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sábado, 6 de agosto de 2022

Estados Unidos: un provocador que quiere la guerra

 El declive del imperialismo norteamericano se torna cada vez más peligroso para la humanidad. Es una fiera herida, poderosa aún, que lanza zarpazos enfurecidos contra todo lo que siente amenazante.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

En América Latina hemos sabido de su bota poderosa desde la primera mitad del siglo XIX. Entonces, se expandió físicamente a costas de sus vecinos más cercanos, y hubiera ido más lejos de lo que fue si le hubiera convenido. Era la época de su crecimiento y afianzamiento, cuando vigoroso y joven se sentía invencible y retaba a las viejas potencias que aún coqueteaban con volver por sus fueros en nuestras tierras. La proclama de América para los americanos de 1823 expresa sus ansias de que le dejen el campo libre porque ya era hora que fuera él quien se cebara en donde antes lo hicieron los imperios decadentes.

 

Su vertiginoso ascenso encontró corolario en la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces fue señor del “mundo libre”, como gustaba catalogarse él y sus aliados occidentales, y solo le opuso resistencia el campo socialista con la URSS a la cabeza, pero luego de la caída del Muro de Berlín sintió que había llegado el “fin de la historia”, y que de ahí en adelante un mundo unipolar en el que reinaría era lo que le esperaba a la humanidad.

 

Poco le duró la euforia y pronto se evidenció que le habían salido rivales que ponían en peligro su dominio mundial. Enredado en los propios mecates del desarrollo del mismo capitalismo del que es líder, la globalización, que parecía ser el modelo al que debían incorporarse todos, so pena de quedar a la zaga, le tenía tendida una trampa: China, que supo engatusar a sus capitales, que partieron en busca de la dulzura de la colmena que les ofrecían en Oriente.

 

Cuando se dieron cuenta, se estaban quedando desnudos y estaban probando la vieja receta que todos conocemos desde hace mucho tiempo: el capital no tiene patria, va a donde le sea más fácil reproducirse, y China supo ofrecer la carnada sabrosa que picaron golosos.

 

Ahora tienen un problema serio y responden ante él acorralados y asustados. Quieren llevar a sus contrincantes al terreno de los golpes, como un pandillero cualquiera que ve amenazado su poder en el barrio y pretende dirimir quién es el más macho a los golpes. Sabe que sigue teniendo el aparato militar más poderoso de la Tierra, y trata de llevar la “resolución” de los problemas a ese territorio.

 

Eso fue lo que hicieron con los rusos, quienes, cada vez más cercanos a los chinos, son vistos como parte del problema que deben resolver. Los provocaron a través de la OTAN, instrumento de sus intereses, acarreando con ellos a una Europa que cada día que pasa se da más cuenta del craso error cometido.

 

Y ahora están provocando a China. La señora Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, en actitud retadora traspasa las líneas rojas puesta por Pekín para tener una relación amigable o, cuando menos, no confrontativa viajando a Taiwán. Juegan con fuego, sacan el pecho y quieren demostrar que siguen siendo los mismos de siempre, los que pueden hacer lo que les da la gana en cualquier parte del mundo. Ya no es así y se han dado cuenta, pero venderán caro su nuevo papel en la escena mundial. Lo hacen en un momento crucial de la historia de la humanidad, cuando deberíamos estar pensando en cómo resolver colectivamente problemas cruciales del mundo. Su actitud detiene y hasta echa para atrás lo poco que se ha logrado avanzar para detener el calentamiento global, la desigualdad, el hambre, las migraciones que asolan al mundo.

 

Es el ocaso de su imperio, ojalá que no nos arrastré a todos en su caída.  

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