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sábado, 16 de julio de 2022

La disputa de la hegemonia mundial y el nuevo orden internacional: más capitalismo y neocolonialismo

 Si alguien se beneficia de los conflictos bélicos son siempre los grupos de poder dominantes, y en este contexto actual, más que nadie, los fabricantes de armamentos (quienes se frotan las manos con cada nueva guerra).

Marcelo Colussi[1] y Mario S. de León[2] / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Para las grandes mayorías populares del mundo, para quienes, por lejos, somos más: la amplia clase trabajadora, los asalariados, los oprimidos, excluidos, los olvidados pueblos originarios, para quienes viven de un sueldo que nunca alcanza o sobreviven en la informalidad, para todas y todos aquellos que con nuestro trabajo alimentamos la riqueza de un minúsculo grupo de poderosos, la guerra no nos trae nada positivo; más bien una serie de calamidades y más crisis: de precios, de cadenas de abastecimiento, de energéticos, entre otras. Sin contar con la incertidumbre y la falta de información veraz, en especial sobre qué es lo que actual y realmente está sucediendo y qué nos puede esperar en el futuro. 

 

La guerra en Europa para los civiles ucranianos traerá muerte y destrucción, desplazamiento, refugio y diáspora; para los mortales de a pie del resto del mundo, el aumento constante en los precios del petróleo, de los cereales y de los abonos, por tanto, más inflación y desabastecimiento de la que ya está trayendo las crisis interrelacionadas del sistema, la desaceleración de la economía mundial desde antes del inicio de la pandemia del Covid-19, potenciada ahora por el cierre general de la economía dado por los confinamientos, además de la falta de servicios eficientes, el endurecimiento de las políticas migratorias, etc.  

 

Si alguien se beneficia de los conflictos bélicos son siempre los grupos de poder dominantes, y en este contexto actual, más que nadie, los fabricantes de armamentos (quienes se frotan las manos con cada nueva guerra). Es curioso que uno de los pocos negocios que creció durante la pandemia fue la industria militar. En ese sentido, por supuesto que toda guerra es condenable, deleznable y abominable. De todos modos, con una visión sopesada y crítica de la realidad humana (subjetiva y social), no puede menos que decirse (la experiencia lo demuestra en forma indubitable) que la historia se escribe con sangre.

 

Si una versión depurada y mejorada representa la esperanza de escribir otra historia (“saliendo de la prehistoria”, como dijera Marx), ese es el desafío que nos sigue convocando, aunque hoy se nos haya querido hacer creer que la “historia había terminado” llegando a su culminación con las “democracias de mercado”. Lo que está sucediendo hoy entre Rusia y Ucrania (proceso complejo, con una larga y tortuosa historia desde antes de la extinta Unión Soviética) evidencia una lucha de poderes al nivel mundial entre proyectos enfrentados por la hegemonía global a mediano y largo plazos. 

 

Siempre en los marcos del capitalismo (Estados Unidos hegemónico arrastrando tras de sí a la Unión Europea, a Gran Bretaña y a otros aliados bajo los tratados de la OTAN), se asiste al choque de ese polo de poder con otro eje igualmente poderoso. Para el caso: contra la potencia militar de Rusia y el gigantesco poderío económico-científico-técnico de China. En concreto, como un elemento principal en juego (no el único, pero sí determinante en el fondo) está el negocio del gas y petróleo, además de otros hidrocarburos y minerales. Europa es un gran mercado para esos energéticos, disputado por Rusia y por Estados Unidos. Para los europeos es mucho más conveniente negociar con su vecino ruso, con precios más accesibles y abastecimientos más directos y rápidos por razones geográficas y de infraestructura. 

 

Un ejemplo de esta disputa geo-energética son los intereses corporativos transnacionales norteamericanos tratando de imponer su propio gas licuado (más caro y tardado en ser entregado). Como el que manda es quien tiene el mayor poder militar, económico y político, Europa va a dejar de comprar el gas de Rusia (no han cesado las presiones constantes a Alemania, Italia, Grecia y España entre varios países del continente europeo, para que busquen otros abastecedores por parte de la UE y de Norteamérica); incluso se habla de abrir la posibilidad a Irán y Venezuela de abastecer a Europa y Norteamérica de petróleo a mediano plazo y así tratar de bajar sus precios. No se puede nunca olvidar que esta guerra, como todas, en definitiva, tiene como telón de fondo profundos intereses geopolíticos, económico-estratégicos y de expansión y control de mercados. 

 

La actual Federación Rusa no es la Unión Soviética; esto significa que el país que emergió en 1991 luego de la decadencia y desintegración del primer Estado obrero y campesino, la primera experiencia socialista en el mundo, ya no representa los intereses de los trabajadores. Es una nación capitalista, con un fuerte capitalismo de Estado y con grupos empresariales privados corruptos o nepotistas similares a los de cualquier otro país de libre mercado. Muchos de los antiguos jerarcas de la Nomenklatura pasaron a ser los nuevos capitalistas exitosos (y mafiosos, por cierto, ahora llamados “oligarcas” por los gobiernos y la media occidental). Si Estados Unidos tiene un patio trasero en Latinoamérica (Doctrina Monroe: “América para los americanos… del Norte”), que resguarda con más de 70 bases militares, la Federación Rusa lo tiene en la antigua zona de influencia soviética: Bielorrusia, Armenia, Kirguistán, Kazajistán, Tayikistán. Se impone allí la llamada Doctrina Brézhnev –“doctrina de la soberanía limitada”–, propiciando que “Rusia tiene derecho a intervenir incluso militarmente en asuntos internos de los países de su área de influencia”. El presidente ruso Vladimir Putin, amparándose en la Biblia para justificar la presente invasión, renegó de los valores socialistas, representando a una nueva burguesía nacionalista surgida de la transformación de antiguos miembros del Partido Comunista en multimillonarios empresarios. Uno de ellos, de su círculo cercano, pidió “no regresar a 1917”. Agregando Putin: “Olvidarse de la Unión Soviética es no tener corazón; querer volver a ella es no tener cerebro”. El socialismo en un sentido filosófico, real y diferente al que ya existió y demostró sus problemas críticos en el pasado, de momento debe seguir esperando. 

 

Regresando a la historia política, terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, Estados Unidos quedó como la principal potencia capitalista, como la hegemonía unipolar. Gracias al Plan Marshall pasó a controlar en muy buena medida la economía de una Europa devastada, con la necesidad imperiosa de su reconstrucción e inyección masiva de capital. Para evitar la alternativa comunista estalinista de la Unión Soviética, se creó la OTAN. Europa pasó a ser un rehén nuclear de las dos superpotencias que disputaban cada una con su influencia imperialista la Guerra Fría. El dólar fue la única moneda dominante, y por largas décadas, la clase dirigente expresada por la política de Washington se sintió dueña de buena parte del mundo, manejándolo con 800 bases militares. Pero últimamente eso está cambiando.

 

Con la desintegración de la Unión Soviética, el capitalismo occidental, liderado por Estados Unidos, trató por todos los medios de impedir el renacimiento de Rusia, intentando desarmar lo más posible el anterior proyecto socialista, desgajando las antiguas repúblicas soviéticas con las llamadas “revoluciones de colores”. De todos modos, en el medio del unipolarismo que dejó a Estados Unidos como única potencia por algunos años, surgieron nuevos elementos: China comenzó a alzarse como gran poder económico, y Rusia renació militar y políticamente, aunque ambos países con posturas diferentes, la China autoritaria de partido único con su singular “socialismo de mercado” y la Rusia de autocracia autoritaria prolongada, comportándose como cualquier potencia capitalista.

 

Hoy día asistimos a una lucha de gigantes en torno a la hegemonía global. Europa Occidental, otrora el centro del mundo desde el surgimiento del capitalismo, cedió su sitial de honor a Estados Unidos. Pero ambos siguen intentando marcar el ritmo planetario. Ese “Occidente” (hoy día ampliado, con la inclusión de Canadá, Japón, Australia, que mantienen la misma lógica), regido básicamente por el dólar, es tremendamente guerrerista. Aunque esa vocación de sangre (la historia se escribe con sangre, decíamos) está extendida por todos lados. Dato curioso: los cinco países (¡únicos países con asiento permanente!) que forman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Gran Bretaña. Francia, Rusia y China, son los cinco principales productores y vendedores de armas del planeta, siendo también las cinco principales potencias con armamento nuclear. Eso explica las más de 50 guerras que se libran en la actualidad, donde se necesitan equipos militares. La disputa por la hegemonía global está al rojo vivo. La pandemia de Covid-19 pasará, pero la gigantomaquia persiste. 

 

Durante la Guerra Fría todo acto antiimperialista era visto por el campo popular del mundo como un avance en la larga guerra contra el capital, como acción emancipatoria (“Crear uno, dos, tres Vietnam” dijo en su momento el Che Guevara). Hoy asistimos a una guerra entre potencias capitalistas, ambas con historia, prácticas y pretensiones imperiales-hegemónicas. Aquella consigna de “el enemigo de mi amigo es mi amigo”, aquí no aplica. Rusia ya no es socialista desde hace tiempo, desde la instauración de la dictadura estalinista que se mantuvo a flote hasta los años 80 del siglo pasado, donde su declive y colapso se debió a una alta burocratización, corrupción y pocos incentivos sociales y económicos para su tecnoburocracia educada, debido a lo rígido y vertical de sus estructuras dependientes de un partido comunista anacrónico, gerontocrático y sin aires de mayor renovación. Al mismo tiempo, la carrera armamentista con Estados Unidos alcanzó niveles de gasto hiper gigantescos, imposibles de mantener para la ex Unión Soviética. 

 

Asimismo, Estados Unidos desde hace ya largos años viene perdiendo dinámica en su crecimiento (consume más de lo que produce), dedicándose a un parasitario capitalismo especulativo financiero global. El crecimiento medio anual de su PIB disminuye progresivamente: del 4,4 % en 1969, al 4,1 % en 1978, al 3,5 % en 2002, y al 2,2 % en 2017. Su deuda externa es inconmensurable (contada en más de 25 trillones de dólares), apoyando su poderío principalmente en sus monumentales fuerzas armadas y el complejo militar-industrial. Pero recientemente la conjunción de China y Rusia como nuevo eje de poder se le enfrenta a su hegemonía mundial. La última semana de junio del 2022, Putin declaró abiertamente el “fin de la hegemonía unipolar”. Ante esta pérdida geo-hegemónica, la Casa Blanca busca por todos los medios contener el avance de estas dos naciones. Para ello en Europa, bajo su dirección, la OTAN cerca o rodea cada vez más geográficamente a Rusia. Eso fue lo que hizo responder a Moscú desarrollando una incursión (invasión ampliada) militar en Ucrania (“invasión” para algunos, “recuperación” para otros, dependiendo del lado y aparato propagandístico de donde vengan las conferencias de prensa).

 

Ucrania, exrepública soviética, ahora manejada por sectores políticos que incluyen a una ultraderecha neonazi que en su formación y en su lucha interna por el poder ha sido apoyada por la política internacional desde Washington, pasó a representar un peligro para la seguridad rusa. Cuando se habló de la posibilidad de que poseyera armamento nuclear y pudiera integrarse a la OTAN (ahora se habla también de la UE), Moscú respondió atacando militarmente, acelerando y ampliando una invasión particionista (buscando fragmentar Ucrania), que de hecho ya existía en la región oriental de Donbass, desde principios de la primera década del siglo XXI y que saltó al plano internacional con el “derribamiento por accidente” del avión de Malasia Airways vuelo 17 en la región de Donetsk en 2014. Hay que poner atención que Ucrania ha quedado prácticamente sola, en términos concretos de que algún otro país, sea de la UE o de la OTAN, la apoye con ejército regular defendiéndola directamente. Si ello sucede, provocaría una confrontación frontal y una escalada que podría terminar en el uso de armamento nuclear de largo alcance y la destrucción del planeta. Esta ayuda indirecta y activa que recibe Kiev evidencia que Ucrania fue utilizada por “Occidente” para implementar una estrategia de desgaste a mediano y largo plazos, planificada para prolongar las hostilidades entre las partes involucradas en la guerra. Esto trae otros escenarios inciertos que todavía necesitan ser analizados a mayor profundidad. 

 

Sin embargo al hablar de escenarios, hay que decir que Europa se disparó en el pie y éste está sangrando muy profusamente, porque al aceptar que Estados Unidos obligara a Ucrania a no negociar más proactivamente la paz con Rusia en los dos primeros intentos y tratar de optar por una victoria militar (prácticamente imposible a mediano plazo, convirtiéndose en realidad en una guerra de desgaste), se autocondenó a la inflación y a la falta de algunos suministros muy importantes y vitales en las cadenas de producción, aprovisionamiento y distribución. Está claro que Europa no contaba con un plan estratégico definido para estas contingencias graves en la obtención de suministros energéticos claves para su economía continental. La UE no había programado con antelación las opciones y visualizado los escenarios que actualmente se están dando en el continente. Entonces, se trataba de boicotear a Rusia y hacerle el mayor daño posible a su economía con las sanciones, pero de momento es Europa la que está siendo más afectada por la falta de petróleo y gas entre otros muchos productos. Además, se vislumbra una crisis mundial de alimentos que impactará principalmente al África y al resto del “Tercer Mundo” por la conjunción de los factores del cambio climático, la falta de insumos debido a esta guerra, los efectos residuales de la pandemia, más la crisis económica arrastrada hasta la actualidad, etc., etc., como se ha explicado anteriormente.

 

El capitalismo occidental sigue acusando a Rusia de invasora, sigue sancionándola con duras medidas económicas en forma progresiva, apretando las tuercas del “bloqueo económico”, que como ahora sabemos, traerá repercusiones que golpearán drástica y básicamente al pueblo ruso, al ciudadano de a pie del resto de países europeos y a ese mal llamado “Tercer Mundo”, el Sur, a la economía global en general. Podría haber además de la hambruna y el grave deterioro económico y ambiental incluso otra recesión mundial en un futuro no muy lejano (pronosticada para el 2024). Lo que sí está claro, es que la inflación galopante y las desigualdades económicas por sectores de producción, transformación y servicios en las diferentes zonas continentales, están causando un empobrecimiento progresivo de las clases trabajadoras y las clases medias en los países y sus sociedades a nivel mundial. Entonces, y como siempre, en toda guerra la primera víctima es la verdad de lo que está sucediendo. Por tanto, la gran maquinaria mediática demonizadora occidental y la maquinaria propagandística rusa, aunque más reducida en tamaño y extensión, presentan las cosas según su versión y conveniencia. 

 

Un ejemplo de ello es la figura del presidente ruso: Vladimir Putin ha sido demonizado por la prensa corporativa internacional occidental, a quien llama “zar”, llegándolo a comparar con la monstruosidad de Adolf Hitler, (aunque se sabe que Putin tiene una historia política muy oscura, infame, criminal y cuestionable). La matriz de opinión pública dual y maniquea que se ha ido creando lo presenta como un asesino de sangre fría, un dictador fascista y un autócrata extremista. Occidente por su parte se presenta como la “verdadera, completa e igualitaria democracia” y como la “más abierta, más flexible y más justa promotora y practicante de la libertad”, aun teniendo un pasado también fascista, nazi y dictatorial; gobiernos recientes y actuales ultraderechistas en Norteamérica y Europa, sin hablar de sus prácticas colonialistas y neocolonialistas del pasado lejano, reciente y del presente. Entonces, en este sentido, no se salva ni un lado ni el otro de la crítica comparativa con evidencia histórica y actual, recurrente de injusticias, tropelías y atrocidades en las decisiones y prácticas estratégicas geopolíticas. No debe olvidarse que han sido igualmente asesinas las invasiones y regímenes creados de cualquier poder imperial (sean estas en nombre de la izquierda o la derecha ideológica y política). No puede haber un falso purismo y determinismo, arropándoselos cada uno de los bandos directa o indirectamente involucrados en la actual guerra, sea el capitalismo noratlántico neoliberal y depredador o por el otrora socialismo y comunismo reales, convertidos en capitalismos nepóticos-autoritarios dictatoriales y expansionistas.  

 

La República Popular China, que se establece como el otro polo de poder en esta dupla Pekín-Moscú, de momento está expectante, sin querer intervenir directamente. No ha condenado la acción militar rusa (y parece que la está ayudando económicamente en estos primeros momentos del conflicto), y tiene ante sí un enorme desafío en la edificación de un nuevo tablero geopolítico. Su particular “socialismo de mercado” le ha funcionado a lo interno, logrando convertir al país en una superpotencia, resolviendo ancestrales problemas de pobreza y hambruna crónicas para su masiva población, principalmente rural. De todos modos, su proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda” con el que está ocupando crecientes espacios en la escena internacional no es, exactamente, un posicionamiento socialista. El “socialismo a la china”, que aplica las reglas, políticas y decisiones del mercado así como la manipulación monetaria y bursátil y la explotación global, sigue siendo aún una incógnita con preguntas y dudas en la parte ética y moral, con relación al control poblacional, de la media, del ciberespacio, del empresariado emergente, etc. Esas son las condiciones en las que vive el mundo en la actualidad. Más capitalismo y sus variantes con otros protagonistas.

 

Se instituye con todo lo que está sucediendo ahora, que el actual escenario podría llevar a otra guerra mundial (hasta el Papa Francisco ya la llama el inicio de la Tercera Guerra Mundial a estos meses de la invasión a mayor escala de Ucrania por parte de Rusia). Ello parece remoto y cercano” al mismo tiempo; no es descartable si las acciones bélicas se prolongan, si escalan y se salen del área geográfica donde se están dando. Lo cierto es que se abre un nuevo orden internacional donde Estados Unidos pierde la supremacía absoluta. De momento, no está claro por dónde discurrirán los hechos. El gobierno ruso dice estar en condiciones de resistir todas las sanciones económicas, dado sus enormes reservas (producto de la superproducción de energéticos), las cuarta en el mundo, tras China, Japón y Suiza. 

 

China y Rusia se vislumbran como grandes potencias desafiando a Estados Unidos, quien sigue manejando la economía y las fuerzas armadas de la mayor parte del mundo. El nuevo orden empieza a dibujarse. La situación se agrava con China y la importancia histórico-estratégica de Taiwán para Estados Unidos y el bloque Occidental. El presidente Biden ha dicho oficial y formalmente en días recientes, que un ataque o invasión a Taiwán por parte de China significará un ataque directo a Estados Unidos, una Tercera Guerra Mundial declarada. Al mismo tiempo, las tensiones geopolíticas en el Mar de la China son constantes y han escalado política y militarmente estos últimos años. Las viejas provocaciones se han ido intensificando en Sur Asia y en la Asia Lejana: entre las dos Coreas, entre Norcorea y Japón, entre China e India, entre Pakistán e India, entre Taiwán y China, entre Hong Kong y China, como parte de las más notorias noticias seguidas por los medios internacionales. 

 

La causa del socialismo como liberación de los oprimidos del planeta seguirá esperando. El socialismo chino no es al menos de momento, un referente para los pueblos y clase trabajadora de todo el orbe. Rusia, que abandonó su socialismo real con muchas equivocaciones y errores, se constituye ahora como poder capitalista con presencia global, pero los problemas eternos del capitalismo no se resuelven. Como dijo Fidel Castro: “Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”. Si habrá ahora un nuevo orden internacional, de momento eso para el pobrerío mundial no significa ningún cambio real en términos positivos. Por tanto, el socialismo (ese que se empezó a construir en la Rusia bolchevique de 1917) sigue esperando y seguirá esperando, según van las cosas. 

 

En la reciente Cumbre de Madrid realizada por la OTAN, se estableció que China “desafía sus intereses, seguridad y valores”, en tanto que Rusia constituye “la amenaza más significativa y directa” para su seguridad. Tanto la alianza noratlántica como la Unión Europea son las herramientas que utiliza la clase dirigente de Estados Unidos para seguir manteniendo su sitial de imperio dominante. Valga decir que si Europa Occidental “se deja” manipular de esa forma por Washington, es porque, en esencia, piensa exactamente igual: visión capitalista y blanco-centrista hegemónica. En esas reuniones también se discutió una lista de medidas más duras contra Rusia. Esto es un cuchillo de doble filo, pues se está creando un boicot internacional contra el país euroasiático que, de prolongarse la guerra, puede llevar o llegar a escenarios inciertos de una confrontación más amplia y poner en peligro al resto del mundo. Al mismo tiempo, los líderes de la OTAN han expresado su preocupación por la amenaza que China representa “al orden mundial”. China parece no ser un “adversario” militar en principio, pero representa serios desafíos como parte de la competencia estratégica global con Occidente, contra Estados Unidos específicamente. Para la OTAN, China está aumentando peligrosamente sus fuerzas militares, su desarrollo tecnológico y su arsenal de armas nucleares. 

 

La OTAN acusa a China de operaciones híbridas y del ciberespacio contra otros países, de subvertir el orden internacional basado en reglas y acuerdos internacionales, principalmente en los dominios espaciales, cibernéticos y marítimos. Tal vez lo más importante es la velocidad de expansión económica de China utilizando la inversión transnacional para crear dependencias e influencias estratégicas en varias regiones del mundo. Es decir, se está nuevamente en “más de lo mismo”, en una nueva oleada de la expansión capitalista, utilizada anteriormente y hasta la fecha por Occidente, pero ahora cada vez más en favor de los intereses expansionistas chinos. 

 

Todo lo anterior hace recordar lo que pasó el siglo pasado en las dos guerras mundiales, cuando Alemania y Japón intentaron cambiar el orden colonialista e imperialista británico-francés y estadounidense, lo cual al final desencadenó las dos conflagraciones mundiales conocidas. Sin embargo hay que hacer notar, con mucha claridad y cuidado, que en el pasado no se contaba con un arsenal nuclear tan amplio, letal y de exterminio total de la especie humana y del planeta como en estos días. Volvemos al título de este pequeño ensayo: estamos entrando en una etapa de la disputa de la hegemonía mundial y el nuevo orden internacional: con más capitalismo y neocolonialismo. Suena cansadamente recurrente, alarmante e indignante. Las sociedades humanas somos así. 



[1] Psicólogo, Filósofo y Psicoanalista, Docente Universitario; Analista, Ensayista, Escritor.  

[2] Doctor en Salud Global y Desarrollo, Docente Universitario, Analista y Ensayista Internacional.

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