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sábado, 13 de agosto de 2022

Reyes, zanahorias y garrotazos

 Aquí se encuentra una frustración norteamericana: en ver cómo los dos países que tradicionalmente han sido sus aliados optan por una nueva orientación político-ideológica.

Marcelo Valverde Morales* / Para Con Nuestra América

El reciente y dinámico ascenso de mandatarios de izquierda en los países de la región parece tener nerviosa a la elite política estadounidense, representada tanto por el ala dura del continentalismo nacionalista republicano, como también por los propulsores del globalismo financiero demócrata. Ambos grupos unidos por la aspiración imperial unipolar que siempre ha caracterizado la política exterior estadounidense.  Analicemos un poco el contexto global para comprender este nerviosismo. 

 

Los Estados Unidos como potencia hegemónica, ha visto con preocupación como su ostentación imperial unipolar ha ido perdiendo fuerza, tanto por el pujante poder económico y militar de China, como también por el resurgimiento ruso como preponderante actor global. 

 

Aquí se enmarca la primera frustración norteamericana, a partir de la ilusión de la caída de la influencia soviética como rival global a finales de la década de los 80. De manera que el “Fin de la historia” proclamado por Fukuyama fue una falacia en muchos sentidos, pero especialmente en su expresión militar. 

 

Actualmente la potencia norteamericana mueve sus fichas, al punto de que estamos en la antesala de lo que podrían ser cambios históricos en la arquitectura del sistema internacional. Reflejados principalmente a partir de la guerra entre Rusia y Ucrania (auspiciada por la OTAN), y las provocaciones entre China y Taiwán (auspiciadas por Nancy Pelosi).

 

Mientras esto sucede, la izquierda latinoamericana vive una nueva primavera: las protestas sociales acontecidas en Chile en 2019 y en Colombia en 2021 han conducido a una indignación generalizada por el deterioro de las condiciones de vida y el desinterés de las tradicionales clases políticas. Como resultado de este profundo sentimiento colectivo por justicia han llegado al poder Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia. 

 

Aquí se encuentra la segunda frustración norteamericana: en ver cómo los dos países que tradicionalmente han sido sus aliados optan por una nueva orientación político-ideológica. Mientras el retorno de Lula Da Silva se asoma a la vuelta de la esquina en Brasil.  

 

Es en este escenario contemporáneo donde han tenido lugar dos hechos que no pueden pasar desapercibidos y que nos recuerdan como se mantiene viva la rancia nostalgia imperial y su conductismo. El primero de ellos resulta fundamental a nivel simbólico. Me refiero a la solicitud de Gustavo Petro de presentar la espada de Bolívar a su toma de posesión, expresando que esta, como legado de libertad, le pertenece al pueblo. 

 

Ante el ingreso de semejante reliquia los mandatarios latinoamericanos (electos democráticamente) rindieron tributo poniéndose de pie. Mientras el Rey de España (no electo democráticamente) permaneció sentado con expresión seria. Como si la reliquia del Libertador le evocara un amargo (¿o traumático?) recuerdo. 

 

El segundo hecho, también reciente, superó lo simbólico para expresarse más bien en el campo de lo explicito. Se trata de la rabieta que protagonizó el senador republicano (compinche de Donald Trump) Ted Cruz, quien en declaraciones relativas a la llegada de Petro y con relación a una ley que pretende presentar expresó: 

 

“No estoy interesado en dar dólares de ayuda a los izquierdistas antiestadounidenses. Creo que nuestra política exterior debe usar garrote y zanahorias para alentar a otros países a comportarse de una manera que sirva a los intereses estadounidenses, fortalezca nuestras amistades, y que disuada a los países de tratar de dañar y socavar a los Estados Unidos de América.”

 

Las declaraciones de Cruz no necesitan ser ampliamente comentadas, son claras y concisas. Demuestran que para los intereses hegemónicos estadounidenses la región latinoamericana no se diferencia mucho de las ratas con las que en 1938 el científico Burrhus Frederic Skinner demostraría el conductismo. 

 

Menos mal, en América Latina no estamos dispuestos a ser comprendidos de esa manera, sino más bien como interlocutores libres, dispuestos a agenciar el destino en nuestras manos. Hasta que, como hermosamente expreso la nueva vicepresidenta de Colombia Francia Marques: “…La dignidad se haga costumbre”.

 

Investigador y profesor del Instituto de Estudios Latinoamericanos

 

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