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sábado, 9 de abril de 2022

¿Qué nos depara el futuro en materia de empleo?

 El empleo/desempleo como tema de consideración política es un problema de siempre: de ayer, de hoy y de futuro; sólo que cada vez es más acuciante y de mayor importancia para la subsistencia de los individuos y las familias.


Manuel Barrera Romero / Para Con Nuestra América

Desde Chile


Introducción
 
La concepción acerca del empleo en nuestras sociedades consiste en que todo aquél adulto que desee trabajar debería poder hacerlo en un empleo de calidad, digno o decente, que le permita solventar sus necesidades y aspiraciones, personales y familiares. Lograr compatibilizar la existencia de empleos con el deseo de trabajar constituye, al día de hoy, un problema cuya solución aumenta progresivamente en dificultad a tal punto que hay quienes postulan, como el autor de estas líneas, que la solución integral tal como se concibe hoy -pleno empleo- no es factible ni ahora y, menos, en el futuro. Este hecho dificultará el funcionamiento actual de la sociedad y, quizás, ponga en jaque su misma viabilidad. 

 

Por otro lado, la vida de trabajo ha dejado de ser el núcleo central alrededor del cual se organiza la sociedad y en torno a la cual se aglutinan los principales intereses e ideales de los individuos y los grupos. El trabajo como vocación, como realización personal y como aporte del individuo a la sociedad ha perdido fuerza. Tampoco constituye hoy por hoy el factor aglutinante de las clases sociales y de los proyectos políticos. El principal sentido que tiene actualmente es utilitario: el trabajo como fuente de ingresos. Es decir, el trabajo ha perdido el nivel de centralidad que tenía durante el industrialismo, tanto en la esfera individual como en la social y la política. Y lo natural sería que tal pérdida se agudizara en el futuro lo que, paradojalmente, pudiera facilitar la aceptación social del fenómeno de la carencia de empleos. 

 

La protección social (salud, pensiones, seguro de desempleo), asociada directamente al empleo, cobra también cada vez mayor importancia para la subsistencia de los trabajadores y sus familias. Y, sin embargo, los sistemas de protección social están en todas partes en crisis de financiamiento. Dos son las causas principales de esta crisis y ambas son imparables en su devenir. Una, es el envejecimiento de la población inevitable a medida que mejoran las condiciones de vida de todos, a partir principalmente de los avances científicos y tecnológicos, tanto en lo que se refiere a la salud pública como a la privada. Y nadie está porque no mejoren. Otra, es el encarecimiento de las prestaciones médicas derivadas de esos avances, de los progresos de la conciencia de la población en torno a la salud, y del mismo envejecimiento de la población. A medida que envejece la población y el desempleo y subempleo se hacen persistentes, la protección social es más necesaria y, sin embargo, su crítica situación obliga a realizar reformas tendientes a disminuirla, como ocurre hoy en Europa con el “Estado de bienestar”.

 

De modo que el cuadro es el siguiente: el trabajo pierde su centralidad, la protección social es cada vez más necesaria y su status financiero más crítico, y el empleo —única fuente de ingresos para la mayoría de la población- cada vez más escaso. Este cuadro obliga a apreciar este tema como uno de los de mayor importancia en la estrategia de desarrollo de cualquier país. 

 

Las cifras de desempleo y subempleo

 

Conviene recordar que “el empleo para todos” es un ideal surgido tarde en la historia económica de la humanidad. Sólo con el capitalismo más desarrollado de los siglos XIX y XX la noción de “empleo para todos” y su opuesta, la noción de “parado” o “desempleado”, tuvieron existencia social. Pero, en verdad, aun en estos siglos, el empleo para todos ha sido más bien una excepción de pocos países, siendo más frecuente la experiencia del paro para una parte de la población. En los inicios de este siglo no hay sociedad avanzada donde los niveles de desempleo considerados altos en los años 60's del siglo pasado, no sean casi permanentes. Demás está decir que cosa semejante, agravada, sucede en las otras sociedades. 

 

De modo que el paro y el subempleo alcanzan a más de mil millones de personas en el mundo de hoy, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). 

 

¿Qué pasara cuando la agricultura de la China y de la india se modernicen al nivel de la agricultura de USA, Canadá y Europa occidental, que necesitan menos de un cinco por ciento de su Población Económicamente Activa (PEA) para producir los productos agrícolas que producen? ¿Surgirán en las estadísticas laborales 200, 300, 500 millones de nuevos desocupados? 

 

Las últimas tendencias del empleo son desalentadoras. En efecto, la OIT estima que al final del 2002 había 20 millones más de desempleados que a fines del 2000 (GB286/ESP/2, marzo de 2003), incremento que ha perjudicado, en mayor proporción, tanto a las mujeres como a los jóvenes. Más aun, esta situación desfavorable de los últimos dos años ha significado también un avance de la informalidad laboral con lo cual ha aumentado el número de trabajadores pobres y la inseguridad laboral, y han empeorado las condiciones de trabajo. La OIT estima que a fines del 2002 el número de trabajadores que no alcanza a ganar un dólar al día (línea de pobreza) asciende a los 550 millones, el nivel de 1998. La estimación para América Latina y el Caribe es de 10 por ciento de desempleo, a pesar de que descendió la incorporación de personas al mercado de trabajo. El desempleo juvenil alcanzaría al 16 por ciento, pero casi todos los empleos para jóvenes creados desde el 2000 provienen del sector informal. (Todas las informaciones son de OIT, supra).

 

Frente al persistente fenómeno del subempleo y desempleo es hora de preguntarse si con el actual patrón de desarrollo económico de la humanidad es posible el pleno empleo y sacar las consecuencias de la respuesta. Si el subempleo y desempleo obedecen a razones propias de la estructura misma de la orientación económica, habría que plantearse derechamente que con esa estructura no habrá solución para estos males. Por otro lado, no hay que olvidar que la tasa de incremento poblacional a nivel mundial sigue siendo alta, y este es un dato muy grave ya que dicho aumento proviene en lo principal de las sociedades de mayor pobreza, escasa educación y menor desarrollo económico.

 

Por otro lado, es conveniente recordar que en muchos países las políticas privatizadoras y la disminución del tamaño del Estado han dejado a los gobiernos nacionales sin posibilidades de impulsar una significativa creación de empleos. Es la empresa privada la que tiene esta función. Sin embargo, ella no comparte la responsabilidad política ante la situación del desempleo y el subempleo. Dicha responsabilidad sigue recayendo en los gobiernos, lo que constituye en verdadero contrasentido. 

 

La globalización y el empleo 

 

Las noticias que trae la globalización sobre el empleo no son categóricas. Los estudios realizados en torno a la relación entre liberalización del comercio, empleo y salarios arrojan resultados contradictorios, quizás por las dificultades metodológicas para establecer una relación causal unívoca entre las variables en estudio. En uno de ellos se encontró que en tres economías emergentes del Asia (China, India, Malasia) el crecimiento del comercio tuvo un efecto generalmente favorable sobre el empleo y los salarios en la industria manufacturera en tanto que dichos efectos no se observaron en Brasil y México. En estos países el empleo en el sector manufacturero (que había encabezado el crecimiento del comercio) no aumentó en forma apreciable o disminuyó, en tanto que los salarios reales de los trabajadores no calificados han tendido a disminuir y la diferencia entre los salarios de los trabajadores calificados y los de los trabajadores no calificados aumentó notablemente (OIT, Liberalización del comercio y empleo, noviembre 2001). Un estudio de casos sobre siete países concluye que en algunos (Mauricio, República de Corea) la liberalización del comercio habría traído consecuencias favorables para el empleo y en tanto que en otros (Chile, Bangladesh) “la desigualdad de los ingresos aumentó durante los procesos de liberalización del comercio” (Torres, R. “Towards a socially sustainable worid economy”; OIT, 2001, pp. 24). En Sudáfrica “la situación en el frente del empleo...se ha deteriorado. El desempleo sigue siendo alto y ha ido al alza...” (Ibid.; pp.85). Por tanto, no podría concluirse de manera cierta que la globalización, hasta ahora, traiga esperanzas acerca de que el libre comercio solucione o atenúe el desempleo. Tampoco lo contrario. 

 

En lo que se refiere a las nuevas tecnologías -estrechamente ligadas al fenómeno de la globalización- tampoco existe evidencia incontrarrestable acerca de si promueven O disminuyen empleo en su impacto total en la economía (y no solo en un sector de ella). Pero lo que sí se puede afirmar es que desplazan a trabajadores bien remunerados del sector industrial y de los servicios hacia empleos de baja retribución en el sector terciario, de modo que aunque no hubiese pérdida de empleos existe una cuantiosa pérdida de ingresos en este estrato de la fuerza de trabajo. 

 

¿Es posible el pleno empleo?

 

No es fácil encontrar en la estadística laboral ejemplos de países con pleno empleo. Aparte de los casos de defectos de la estadística (voluntarios o no) y aparte del desempleo disfrazado, a veces ocurre en algunos periodos en determinados países lo que los analistas suelen llamar “prácticamente pleno empleo”, es decir tasas de desempleo en torno al 5 por ciento. En estos casos puede ocurrir que al cabo de poco tiempo entran a la fuerza de trabajo en número creciente personas que estaban fuera de ella porque no veían oportunidades laborales. Entonces dicha tasa aumenta. 

 

Si se estudia el panorama general del empleo en el mundo se puede afirmar que el problema del subempleo/desempleo no tiene solución con las habituales políticas de empleo que manejan los gobiernos, salvo para el paro coyuntural. Es claro que la economía globalizada no genera empleo para todos los que los necesitan. Por tanto, la sociedad debe operar con una realidad nueva (desde el punto de vista de la percepción social, aunque es una realidad antigua, desde el punto de vista de los hechos): el crecimiento económico en los tiempos que vivimos se acompaña con desempleo. Esta sería la nueva realidad, la antigua es que la falta de crecimiento también se acompaña de desempleo y de subempleo. 

 

El tema del empleo deberá, entonces, plantearse en términos distintos a los habituales. Y en este punto deberemos decir que nadie tiene una receta que funcione ni siquiera un planteamiento teórico realista. La experiencia francesa de reducción significativa de la jornada laboral (treinta y cinco horas semanales) duró poco para que sirva de modelo, aunque sin duda tuvo tanto aspectos positivos como negativos, todos los cuales deberían evaluarse cuidadosamente. 

 

Lo dramático de la situación surge del hecho de que sin empleo no se tiene ingresos y sin ingresos no se puede vivir. Entonces, el tema es ¿qué puede hacer la sociedad para funcionar con una parte de la población sin acceso al empleo? Y, enseguida, ¿cómo proveer una vida digna a aquéllas personas que no tengan empleo? A pesar de su dificultad habría que tener una solución ya que, de lo contrario, la indigencia, la pobreza y la delincuencia seguirán floreciendo, toda vez que la falta de ingresos es el mejor caldo de cultivo para ello.

   

El tema del empleo será, pues, uno de los más importantes a resolver en el futuro inmediato y uno de los temas acuciantes para el largo plazo. Creo que será necesario pensar en el futuro en una variedad de soluciones a la fecha no consideradas, incluyendo la estrategia de descongestionar el mercado de trabajo, demasiado poblado en relación a los empleos de calidad que se crean. Se trata de desplazar a grandes cantidades de personas a otros escenarios. La escuela, la comunidad local, los sistemas de previsión social tendrán un papel importante en esta tarea a fin de que la gente aprenda a vivir más allá de la actividad productiva. Es decir, en el futuro habrá que estimular (de manera civilizada) a la gente a fin de que postergue o evite su entrada al mercado de trabajo y apresure su salida. El permitir una vida digna a estas personas es una de las cuestiones de política social más difíciles de resolver. Es un tema del futuro próximo. 

 

La tasa de fecundidad y la inmigración 

 

La descongestión del mercado de trabajo se puede producir también a través de procesos “naturales” como está ocurriendo en algunos países europeos. En efecto, las persistentes tasas de natalidad bajas (aquellas que llevan a la disminución —en términos absolutos- de la población del país no obstante el envejecimiento de la misma) produce también una disminución de la oferta de trabajadores jóvenes. Y, por este concepto, menor desempleo. Esto fenómeno, obviamente, acarrea nuevos y distintos procesos. Desde luego, una crisis en los sistemas de seguridad social. Desata, además, corrientes migratorias que, numerosas y asentadas, podrían aumentar la tasa de natalidad en el mediano plazo, aunque no tenemos evidencias de que ello ocurra así. Estas corrientes migratorias pueden ser tan poderosas que abran nuevos temas a resolver y nuevas soluciones a viejos problemas. Constituyen una solución a la escasez de trabajadores, aunque por lo general, al nivel de bajas calificaciones, cuando son masivas y de muy altas, cuando son selectivas. Aumentan las aportaciones a los sistemas de seguridad social. Salvo que sean muy reguladas (como los trabajadores de temporada en faenas de cosecha agrícola que, con contratos previos, vienen por pocos meses y vuelven enseguida) son difíciles de controlar en cuanto al número de inmigrantes y suelen provocar muy importantes avalanchas de migración ilegal. 

 

El juego de baja tasa de natalidad e inmigración se da hoy en España (1,26 hijos por mujer fértil en 2001, una de las más bajas del mundo) que tiene una tasa de crecimiento del PIB más alta que la media de la Unión Europea, y que la ha tenido durante varios años. Pero España mantiene, hoy día, una tasa de desempleo del 11, 4% frente a un 9,4 % de Francia y Alemania, país este último técnicamente en recesión (a agosto de 2003). España ha tenido dos décadas de muy baja natalidad (que ha remontado levemente en los últimos años) por lo que en el futuro su población femenina fértil será también escasa. Aunque no se compruebe con el caso español (sin embargo, es posible que sin esa tasa de fecundidad el desempleo en España fuese, como ocurrió antes, superior al 15 por ciento) dada la importante inmigración habida la apuesta teórica persiste: una tasa de fecundidad baja y prolongada podría descongestionar el mercado de trabajo y, con ello, reducir el desempleo. 

 

Liberalización de la circulación de personas 

 

La experiencia europea nos plantea un tema que en América Latina aún no vislumbramos: la libre circulación de las personas por el espacio integrado. Cuando el próximo año se incorporen a la Unión 10 nuevos países, en su mayoría con trabajadores calificados que están ganando salarios inferiores a los que se pagan en los actuales 15, podremos ver el impacto de la ampliación sobre la movilidad de la fuerza de trabajo. Ello nos lleva a pensar en las consecuencias laborales de los espacios económicos integrados, de los cuales los tratados de libre comercio son un primer paso. La globalización forzará a que este primer paso se amplíe a una mayor movilidad de la mano de obra.

 

Es fácil observar que los países con democracia política, estabilidad y crecimiento económicos ejercen una fuerte atracción en sectores de población de los países vecinos, sobre todo si estos países carecen de esas cualidades. En Chile ya se ha vivido la experiencia de que determinados trabajos no apetecidos por chilenos (empleadas domésticas puertas adentro, médicos en poblaciones pobres, etc) son ejercidos por inmigrantes, Este fenómeno —ampliado a otros oficios- puede aumentar en el futuro. Y no existe ninguna lógica en pretender tener tratados de libre comercio o pactos de integración y, simultáneamente, cerrar las fronteras a esa fuerza de trabajo. De modo que en la futura política de empleo del país habrá que contar con este proceso adicional. 

 

El sistema escolar, el desempleo juvenil y la tercera edad 

 

Nuestro país se está beneficiando en relación a la oferta de trabajadores jóvenes tanto por la caída de la tasa de fecundidad, experimentada desde varios lustros atrás, como por la ampliación de la matrícula escolar más allá de la educación básica. No obstante, existe todavía un mayor desempleo en la cohorte de edades jóvenes que en las de adultos. Por otro lado, una gran parte de los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo lo hacen vía sector informal, es decir, en empleos de baja productividad. La gran esperanza en relación a este problema es la drástica ampliación de la retención escolar que, de paso, aumenta las calificaciones de la fuerza de trabajo en una economía que está en tren de demandar mayor fuerza de trabajo calificada que de la otra. Sin duda que los esfuerzos por aumentar dicha retención, de ser exitosos, ayudarán grandemente a solucionar el problema del trabajo infantil, a disminuir la incorporación de jóvenes al sector informal de la economía y a debilitar la tasa de desempleo juvenil. 

 

De modo que el sistema escolar puede operar como un gran internado disminuyendo o, en el mejor de los casos, deteniendo la presión de niños y jóvenes sobre el mercado de trabajo al retardar en varios años su incorporación a él. ¿En cuántos años? Cuanto más, mejor. El sistema escolar puede, además, ayudar a descongestionar este mercado atrayendo a personas adultas a sus aulas vía esfuerzos por recalificarse o por cambio de especialidad. Puede también ofrecer a las personas de la tercera edad oportunidades de estudio sin fines laborales con lo que las estimularía a terminar (a veces con alegría) su participación laboral. Para muchos adultos mayores el poder estudiar sistemáticamente y sin la presión propia de la etapa juvenil, puede ser una fuente de gran satisfacción. Es un nuevo desafío para las universidades. 

 

CONCLUSIONES 

 

1.-En los años transcurridos de este siglo han aumentado en el mundo tanto el desempleo como el subempleo y, por ende, la pobreza. Es la triste constatación de la estadística que nos proporciona el organismo especializado de Naciones Unidas. 

 

2.-En el actual panorama mundial no se divisa ningún proceso que pudiera remediar esta situación. Al revés, las políticas en boga y el proceso de globalización en curso probablemente agravaran esta tendencia en el próximo futuro, en especial en los países definidos como “los menos adelantados”, es decir, los más pobres y, por otras razones, en aquellos —como el nuestro- desarrollo medio que no alcanzaron a construir, con antelación al actual proceso de globalización un eficiente sistema de protección social. 

 

3.-Las políticas de privatización y de abstención por parte del Estado de actividades productivas, implementadas en los últimos lustros, dejan al sector privado la responsabilidad de crear empleos. El Estado queda, en este aspecto vital de la realidad social, sin posibilidades de acción directa, salvo en programas de emergencia, que crean empleos de baja productividad, mal pagados y de corta duración. Y mientras más pequeño sea el Estado y menos impuestos recolecte menos posibilidades habrá de que por su intermedio los temas del desempleo y del subempleo tengan alguna solución. 

 

4.-El trabajo está dejando de constituir “el tiempo social dominante” en la vida de los grupos sociales y de los individuos, a pesar de constituir para la mayoría de la población la única posibilidad de sustento. A partir de esta contradicción sociológica se podría diseñar un programa político que consistiese en acciones tendientes a descongestionar el mercado de trabajo desplazando a grandes sectores de población a otros escenarios sociales. 

 

5.-La descongestión de este mercado vía el proceso natural de la baja de la fecundidad puede ser válido para algunos países, pero no para la mayoría del mundo en desarrollo en el futuro próximo. En todo caso este fenómeno, que produce una descongestión en las edades tempranas, se compensa con el envejecimiento de la población, que congestiona el mercado de trabajo en las edades tardías. Y en países bien colocados en la escala de atractividad tiende a anularse también por el aumento de la inmigración. Todo lo cual acarrea nuevos problemas vinculados con los sistemas de protección social, las políticas migratorias, la competencia salarial entre trabajadores. 

 

6.-La sociedad y el Estado deberán enfrentar con los viejos métodos y también con los nuevos la crisis social que significan el desempleo, el subempleo, el desfinanciamiento de la seguridad social y la subsistencia de los que queden al margen del mercado de trabajo. Para retener a los niños y jóvenes en el sistema escolar se precisan amplia infraestructura, educación atractiva, modernización del conjunto del sistema, vínculos con el aparato productivo y de servicios. Lo mismo se requiere si se desea atraer al adulto mayor a las aulas agregando mucho ingenio e imaginación. 

El deporte y el trabajo voluntario (comunitario o no) también son escenarios alternativos al mercado de trabajo que habría que desarrollar grandemente. En cuanto al autoempleo, los talleres artesanales, las pequeñas y las microempresas —individuales o familiares— para ser duraderos deben incorporar tecnología moderna. 

 

7.-En suma, la reflexión realizada en este artículo afirma que el futuro nos depara muchos problemas en el ámbito del empleo. Esta aparente visión pesimista tiene su justificación en un pasado y presente similar, en lo más sustantivo, a lo aquí afirmado. Sin embargo, la visión optimista proviene del hecho de que para resolver esta situación catastrófica es necesario construir una sociedad más solidaria (de los que trabajan con los que no trabajan); de más educación y mayor cultura (escolaridad universal y prolongada ); con una importante ampliación del número, calidad y valoración de provechosas actividades no productivas (educación con fines meramente culturales, deportes, arte, crianza de niños, etc.); con una amplia gama de actividades recreativas y de trabajo voluntario; con una economía que funciones bien con menos años de trabajo por parte de las personas y con horarios laborales más reducidos. 

 

Es bueno recordar, para poner punto final, que el crecimiento económico —asociado tradicionalmente a la creación de empleos— si bien ayuda no trae consigo, necesariamente, la felicidad de las personas y los grupos humanos. La alegría, la paz, la serenidad, la aceptación de uno mismo y del otro, el placer estético, la calidad ética de las personas y de la sociedad en su conjunto no vienen de la mano con el crecimiento. Pueden darse concomitantemente crecimiento, felicidad y solidaridad, pero también —y suele suceder— crecimiento puede acompañarse de altas tasas de suicidios y homicidios, de banalidad y de egoísmo extremos, de delincuencia y de todo tipo de conductas antisociales. Incluso en ocasiones algunos países utilizan la guerra —con los crímenes que conlleva— como estrategia para poner en marcha su economía estancada. En el proceso de modernización económica pueden darse, en distintas etapas, periodos en los cuales amplias capas de la población experimentan un amargo malestar social, como ha ocurrido en los últimos lustros en chile. Por tanto, si una sociedad quiere ser un lugar idóneo para el desenvolvimiento feliz de personas y grupos deberá atender no solo a las condiciones que hacen posible el crecimiento sino también a aquéllas que hacen posible la alegría de vivir y el comportamiento ético. Pues bien, las actividades que pueden ayudar a descongestionar el mercado de trabajo, poblado en demasía en relación a los trabajos de calidad que se crean son, justamente, aquellas que cumplan con esas condiciones.  

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