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sábado, 19 de marzo de 2022

Tras dos años de pandemia

 Dos años han pasado y difícilmente quisiéramos que regresen, al menos no en el sentido de la devastación que significaron para millones de seres humanos. 

Cristóbal León Campos / Para Con Nuestra América
Desde Mérida, Yucatán. México.


La pandemia de Covid-19 arrojó al barranco las ilusiones individuales y colectivas que teníamos para iniciar la tercera década del siglo XXI, al mismo tiempo en que dejó en evidencia cientos de carencias ya presentes en las sociedades del mundo, aunque el matiz entre las afectaciones nos conduce irremediablemente a la dicotomía capital-trabajo y acumulación-distribución. La crisis que ahora afrontamos tiene raíces mucho más profundas, pero como ya se ha mencionado, se agudizó al extremo por la parálisis en la producción y por la desplanificación económica que el capitalismo tiene como lógica central de su modo de apropiación-despojo. 

 

Apenas transcurridas las primeras semanas del avance del SARS-CoV-2 en el mundo, se pudo observar las condiciones extremas en que millones de proletarios laboran y su importancia fundamental para la generación de la riqueza, así como también volvió a ser nota central en muchas publicaciones las formas de explotación y la violencia sistémica que despoja de esa riqueza a quienes la producen, acumulándola en muy pocas manos, mientras se empobrece a la mayoría de la población global. Y junto a esto, se evidenció la desigualdad entre naciones, los procesos de vacunación aún hoy siguen siendo un privilegio con respecto a la situación en países marginados de África, Asia y América Latina. Los sistemas de salud, en su mayoría desarticulados por las políticas neoliberales, fueron rebasados con facilidad, colapsando, incluso, en el seno de Occidente, como sucedió en España e Italia. 

 

Para el caso latinoamericano, siempre será justo y necesario remarcar la diferencia entre las afectaciones que ha tenido el Covid-19 en la Cuba socialista, única nación que ha desarrollado al menos 3 vacunas propias y las ha usado sin costo en beneficio de su población, y los países capitalistas que bajo la lógica de mercado han vivido procesos de especulación que han puesto en riesgo a millones de vidas. En América Latina y el Caribe existen casos extremos como el de Haití, cuya población sigue esperando la inoculación generalizada en medio de una crisis remasterizada por la injerencia imperialista estadunidense y de otras potencias europeas. 

 

Ahora, además de la continuidad de la pandemia, que sin importar los alegres datos oficiales sigue afectándonos, el mundo ve el inicio de una serie de conflagraciones bélicas que no son otra cosa que el reacomodo de los intereses monopólicos de las potencias imperialistas, pues si bien es cierto que la OTAN y los Estados Unidos han hecho todo para provocar a Rusia e incrementar el avance de la militarización en la región en conflicto, también es verdad que los deseos de expansión rusos no están desligados de la acumulación  de capital, no hay en la guerra actual un ápice de antiimperialismo como algunos del “progresismo” han querido ver, la disputa ruso-estadunidense –que es la real confrontación-, no responde a un sentimiento humanitario, sino al forcejeo entre los grandes monopolios y, quien lo dude, puede observar las sanciones económicas que cada una de las partes ha impuesto, las cuales no responden más que a la frase imperialista del capitalismo en crisis que hoy vivimos. Tras dos años, la pandemia va dejando secuelas muy peligrosas…

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