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sábado, 10 de septiembre de 2022

Argentina: La destrucción como propuesta

 La destrucción como propuesta sobrevuela en nuestras sufridas poblaciones. Castigadas desde la pandemia, la usaron como pretexto para proponer oposición a las medidas recomendadas. Negar todo lo realizado. Negar todo lo hecho en su fatídica gestión.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Los acontecimientos posteriores al atentado de la vicepresidenta CFK, el arresto del autor, su compañera y los elementos surgidos en la indagatoria, pusieron de manifiesto que no actuó solo; él empuñó el arma instigado por mucha dirigencia que emplea el odio como expresión frente al otro, la misma que derrama día a día la cloaca mediática. Odio que horada la consciencia individual y genera enemigos dentro del interior de las familias y en los círculos íntimos de amistades que se vuelven antagonistas irreconciliables. 

 

Triunfo de un neoliberalismo individualista y narciso que copó las derechas tradicionales y las renovó incorporando grandes sectores de clases medias y bajas que se identifican con dementes libertarios que canalizan discursos desquiciados buscando lo más oscuro de cada individuo que, obnubilado de violencia vota contra su propio interés. 

 

En ese apocalíptico horizonte de muerte, no hay lugar para la esperanza. Allí sólo celebran los ricos y poderosos, felices de haber impuesto su voluntad, desintegrando todas las instituciones democráticas que garantizaban cierta convivencia. Convivencia que… en definitiva, debe asegurarse para no caer bajo las propias balas.

 

Remontar desde ese territorio arrasado, exige la férrea convicción de la dirigencia progresista, la que debe dar pruebas concretas en defensa de los intereses que representa. No se agota en el discurso florido ni en los aplausos que despierta. No. Reclama acciones tendientes a garantizar una subsistencia decorosa en bienes y servicios, acorde con los niveles de producción alcanzados y los saldos de exportación logrados a presión en los últimos tiempos, tiempos marcados por la nueva gestión económica. Gestión que debe rendir cuentas en Washington, conforme la agenda impuesta al patio trasero.

 

No sólo es un fenómeno local la escalada reciente de violencia. Azota a la región, a nuestros vecinos más próximos, Chile con los resultados adversos a la reforma constitucional de este último domingo; Brasil que, en la celebración de su Independencia, este 7 de septiembre, mostró el desfile del bolsonarismo en campaña.

 

El país trasandino con el casi 62% del rechazo, puso de manifiesto ante el joven mandatario, la influencia pinochetista que persiste desde hace más de cuatro décadas. Visto desde el astigmatismo foráneo, podría inferirse la deconstrucción del inconsciente colectivo llevado a cabo por una dictadura atroz. Los chilenos seguramente, tienen su propia y justificada versión, más aguda y descriptiva, según el cristal utilizado por cada observador.

 

Brasilia, según las versiones periodísticas, amaneció en su día patrio hecha un desierto. Sus desolados edificios futuristas aguardaban un desfile militar como en épocas pretéritas. La arenga presidencial que se repetiría en Río de Janeiro en horas de la tarde, tendría a la aviación como coro de fondo. Sendos actos fueron bendecidos por algunas iglesias que han aportado al gobierno sus propios pastores que, no por religiosos son buenos. 

 

La destrucción como propuesta sobrevuela en nuestras sufridas poblaciones. Castigadas desde la pandemia, la usaron como pretexto para proponer oposición a las medidas recomendadas. Negar todo lo realizado. Negar todo lo hecho en su fatídica gestión. Negar la historia reciente, cuestión de destruir el pasado colectivo e indirectamente, a través de la realidad construida en las redes, eliminar el pasado individual en la ilusión de lograr un minuto de éxito, una panacea existencial vaciada de todo contenido altruísta. Encandiladas por un repentismo en la satisfacción de necesidades, pretenden idéntico resultado en todos los aspectos de la vida social y económica. Hecho que pone en discusión la eficacia y existencia de las instituciones democráticas, intentando desdibujar el rol del Estado frente al omnímodo mercado, voraz y sin fronteras que terminará sin duda con el planeta.

 

A sabiendas de la fragilidad de la justicia y la manipulación constante de sus presupuestos establecidos. Todo parece estar permitido en esa carrera a la extinción.

 

En un reportaje el psicoanalista argentino, Jorge Alemán, radicado en Madrid desde 1976, expresaba su preocupación frente al reciente atentado. Explicaba al periodista Oscar Ranzani, el fenómeno de la violencia a través de sus propios estudios y textos: “Hay una homología estructural entre el discurso capitalista y el neoliberalismo. El neoliberalismo es el triunfo, en términos heideggerianos, de la técnica. Es la idea de entrenar al cerebro a través de las estructuras cognitivas, las nanotecnologías, las redes informáticas. Es gestionar el cerebro como si fuera una empresa. A la vez, a toda la violencia del sistema, el neoliberalismo la intenta hacer pasar por la culpa del sujeto; es decir, el propio sujeto es culpable de todas las circunstancias adversas que le tocan vivir en este mundo. La idea es que cada sujeto considere su libertad en los términos de costo-beneficio. Todo eso ya estuvo previamente enunciado por Lacan cuando escribió el discurso capitalista. Habló del rechazo del amor; es decir, esta especie de management del alma que hay ahora con los términos empatía, autoestima, resiliencia que, en realidad, son términos que tratan de entrenar a los sujetos para que soporten cualquier cosa o para que la única realidad de esos sujetos sea su narcisismo. Lacan también en ese discurso anunció el plus de gozar, un término muy problemático. No solo está en la clase dominante, sino también juega su papel en los sectores explotados y en los sectores oprimidos. Basta ver cuando se dice que muchísimos sectores de la población en distintas partes del mundo votan contra sus propios intereses.”[1]

 

De otro modo no se explican estos fenómenos de violencia en que muchos se ven reflejados como en un espejo perverso de la realidad donde canalizan sus pasiones más oscuras. Los menos se mimetizan en disculpas civilizadas y salen a disculpar lo que no tiene disculpas. Esa es la conducta de muchos periodistas que deben mantener el nivel de odio por el que se les paga salarios elevadísimos. Bajar de ese tren equivaldría a desaparecer, volver a ser los parias que fueron. Ellos jamás serán parte del círculo de poder que los mantiene. Tampoco lo serán los políticos oportunistas de la oposición que ocupan escaños para dictar leyes aberrantes dispuestas a suprimir derechos y penalizar cualquier reclamo. Lo mismo sucede con el colectivo judicial, sobre todo del ámbito federal, quienes deben ser dóciles a los poderosos so pena de quedar anclados para siempre. Por último están los perejiles que ponen la cara, sobre los que cae el peso de la ley y generan el escarnio colectivo como aquellas ejecuciones medievales donde la horda sedienta disfrutaba ver el derramamiento de sangre.

No ha cambiado nada, al contrario se celebra la destrucción como única propuesta a sabiendas que cientos saldrán a identificarse y celebrar la violencia. Violencia que siempre busca un blanco sobre el cual arrojarse, en eso el peronismo cumple con todas sus exigencias. Del mismo modo el odio al feminismo, expresado en el atentado a la vicepresidenta y en las expresiones de las mismas mujeres que la denigran, seguramente por su trayectoria e inteligencia. Como esclarece Jorge Alemán: “El odio termina siendo no algo que se dirija a una forma de pensar solamente. El odio se dirige al ser. Esa es la potencia que, a veces, tiene el odio respecto al amor: el odio se dirige a la propia existencia. Entonces, la voz, los gestos, el cuerpo, la manera de moverse, todo eso nutre al odio.”[2]

 

Desde luego que no es mi intención hacer la apología del odio. Todo lo contrario, son momentos de llamar a la reflexión, exhortar a la calma y a la armonía general. Intentar una convivencia que privilegie el diálogo y el respeto al disenso, la pluralidad de ideas que enriquece el conocimiento.

 

Sin embargo, necio sería ignorar todo lo ocurrido en los últimos tiempos, antes y después de la pandemia; las campañas incitando a la desobediencia, impulsando a recuperar una libertad sin límites, más compañera del libertinaje y la irresponsabilidad desde un celebrado y demente egoísmo, donde toda asociación propia a su inmanente sociabilidad y necesidad de atención desde el nacimiento hasta la adolescencia, quedaba al margen, ridiculizada por la vocinglería sin sentido. 

 

De allí la necesidad de recuperar el sentido común atomizado estos años por la prédica de la violencia y el odio.

 



[1] Oscar Ranzani, Jorge Alemán: La presencia del odio es constitutiva del neoliberalismo, Página 12, 8 de septiembre de 2022. 

[2] Ibídem.

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