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sábado, 7 de mayo de 2022

Argentina: Cantando las cuarenta, Feria del Libro 2022

 Cantar las cuarenta en la Feria es un baldazo de agua para quienes quieren hacerse los distraídos dentro de un panorama desalentador, en donde justamente, la cultura ha sido uno de los aspectos más afectados, en un país donde casi la mitad de la población es pobre…

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina


Luego de la pandemia, vuelve a inaugurarse nuevamente la 46ta. edición de la Feria del Libro de Buenos Aires en el predio ferial de la Sociedad Rural de Palermo. En su discurso de apertura, el escritor argentino Guillermo Saccomanno le cantó las cuarenta a propios y ajenos. Uno de los discursos más valientes, brillantes y descriptivos de la realidad política, social y económica que sufre la sociedad argentina en estos decisivos momentos de recuperación. Discurso que se llevó aplausos, pero también, irritó a muchos.

 

Confieso no haberlo escuchado de inmediato, gentileza que debo agradecer a un compañero compatriota, un nuevo amigo que me ha brindado este espacio que, semana a semana nos permite publicar libremente nuestra percepción de la realidad. Me refiero a Carlos María Romero Sosa, quien también colabora aquí en algunas oportunidades. Hecho que me llevó a oírlo detenidamente y hacer un alto en diversos párrafos, desde la distancia que este oficio nos convoca.

 

Comenzó analizando la anatomía de ese objeto de culto que es el libro, cuyo cuerpo físico invariablemente en su forma más conocida es el papel y las dificultades de su obtención dentro de la industria papelera, concentrada en el país desde la dictadura. 

 

En sus palabras: “La falta de papel se debe a la menor producción de las dos empresas productoras de papel para hacer libros. Una es Ledesma, propiedad de la familia Blaquier/Arrieta, una de las más ricas del país, apellidos vinculados con la última dictadura en crímenes de lesa humanidad, además de relacionados con la Sociedad Rural, escenario en el que hoy estamos. La otra empresa es Celulosa Argentina. Su directivo es el terrateniente y miembro de la Unión Industrial José Urtubey, conectado con la causa Panamá Papers.”[1]

 

De la infinidad de horrorosas consecuencias que dejó la dictadura fue imponer un modelo económico excluyente, ultra concentrado, endeudado y dependiente de los organismos financieros internacionales. Hecho reconocido reiteradamente, aunque no por reconocido y reiterado, deja de mostrar sus hondas secuelas en el hecho simple y cotidiano de leer, de leer un libro. 

 

Años luz han pasado de esa Argentina que en los años sesenta era un faro de cultura que editaba libros para Hispanoamérica, la que hundía sus raíces en una edad de oro anterior proveniente de la migración masiva de editores e intelectuales que huyeron de la guerra civil española, cuyos esfuerzos dieron frutos entre 1938 y 1952. Coincidente con el boom de la literatura latinoamericana de los sesenta hubo un boom del libro argentino, entre 1962 y 1968, con títulos cercanos a los cuatro mil por año y más de 20 millones de ejemplares por año.[2]

 

Con menos de la mitad de la población actual, unos 20 millones en aquella época se pueden hacer simples relaciones que en nada se acercarían a los valores actuales, por más que hayan variado las condiciones tecnológicas y la virtualidad sea un hecho permanente en nuestras vidas. 

 

Profundizar en cifras y estadísticas puede revelarnos situaciones más graves como la concentración geográfica de lectores y libros de la CABA.

 

Cantar las cuarenta en la Feria es un baldazo de agua para quienes quieren hacerse los distraídos dentro de un panorama desalentador, en donde justamente, la cultura ha sido uno de los aspectos más afectados, en un país donde casi la mitad de la población es pobre – 40% refiere expresamente Saccomanno – y cuya principal preocupación  es el pan de cada día. De allí que el Estado, ocupado en intentar paliar la miserable situación de millones, haga mutis por el foro en la emergencia y que el reclamo del autor de Un maestro, de la creación de una papelera del Estado que nuclee a cartoneros y cooperativas, no pase de “un hallazgo”, una anhelada ilusión. Ilusión que se estrella en los elevados costos, según su relato, “leí que imprimir un libro de 290 páginas cuesta tres cuartos de un millón de pesos, aproximadamente más de 700.000 pesos. Además, vaya detalle, no son pocos los autores que pagan una parte de la edición con tal de ver publicada su obra”[3]. Vaya si lo sabremos ¿no?

 

La Feria siempre le – me generó – tensión y acá me permito un contrapunto, porque las tres veces que he asistido (1987, 2014 y 2017) me ha provocado idénticas sensaciones encontradas, contradictorias. “No sólo porque se topa con un injuriante pabellón Martínez de Hoz, que homenajea al esclavista y saqueador de tierras indígenas, antepasado del tristemente célebre economista de la última dictadura. Decir Feria implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique este rol.”[4]

 

Uno camina por los amplios salones repletos de libros y sale al amplio espacio donde desfilan los campeones con cucardas en las exposiciones y se pregunta ¿qué hacemos acá? ¿Qué tienen ver estos ejemplares de dos y cuatro patas que convocan un público muy particular, con los libros? 

 

La fiesta interior de los que celebramos internarnos en ese universo soñado con aromas a papel poco tiene que ver con ese suelo con hedor a heces vacunas, dicho con impostado eufemismo. “En esta Feria se han escuchado y se siguen escuchando discursos bien intencionados acerca de la función del libro, de su trascendencia, su empleo como objeto tanto de placer como herramienta educativa. En fin, discursos que pronto habrán de ser olvidados.”[5]

 

Razón lleva el autor de Bajo Bandera, cuando desde 2001 en adelante, el escritor santafecino Juan José Saer, vino desde Francia donde estaba radicado a dar el discurso de apertura, de los que después han participado, autores, escritores, pensadores, dibujantes como Quino y Fontanarrosa, aunque éste como escritor y músicos como Serrat.

 

Aunque tal vez uno de los puntos más irritantes fue el pago de honorarios solicitados por el escritor por esta tarea que se le encargó en noviembre, por lo que el encargado de la cuestión, Ezequiel Martínez, hijo del escritor Tomás Eloy Martínez no tuvo reparo. Muchos se rasgan las vestiduras por este asunto, pero tampoco cuestionan cuánto cobran las celebridades invitadas; por el contrario justifican cualquier esfuerzo por tenerlas presente, como es el caso de Mario Vargas Llosa, programado para estos días, quien genera polémicas en cada una de sus charlas en las que exalta las bondades del neoliberalismo. 

 

Otro golpe dado a la hipocresía reinante en el ambiente fue cuando mencionó la impiadosa línea de hambre y la imposibilidad de un chico que lo sufre para aprender a leer; prodigio muy difícil de lograr en la edad adulta, para ello recordó memorables palabras del premio nobel John Steimbeck: “Hay muchas personas que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les contó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia de un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y sólo han aprendido este prodigio en los diez últimos millares de los mil millares.”[6]

 

La inmersión en la más cruda realidad que hizo Saccomanno en la mayoría de los pasajes de su polémico discurso, fue cuestionando párrafo tras párrafo el lugar elegido para la Feria; en sus palabras: ¿es una paradoja o responde a una lógica del sistema que esta Feria se realice en la Rural, que se le pague un alquiler sideral a la institución que fue instigadora de los golpes militares que asesinaron escritores y destruyeron libros? En lo personal, creo que esta situación simbólica refiere una violencia política encubierta.”[7]

 

Imposible negar la complicidad de la entidad propietaria con los peores momentos de la historia argentina desde el genocidio de los pueblos originarios, hasta las recientes persecuciones a las poblaciones mapuches en el sur, con la muerte de Rafael Nahuel y Santiago Maldonado, en donde se combinan incendios forestales, los efectos asesinos del gaseo pesticida, como también expoliación y la entrega solapada de recursos.

 

Saccomanno no tiene desperdicio, coherente con su obra literaria, no podía sino denunciar la injusticia en un país peligrosamente acostumbrado a la injusta justicia. De allí que aprovechó la oportunidad con su verba particular, cantar las cuarenta.



[1] Guillermo Saccomanno, discurso 46ta. Edición de la Feria del Libro, Buenos Aires, 29 de abril de 2022.

[2] https://doi.org/10.4000/lirico.3147, José Luis de Diego, La edición de literatura en la Argentina de fines de los sesenta, 2016. 

[3] Guillermo Saccomanno, op. cit.

[4] Ibídem

[5] Ibídem

[6] Saccomanno, op. cit.

[7] Ibídem. 

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