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sábado, 12 de marzo de 2022

Guerras de América Latina

 El largo proceso de las guerras de independencia de las distintas regiones que conformarán lo que hoy llamamos América Latina, nació de revoluciones locales y juntas patrióticas hasta derivar en decisivas batallas “internacionalistas” como fueron Boyacá, Pichincha, Junín y Ayacucho, que consiguieron la definitiva emancipación.

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com 


Durante el siglo XIX, el Caribe continuó, como sostuvo Juan Bosch, como área de “frontera imperial” (https://bit.ly/3KiKoSI) entre potencias coloniales que mantuvieron su presencia. En cambio, en la América Latina continental, las frecuentes guerras civiles, de significación local o regional, tuvieron origen en disputas por el poder entre conservadores, liberales, centralistas, federalistas, caudillos y militares. Las nuevas guerras, que cabe entender como “internacionales”, respondieron a los procesos de consolidación de los Estados nacionales. 


Hubo diversas incursiones europeas, a pesar del monroísmo (1823) proclamado desde los EEUU, cuyo poder empezó a despegar sobre Centroamérica. Con la “guerra de Texas” (1835-1836) y luego la guerra mayor de 1846-1848, México perdió la mitad de su territorio, que pasó a los EEUU.  Chile venció a la Confederación Peruano-Boliviana en la guerra de 1836-1839 y nuevamente en la “guerra del Pacífico” (1879-1884), que dejó a Bolivia sin salida al mar. La Triple Alianza (Argentina, Brasil, Uruguay) derrotó al Paraguay (1864-1870). Con la guerra intervencionista (1862-1867), Francia impuso el imperio de Maximiliano en México (1864-1867). Además, persistió, por las armas, como también lo hizo Gran Bretaña, en garantizar la “libertad” del Río de la Plata. También se intentó la incursión de esas potencias europeas sobre Venezuela para el cobro de la deuda externa.


Pero es durante el siglo XX cuando América Latina realmente se introduce en la trama de las geoestrategias mundiales, porque se inicia la expansión de los EEUU y la pugna por la hegemonía internacional con las tradicionales potencias europeas, en una era de consolidación del imperialismo capitalista. Si bien en el siglo XIX, los EEUU realizaron intervenciones en Centroamérica para respaldar empresas y negocios, se inmiscuyeron en la independencia de Cuba, a la que impusieron la Enmienda Platt e incorporaron como Estado Libre Asociado a Puerto Rico, en el siglo XX, sobre la base de la utilización continental del “americanismo” derivado de la Doctrina Monroe, aseguraron su presencia y luego de la I Guerra Mundial (1914-1918), tuvieron el camino libre para su hegemonía, ante una Europa devastada y debilitada, que se reforzó, a un nivel superior, después de la II Guerra Mundial (1939-1945).


Cuando estalló la I Guerra, la mayoría de países latinoamericanos conservaba estructuras precapitalistas y dominios oligárquicos, asentados sobre economías primario exportadoras. El “capitalismo” despegaba en Argentina, Brasil y México. Pero la dependencia general era con Europa, de manera que la guerra cerró este mercado, afectando precios y volúmenes de productos tradicionales (café, estaño, salitre, cobre, azúcar o cacao), que eran componentes centrales en diversos países, pues representaron, al menos, las dos terceras partes de sus exportaciones. La crisis norteamericana de 1929 se unió a las herencias críticas, aunque favoreció cierto giro nacionalista en la región (los “populismos” clásicos en Argentina, Brasil y México) para intentar la industrialización por sustitución de importaciones. Ecuador, como tantos otros, vivió en un letargo económico durante tres décadas, de modo que su “cuadro del subdesarrollo” a inicios de 1960 daba cuenta de su atraso, pobreza y miseria. La II Guerra desajustó el mercado norteamericano, al que toda la región había girado. Y si bien la I Guerra lució bastante lejana, la II Guerra forzó la alineación de América Latina con los Aliados. En todos los países eso significó “perseguir” los intereses alemanes, italianos y japoneses, con “listas negras”, confiscación de bienes o expulsión de empresas y capitales.


La “guerra fría” desde la década de 1950 ha sido uno de los fenómenos mundiales de mayor impacto (e irracionalidad) en la época contemporánea. En América Latina aparecieron formas de intervención históricamente inéditas como la desestabilización o derrocamiento de gobiernos tenidos como “comunistas”, bajo las directas geoestrategias continentales de los EEUU y las acciones de la CIA; la preparación e ideologización de las fuerzas armadas en el anticomunismo, cuyas terribles consecuencias vivirá el Cono Sur latinoamericano a partir de las décadas de 1960 y sobre todo 1970; la imposibilidad de tomar políticas independientes para ampliar relaciones económicas con el bloque socialista; o la sujeción a la diplomacia monroísta de la OEA que bloqueó a Cuba. La guerra de mayor impacto internacional fue la de Malvinas (1982), en la cual Argentina debió enfrentar a Gran Bretaña, que contó con el apoyo directo de EEUU, varios países europeos y también de las dictaduras militares del momento en Brasil, Chile y Uruguay.


El derrumbe del socialismo incorporó la región a la globalización transnacional bajo hegemonía unipolar de los EEUU, que solo en las tres últimas décadas se ha roto con el multilateralismo relativo que ha representado, principalmente, el ascenso de Rusia y China. América Latina ha tenido la oportunidad para diversificar sus relaciones económicas e internacionales, que han resultado beneficiosas para romper la tradicional dependencia externa frente a los EEUU.


El conflicto Rusia-Ucrania-OTAN de la actualidad ha pasado a tener características similares a lo que fuera la guerra fría; pero se trata de un despliegue de geoestrategias nuevas entre grandes potencias, en las que América Latina no tiene injerencia (
https://bit.ly/3Mmpwfl). Está en juego el equilibrio de poderes mundiales y una reconfiguración de la economía internacional, en lo que tampoco podemos incidir. Contamos con estudios serios que permiten comprender las razones del conflicto; pero lo cierto es que el pueblo de Ucrania sufre el peso de una guerra distinta a todas las anteriores, porque sus dimensiones superan el frente militar y en su suelo podría definirse el riesgo de una guerra nuclear. Es una situación de enorme complejidad por la existencia de diversas identidades de origen y lenguas en el este, el centro y el oeste del país, en medio del nacionalismo de la población ucraniana, que explica su disposición a defender la patria, sus bienes y sus vidas, aprendiendo a resistir y combatir en el camino. Es una guerra -como todas- brutal, dolorosa, desesperante. Y América Latina debiera hacer todo lo posible por lograr la paz y pronunciarse por la vida.


Las economías de los países latinoamericanos que crearon relaciones con Rusia están seriamente afectadas. El cierre de ese mercado golpeó las principales exportaciones no petroleras de Ecuador (banano, camarón, flores, pescado, café), porque Rusia es el cuarto destino no petrolero, con 1.200 millones de dólares anuales; y los exportadores tienen razón en advertir al gobierno sobre este desplome y solicitar compensaciones (
https://bit.ly/3sJonGY). Solo que allí se cruza la realidad interna, donde el Estado, conducido por voraces políticas empresariales plutocráticas y neoliberales, privilegia los intereses del sector privado, mientras mantiene el deterioro y desatención en los servicios públicos (educación, salud, medicina, seguridad social), que se inició en 2017. Bajo esas condiciones, que igualmente experimentan otros países, los latinoamericanos ¿también tienen que cercar a Rusia y perseguir todo lo que represente a “Putín”? ¿Y nos unimos, además, a cerrar filas contra Fiódor Dostoievski (https://bit.ly/34eHbEo), contra toda expresión de cultura, como ha ocurrido con la soprano rusa Anna Netrebko separada de la Ópera de New York (https://bit.ly/3Kk7TLa), o contra deportes, como lo han hecho la FIFA y la UEFA (https://bit.ly/3CdtS3L)?


Al menos para orientarse en medio de una América Latina dividida y sin geoestrategias propias, vale examinar la posición del presidente Andrés Manuel López Obrador de México, quien, al mismo tiempo que ha condenado toda injerencia e intervención (en la ONU votó a favor de la resolución que deplora la “agresión” a Ucrania), ha proclamado: “No vamos a cerrar el país… Nosotros no nos vamos a cerrar, a ningún país… Y no meternos a contradecir lo que establece nuestra Constitución, de no intervención y autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de las controversias” (
https://bit.ly/3hLU3F3). Principios que también constan en otras Constituciones, como la ecuatoriana.

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