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sábado, 15 de enero de 2022

Las campañas electorales en América Latina y las muletillas de la derecha

 En las campañas electorales del siglo XXI en América Latina se presentan constantes que casi no cambian su formato de país en país, que parecen diseñadas por una entidad supranacional que, solamente porque vivimos tan de espaldas unos de otros, la mayoría de la gente no se da cuenta que constituyen muletillas para tratar de desprestigiar ad portas opciones progresistas o de izquierda.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica


Las más recurrentes tienen que ver con la posición que los candidatos o candidatas asumen frente a los procesos que se llevan adelante en Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Cuba, que han sido erigidos en parias que deben ser no solo marginados sino, dentro de lo posible, vapuleados, denostados y, ojalá, lapidados a ojos de todos para que su castigo sirva de escarmiento a quienes se les ha cruzado por la cabeza ya no digamos seguir sus pasos, sino tan solo no inmiscuirse en sus asuntos internos tal como manda el derecho internacional.

 

Claro que no se trata de un hecho que surge solamente en las campañas electorales. Antes de llegar a preguntas como “¿qué piensa usted de las pasadas elecciones llevadas a cabo en Nicaragua”, o “¿Piensa que en Cuba hay democracia?” ha habido una campaña sistemática, casi unánime en los medios de comunicación, de “información” sobre esos países.

 

Si se escarba un poco en esas campañas es fácil detectar las fuentes que sirven de base a la información que se repite, casi sin cambios, en toda América Latina. Esto no sucede solo con los casos de estos países sino, en general, con la que se distribuye como noticias y análisis internacionales. Se trata de agencias como EFE, Reuters y AP, que han sido caracterizadas como las agencias de noticias cartelizadas, que se encuentran perfectamente alineadas con posiciones ideológicas de derecha.

 

Claro que tales agencias tienen sus cajas de resonancia en cada país a través de los negocios privados de la prensa, que aparecen bajo la careta de la prensa libre, apolítica y objetiva, que generalmente reina sobre la opinión pública perfilándola y orientándola en la dirección que conviene a los intereses corporativos de los dueños de dichos medios.

 

Así que cuando llegan las campañas electorales se tiene un público totalmente alineado con lo que, casi diariamente, se le repite por periódicos, televisión y radio, y no es de extrañar que no haya necesidad de argumentar mucho para justificar que esos temas se transformen en delimitadores de lo que es bueno o malo. Calificar de chavista a alguien es sinónimo de comunista, y ya se sabe lo que tal palabra trae a la conciencia de la gente. A Ortega debe asociársele con la traición, el oportunismo y, de alguna forma, con no tener bien amarrados los pantalones de varón bien macho, puesto que quien realmente llevaría la batuta en ese gobierno sería su mujer, la cual, por demás, sería vieja, fea, estrafalaria y estridente.

 

Son solo ejemplos tomados al azar de elementos de lo que Noam Chomsky ha llamado la construcción del consenso. Ante ese consenso deben rendir cuentas los y las candidatas que se lanzan al ruedo de las elecciones, y para no ser asociados con tales monstruos hacen malabarismos. No se vale tratar de mantener alguna posición levemente disidente de lo que ese consenso ordena, nada de lo que separe de él es aceptable, ni los más pequeños matices.


Así que todo aquel candidato o candidata que parta de posiciones progresistas o de izquierda, cualquier persona que piense que puede competir en el ruedo de las elecciones en cualquier país de América Latina, y aspire a no ser estigmatizado y hecho de lado como leproso impresentable, debe pensar con cautela qué va a responder cuando le pregunten su opinión sobre Nicaragua, Cuba o Venezuela, porque ese es el salvoconducto, la contraseña, la clave necesaria para ser aceptado en el ruedo del libre juego de la democracia, a la cual, por cierto, este articulista, si estuviera interesado en ser candidato a algo alguna vez, no debería catalogar, como piensa, de burguesa, sino debería darse cuenta que se trata, simplemente, de “la” democracia, y que quien quiera participar en ella debe saber de antemano cuáles son los límites que no hay que transgredir para ser aceptado.

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