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sábado, 8 de enero de 2022

Entre lo sagrado y los negocios

 Es innegable que todas las religiones, como instituciones, tienen aspectos reprochables. Pero, es necesario diferenciar la dimensión metafísica de lo institucional.

Nuria Rodríguez Vargas / Para Con Nuestra América


Durante las pasadas vacaciones de Navidad y Año Nuevo en la casa de mis padres, abrí la voluminosa Biblia. Durante mi infancia repasaba con fascinación las imágenes que contenía. Había pintura, escultura y fotografías de templos de las distintas vertientes cristianas: católicos, luteranos, ortodoxos y anglicanos, todos de maravillosa arquitectura. Me daba miedo la pintura La masacre de los inocentes (1868) de Carl Bloch. Mostraba a un hombre con un cuchillo desenvainado; a sus pies, unos ojos desorbitados, transmitían un intenso terror al mirar a su hijo inerte. Por el contrario, a mis ojos infantiles les resultaba cotidiano, Madonna Litta (1490) de Leonardo Da Vinci, que retrataba con naturalidad al Niño Jesús siendo amamantado, agarrado al seno desnudo de su Madre. 

 

Lo sagrado y lo profano son dos dimensiones que han coexistido a lo largo de la historia. Desde el origen, los seres humanos hicieron representaciones de lo divino. De tal manera que, sacralizaron espacios de la naturaleza mediante la edificación de construcciones. En las que realizaron ceremonias y ofrecieron rituales a las divinidades. Todo en la búsqueda de la trascendencia. Pues, tenemos un orden espiritual, además del biológico y del sociocultural. No somos solo células ni solo construcciones sociales. 

 

Mircea Eliade, historiador de las religiones, planteó que en la sociedad moderna ha habido una desacralización de lo religioso (entendido religioso no como lo institucional), sino en el sentido metafísico, mistérico. Es decir, hay una negación de la experiencia religiosa de lo sagrado, de lo mítico. Lo espiritual es inherente a la condición humana y está intrínsecamente ligado al arte desde el inicio de los tiempos. Por tanto, en los rituales, además de los sahumerios y los alimentos, la música, las imágenes y la danza han sido importantes activadores de los sentidos en el camino de la elevación del espíritu y la vivencia de la experiencia mística. Negar la dimensión espiritual es negar una gran parte de la existencia.

 

Sobre las prácticas religiosas, en 1980, Gabriel García Márquez reflexionaba sobre la Navidad en América Latina. Lamentaba la pérdida del sentido de la fecha, “ya nadie se acuerda de Dios en Navidad”. Lo atribuía al consumismo de proporciones mundiales. El escritor no era un practicante, pero su producción literaria está plagada de intertextos bíblicos y religiosos, católicos, yorubas, híbridos. En ocasiones, estos pueden interpretarse como fuertes críticas a la corrupción de las jerarquías de la Iglesia Católica. En otras, también se percibe el respecto y el asombro por los imaginarios religiosos del arte y de la cultura popular.

 

Es innegable que todas las religiones, como instituciones, tienen aspectos reprochables. Pero, es necesario diferenciar la dimensión metafísica de lo institucional. Siguiendo a Eliade, cuando se profana el espacio sagrado y el tiempo del ritual, se marca una distancia de la íntima y personal experiencia espiritual, de la búsqueda de la trascendencia; entonces las que se llaman religiones, dejan de ser cosmovisiones para convertirse en ideologías. Cuando estas ideologías se acercan a los poderes de los Estados y devienen en partidos, se entra en otros terrenos. 

 

En América Latina, en las últimas décadas, el terreno de la política ha estado marcado por el ascenso de diferentes grupos religiosos. Su instalación en posiciones de gobierno ha permitido el impulso de sus propias agendas. “La estructura de las congregaciones muchas veces emula un modelo empresarial, acuerpado por una industria literaria de la autoayuda con un fuerte marketing, que les permite identificar y suplir las principales necesidades psicológicas, emocionales y espirituales de los individuos”.[i] Se cambia el espacio íntimo del templo, de perfecta acústica, por la mega iglesia, amante de los decibeles, de las pantallas, del Streaming.

 

Con respecto a esta realidad, la serie de ficción El Reino (2021) de la argentina Claudia Piñeiro, retrata con justicia el trabajo social de las iglesias en los barrios populares. La fe genuina de los asistentes. La dimensión mística y espiritual. Al mismo tiempo, hace una crítica al negocio de la religión dentro del sector privado, la corrupción, las alianzas con partidos políticos variopintos. La serie provocó reacciones opuestas. Los detractores pertenecientes a élites de las iglesias censuraron la falta de “pureza” creativa. No asombra, pues ha sido típico que las instituciones religiosas coarten la libertad creadora. Pero, llama la atención que a esta también se sumaron intelectuales provenientes de algunos sectores de la academia.

 

Por muchos siglos las iglesias han ejercido la censura del arte y juzgado las acciones de los individuos en su cotidianidad. Aunque en este momento es compartida, también viene de espacios que se supondrían laicos; así, se entra a otros terrenos de lo profano. En esta época, marcada por la desacralización, es decir, la negación de lo espiritual destaca la censura del arte, la excomunión de artistas y la exigencia de una moralización exacerbada en las relaciones humanas. Diversos grupos autodenominados de pensamiento “crítico” enarbolan banderas de lo laico, al mismo tiempo que, izan las banderas de la censura y la moralidad, ¿tiene esto sentido? 

 

Lo laico implica libertad de expresión, de pensamiento y de culto. No obliga a creer en algo, pero tampoco obliga a no creer en algo. Un Estado laico debe proteger la diversidad y libertad de cultos, y exige la no discriminación por razones de práctica religiosa. No es contrario a la religión. Sin embargo, todavía predomina la desinformación y el desconocimiento basado en falacias e insultos de los diferentes grupos. Esto ha creado mucha confusión con respecto a los alcances de un Estado laico.

 

Parece que, existe una maquinaria global en dos vertientes, ambas se enfocan en la moralidad. Una es la globalización religiosa, que basa su fe en el pensamiento positivo, para alcanzar el progreso material. Es una corriente que no es anti sistémica y más bien, legitima las ideas de ciertos sistemas económicos. La otra, es la nueva sensibilidad que se posiciona desde una superioridad moral de carácter tribal que, se expresa en la división Nosotros (impolutos) versus Ellos (pecadores). Al amparo de una retórica “anti sistémica” que, en el fondo del discurso, defiende la homogenización cultural.[ii] Diría el filósofo Byung-Chul Han, “el infierno de lo igual”, o “los reveses del multiculturalismo para regresar al monoculturalismo”, según la escritora, Caroline Fourest.

 

En esta época, en América Latina, el gran posicionamiento de instituciones religiosas en las estructuras de los Estados es llamativo, valga decir que, pasa en estados confesionales, como Costa Rica y en estados laicos como Brasil. Es claro que, a nuestros políticos no les interesa una división seria entre Estado y religión en la vida pública, característico de las democracias más sólidas. Tal vez sus negocios son más importantes, entonces, las alianzas “estratégicas”. En pleno siglo XXI, la moral religiosa sigue siendo la argumentación en temas relacionados con los derechos civiles. 

 

En general, nunca se había hablado tanto de inclusión, empatía y amor hacia las diferencias de género, raza, clase y culto, al tiempo que, el tribalismo se extiende aceleradamente. En la cotidianidad, en las calles o redes sociales, las tribus atacan con encono la espiritualidad, los símbolos y los espacios sagrados de los Otros, de sus iguales. Siempre guiados por líderes o influencers de diversos espacios que atizan estas guerras “santas”. No hay disposición al diálogo por parte de ningún sector. El prejuicio se impone. Las discusiones son absolutamente emocionales. El escenario ideal para los poderes y sus negocios. Mientras tanto, la religión sigue siendo la gran herramienta política de esta época. Business are Business.

 


Bibliografía


Fourest, Carolina. Generación ofendida. De la policía de la cultura a la policía del pensamiento. Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2021.

García Márquez, Gabriel. “Estas Navidades siniestras” (1980). Notas de prensa. Obras periodísticas 1961-1984).Barcelona: Editorial Mondanari, 1999. 

Han, Byung-Chul. La desaparición de los rituales. Barcelona: Editorial Herder, 2020.

Malo, Pablo. Los peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI.Barcelona: Ediciones Deusto, 2021.

Quesada Chaves, Marco. “Las huellas ocultas: La Teología de la Prosperidad en América Latina a la luz de sus orígenes ideológicos en el movimiento del Nuevo Pensamiento”. Repertorio Americano, Enero-Diciembre, 2019: 269-283.



[i]  Marco Quesada Chaves. “Las huellas ocultas: La Teología de la Prosperidad en América Latina a la luz de sus orígenes ideológicos en el movimiento del Nuevo Pensamiento”. Repertorio Americano, Enero-Diciembre, 2019: 275

[ii] Ver el capítulo 4 “La división Ellos/Nosotros y el tribalismo moral”, pp.145-202.

 

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