La delirante Circular 2566/2022 del Ministerio de Educación local, cuyo fin no es otro que el control discursivo violatorio de elementales derechos humanos, exige a los docentes de la jurisdicción, desconociendo la libertad de cátedra y bajo amenaza de sumarios administrativos, abstenerse en el ámbito escolar de emplear el llamado lenguaje inclusivo o no sexista o neutro, un hecho lingüístico que no solamente se da en nuestro idioma.
Frente a ello reiteramos con algún fundamento que el autor de “La gloria de don Ramiro”, una de las grandes novelas históricas escritas en castellano en el siglo XX y que por transcurrir en tiempos de Felipe II está ex profeso plagada de arcaísmos, no hubiera acordado con querer amañar el lenguaje así como fustigó el golpe petrolero y fusilador del 6 de septiembre de 1930 que reimplantó el fraude electoral y dio el puntapié para la posterior entrega de nuestra carne vacuna a Gran Bretaña.
En su torre de marfil aquel Larreta en serio era bastante progresista a punto tal de haber estado próximo al Partido Radical, cuando la más que centenaria agrupación política fundada por Leandro Alem hablaba de reparación y, por boca de su líder, el presidente HipólitoYrigoyen, repetía empleando un lenguaje krausista y regeneracionista que “los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos”, sin olvidar la permanente anatema contra el oligárquico “régimen falaz y descreído”.
En cambio, este otro Larreta que dicen algo tuvo que ver durante su gestión en el PAMI en los tiempos de la pizza con champaña menemista, con la desazón moral que pocos años después llevó al suicidio al cardiocirujano de prestigio mundial doctor René Favaloro, parece entender que lo mejor es emular el discurso neofascista y tomar decisiones de gobierno en consecuencia para estar a tono con el aparente corrimiento del electorado al populismo de extrema derecha. Como que si es verdad lo que miden las encuestas, hay un importante sector de la ciudadanía marcando simpatía por un personaje defensor del ultracapitalismo y la consiguiente ley de bronce del salario. Se dice “libertario” con perdón esa atribución de Proudhon, Bakunin, el príncipe Kropotkin, Malatesta, viniendo de un aliado de los añorantes y justificadores de la dictadura genocida que desapareció 30000 personas. Se trata de un vociferante propagandista de la dolarización con sus miras puestas contra el Banco Central y nuestra moneda, o sea los resortes en materia monetaria de la Soberanía Nacional.
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En las épocas de cambios, cimbronazos y tomas de conciencia colectiva que se viven, no es de extrañar que venga pesando como suerte de mea culpa social el hecho de haber sido históricamente invisibilizados y discriminados los homosexuales, las lesbianas, los transexuales y otras variantes sexuales – también las mujeres con el masculino genérico que no deja de ser masculino con “o”-, grupos los primeros que más allá de sufrir el silencio y en muchos casos la persecución inquisitorial, han existido y existen. Pero muchos de los que mueven las palancas, sin saberlo o no coinciden con Wittgenstein en aquello de que los límites del lenguaje son los límites del mundo. Del autocrático mundo de los que mandan. Entonces qué mejor que tener a rienda corta el idioma. Un disparate porque si hay algo dinámico es el idioma y no hace falta para comprobarlo día a día ser Fernando de Saussure, ni Roman Jakobson, ni Noam Chomsky, ni mi antigua profesora de Introducción a la Lingüística en mis tiempos de Filosofía y Letras, la filóloga Ofelia Kovacci. Cada generación va modificando el decir guste o no, basta escuchar la música joven con términos y giros en sus letras incomprensibles para los mayores en edad.
De ir al fondo de la cuestión, ¿qué quiere tapar el señor Rodríguez Larreta, la existencia de las opciones sexuales? ¿O busca castigar a los que las adoptan al mejor estilo de Videla y los ayatolas? Qué las minorías sexuales son eso: minorías e insignificantes según el reciente censo nacional, un dato con el que acaba de solazarse en un artículo el ultramontano Monseñor Aguer que poco falta para que proclame que el Papa Francisco es herético y un agente del demonio instalado en la silla de San Pedro, implica para una democracia que se jacte de serlo tomar en cuenta que cualquier minoría forma parte de la comunidad y debe el Estado reconocerle los derechos correspondientes, el primero no ser discriminada ni acallada.
Volviendo al tema del lenguaje no viene mal hacer un poco de historia argentina y recordar a estos señores que se dicen liberales y lo son solo en el plano económico, que Domingo Faustino Sarmiento considerado por Unamuno uno de los mayores prosistas del siglo XIX simplificaba el lenguaje con su obsesión genial de alfabetizar al pueblo y que no dudó en polemizar en materia de identidad nacional, cuando estaba exiliado en Chile, nada menos que con Andrés Bello partidario de la continuidad de la herencia española. O que Juan María Gutiérrez devolvió el diploma de miembro de la Real Academia Española en su afán de independizar nuestra lengua nacional del castellano peninsular. O que a poco de que José Hernández publicara el “Martín Fierro” muchos se escandalizaron de los modismos gauchescos que lo recorren de principio a fin. Sin embargo hubo entonces intelectuales lúcidos que advirtieron la genialidad del poema inmortal. Uno de ellos fue el escritor y político Joaquín Castellanos que propuso se estudiara la obra en la recién fundada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ante el rechazo de unos y la sonrisa burlona de otros colegas buenos hablantes. Incluso hasta un purista de la forma y la lengua como fue el crítico literario y poeta clasicista Calixto Oyuela, tan arbitrario contrincante de Rubén Darío y el movimiento modernista, advirtió la riqueza del libro hernandiano.
Claro está que aparte de que ni el señor Jefe de Gobierno ni su Ministra de Educación, la señora Soledad Acuña que no puede disimular las arcadas frente a la actividad sindical reivindicativa de salarios justos y condiciones laborales dignas para los maestros, le llegan culturalmente a la suela de los zapatos a Joaquín Castellanos y Calixto Oyuela, hay otra cuestión a tomar en cuenta demostrativa que las oligarquías se ponen demasiado tarde al día. El gaucho nómada e independiente sobre todo de la primera parte del poema, comenzó a idealizarse por las clases altas cuando dejó de existir por obra y gracia del progreso, las levas forzosas, la inmigración y el alambrado que le quitó horizontes de libertad; su epopeya que destacó Leopoldo Lugones en “El Payador” de 1916, estaba ya en el pasado, era leyenda y daba para ser incensada. Los homosexuales, las lesbianas y las demás manifestaciones o elecciones sexuales en cambio, son de aquí y ahora, entonces no les demos entidad y presencia con la palabra que es creadora, recreadora y nombradora, pensarán estos Torquemadas para asegurarse el voto de las señoras gordas y hasta de los señores de los que no podemos asegurar su condición de “libertinos eruditos” que van a buscar travestis en automóviles de alta gama a los bosques de Palermo.
Entre las supersticiones aducidas por este grupo de dinosaurios está la Real Academia Española. Ignoran que desde hace tiempo en vez de fijar y dar esplendor según su lema, la Corporación viene incorporando americanismos a las ediciones de su Diccionario. En el despacho del fundador y director de la Academia Porteña del Lunfardo, mi inolvidable amigo don José Gobello, lucía una conceptuosa carta enviada por Ramón Menéndez Pidal, nada escandalizado el sabio por el estudio y la difusión que hacía y hace la institución de los términos de su especialidad, algunos en la línea de la germanía de la época cervantina, es decir de origen prostibulario y delincuencial, poco a poco incorporados al habla general.
Hitler, después de invadir Polonia en 1939 prohibió el polaco y un joven Carol Wojtyla, después Juan Pablo II, participaba en forma clandestina en funciones de teatro en su lengua natal. El generalísimo Francisco Franco pretendió hacer lo propio con los idiomas regionales al vencer a la Segunda República en la Guerra Civil. Hoy una y otras lenguas gozan de buena salud.
Personalmente yo no empleo el lenguaje inclusivo y debo decir que no me gusta y que tampoco me preocupaba mucho hasta su reciente censura. Ni falta que hace usarlo, valorarlo o desvalorarlo estéticamente para repudiar esta absurda prohibición con pronto destino al “desuetudo” dicho en términos legales. Una inicua medida por cuyo dispendio de actividad administrativa un día deberá dar cuenta el señor Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, este Larreta “le petit” por parafrasear a Vítor Hugo que llamaba así al emperador Napoleón III contraponiéndolo con el Gran Corso.
Excelente nota reveladora del alto nivel cultural y la ideología progresista del autor. Beinusz
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