; una operación desconocida para la inmensa mayoría de los españoles, hecho que tuvo lugar efectivamente entre el 19 y el 27 de octubre de 1944.  

 

En 2012, publica El lector de Julio Verne, en el que narra la historia de Nino, hijo de un guardia civil de nueve años, que vive en la casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur de Jaén, y nunca podrá olvidar el verano de 1947 en que descubre que los enemigos de su padre jamás serán los suyos.

 

Dos años más tarde y, con motivo de la presentación en la Feria del Libro de Buenos Aires de su tercer libro de la serie, Las tres bodas de Manolita, viajé a la capital y logré ver y saludar a Almudena en una sala llena con cientos de personas que admiraban sus libros. Allí estaba conversando animadamente con el periodista Ernesto Tenembaum con motivo del nuevo lanzamiento. Casualmente o no, a unos pasos, en otra sala, el escritor cubano Leonardo Padura, presentaba una de sus obras más importantes, El hombre que amaba a los perros. 

 

En Las tres bodas de Manolita, desarrolla la historia del cura de Porlier, el Patronato de Redención de penas y el nacimiento de la resistencia clandestina contra el franquismo, Madrid, 1940 – 1950.

 

Luego vendrán Los pacientes del doctor García, en 2017, donde cuenta el fin de la esperanza y la red de evasión de criminales de guerra y jerarcas nazis, dirigida por Clara Stauffer, Madrid – Buenos Aires, 1945 – 1955; La madre de Frankenstein, en 2020, Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Caballeira en el apogeo de la España nacional católica, Manicomio de Cienpozuelos, Madrid, 1955 – 1956. 

 

No obstante, la tarea que le exigen los Episodios, en 2015 publica Los besos en el pan, un relato sutil y conmovedor de una familia que vuelve de vacaciones decidida a que su rutina no cambie, que junto con otros personajes del barrio deciden que deben reinventarse ante la crisis económica que los acosa, volviendo a besar el pan, como les enseñaron sus abuelos en miserables épocas pasadas.

 

Para este año, 2021, se espera la publicación de la VI novela, “Mariano en el Bidasoa; los topos de larga duración, la migración económica anterior y los 25 años de paz”. Será una edición póstuma, claro homenaje a su dedicación y trabajo a pesar de la enfermedad que soportaba.   

 

Almudena, en las últimas páginas de sus libros se dedicaba a agradecer a los amigos y colaboradores que habían hecho posible esa historia, a las confesiones de hechos íntimos como al recorrido por lugares imprescindibles para ubicar los sucesos narrados; también a los giros idiomáticos propios de cada lugar por donde la guiaba la mano de las muchas amistades cultivadas a lo largo de su carrera y viajes. 

 

En esas páginas dejaba claro el rigor de las investigaciones para tratar de ser lo más fiel a la verdad de lo ocurrido. Sabía que las microhistorias de las personas conformaban la Historia con mayúscula, como también, cuando era necesario, hacía un paréntesis para narrar los sucesos de la manera más fiel, tal y como fueron, de la mano de los especialistas.

 

A su entierro, ocurrido en el cementerio civil de Madrid, el pasado lunes, además de su marido, el poeta Luis García Montero que la despidió con sentidas palabras junto a sus hijos, asistió una multitud de admiradores, entre los que estaban, el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, autoridades locales y sus entrañables amigos, Joaquín Sabina y su mujer, Ana Belén y Víctor Manuel, entre otros. 

 

No hay amor sin admiración, rezaba un cartel con su fotografía, como también se podía observar flamear a una bandera republicana, sostenida por esperanzados ciudadanos que fueron inspirados por la prolífica escritora madrileña.

 

Con todo, probablemente no creo que Almudena haya muerto, mientras miro sus libros apilados en la mesa de trabajo, los que seguiré leyendo cada vez que necesite de sus esperanzadoras palabras.

 

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