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sábado, 5 de noviembre de 2022

Leer a José Martí en clave descolonizadora, una urgencia del presente

 Urge examinar nuestras realidades nacionales y también el todo continental; implementar políticas coherentes que ayuden a la salvaguarda de lo propio y frenen la imitación de lo foráneo…

Marlene Vázquez Pérez* / Para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba

La primera condición sine qua non para la existencia de un pensamiento descolonizador es la plena conciencia de la valía, de la autenticidad de la cultura propia, y de las diferencias respecto a otras culturas. Desde muy temprano, con apenas 18 años, Martí dio muestras de tener muy claro  la especificidad de nuestros pueblos, frente a la otra América: 
 

Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento.-Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad […] Imitemos. No!-Copiemos.  No! - Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos.-Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?// Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. Maldita sea la prosperidad a tanta costa![1]

 

Esto lo dice alguien que aún no ha visitado los Estados Unidos, y que el único conocimiento que tiene de ese país proviene de referencias o lecturas. 

 

Esa mentalidad descolonizadora tiene entre sus muestras más tempranas la preocupación por la libertad de espíritu, que viene, en su criterio, de la cultura, del afán de superación de cada individuo. En uno de sus textos más citados y comentados sobre asuntos educativos, “Maestros ambulantes”, dice: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. //Ser culto es el único modo de ser libre. // Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.”[2]

 

La única fuente de prosperidad que aprueba es la del trabajo honrado y aquella significa para él posesión lo que basta a la comodidad y a la satisfacción de las necesidades materiales, nunca es sinónimo de lo ostentoso o lo superfluo. Es contraria a lo que la mayoría entiende como tal, pues el consumismo demencial la iguala con la opulencia de unos pocos y la miseria brutal de las grandes masas desposeídas. 

 

Esa intención descolonizadora tiene cumbres como La Edad de Oro, que no es una revista de entretenimiento para niños y jóvenes, sino un proyecto cultural de grandes proporciones y contenido emancipatorio. Estaba dirigida a quienes serían los adultos del siglo XX, y a los que aspiraba a formar como ciudadanos cultos, capaces de conducir con originalidad y sabiduría el destino de sus respectivos países. Una revista donde se aúnan lo americano y lo universal, la vocación ética y la hondura reflexiva, el amor a la patria y a nuestros semejantes. No debe perderse de vista que en el mismo primer número aparecen “La Ilíada, de Homero” y “Tres héroes”, de manera que la épica clásica y la de nuestra historia continental alimentan simultáneamente la vocación heroica de los pequeños lectores.

 

De ese mismo año, aunque algo anterior, es su carta al director de The Evening Post,  fechada en Nueva York, y publicada el 25 de marzo, conocida como  “Vindicación de Cuba”. Con ella respondía a los artículos “¿Queremos a Cuba?”, aparecido en The Manufacturer, de Filadelfia, el día 16, y “Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba”, publicado el 21 en el periódico neoyorquino, en el cual este se hacía eco de las ideas anticubanas, profundamente irrespetuosas y racistas,  expresadas en el primero. Realmente con “Vindicación…” Martí desmontó una campaña mediática que fabricaba un pretexto para intervenir en Cuba. Esos criterios sobre las supuestas “pereza”, “inutilidad”, “cobardía”, “incapacidad cívica” de los cubanos, eran extensivos a toda nuestra América y   encubrían antiguos apetitos anexionistas, pues desde los mismos albores de los Estados Unidos como nación independiente existía el propósito en muchos de sus prohombres  de hacerse de la Isla a toda costa. 

 

Junto con la respuesta a la injuria, basada en argumentos sólidos, expresó reiteradamente su intención de pasar a la contraofensiva y publicar un periódico en inglés, para hacer llegar al lector estadounidense nuestras verdades, idea que no pudo materializar por falta de medios económicos. 

 

A fines  de 1889 se desarrolló la Conferencia panamericana. La misma se extendió hasta avanzado el 1890, y Martí escribió una serie de crónicas formidables sobre el cónclave, además de otros textos de diferente naturaleza, entre los que destaca su discurso de homenaje a José María Heredia, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889 y luego impreso en forma de folleto y distribuido entre los delegados. Era este un modo de contrarrestar la estrategia deslumbradora de los anfitriones, a la vez que por el lado afectivo vinculaba a los delegados con Heredia, con el cual compartían comunidad de orígenes. Así se sentirían orgullosos del bardo del Niágara, que cantó en español al portento como no lo ha hecho todavía ningún anglosajón. 

 

Para convencer a los diplomáticos del Sur de la “indiscutible superioridad” estadounidense, James G. Blaine, Secretario de estado del presidente Benjamín Harrison, y artífice de esa maniobra colonizadora, trazó un programa de seducción y presión, iniciado con una gira fastuosa por el país, para que  visitaran todo lo digno de verse, desde las Cataratas del Niágara, hasta los altos hornos de Pensilvania, sin olvidar grandes ciudades, como Nueva York, universidades, museos, etc. Ello pretendía afianzar un sentimiento de asombro y de admiración hacia Estados Unidos, y convencer a los visitantes de la inferioridad propia. De ese modo el colonizador daba un primer paso, imprescindible para el éxito de sus objetivos: sojuzgar el intelecto y el sentimiento, pero el emigrado subalterno José Martí, desde su exilio vigilante, trazaba sus propios planes defensivos, válidos hasta nuestros días. 

 

Otro de los documentos imprescindibles al respecto es su discurso conocido como “Madre América”, pronunciado el 19 de diciembre de 1889, en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, en la velada de homenaje a los delegados de nuestros países. En él Martí analiza en paralelo las dos Américas, la de Lincoln y la de Juárez, de manera que las causas históricas expuestas con singular vuelo poético ilustran por sí mismas las diferencias en los niveles de desarrollo de ambos territorios, y desmotan minuciosamente la falacia de la supuesta inferioridad de los pueblos del Sur.

 

Este discurso ha sido leído y entendido como una suerte de pórtico del ensayo “Nuestra América,” definidor de nuestras esencias. Es sabido que ese texto se centra en la definición culturológica de lo americano, a la vez que traza, desde la autoctonía, los nexos con la universalidad. Sentaba  las bases de la soberanía continental en todas las esferas, a tal punto que expresaba la necesidad de crear un arte de gobierno propio, que habría que trabajar y perfeccionar desde dentro, si queríamos ser verdaderamente independientes, puesto que la colonia había continuado viviendo en la república: ésta debía luchar contra aquella y vencerla.[3]

No era sólo soberanía política, sino  emancipación espiritual, cultural. Rebasado el medio siglo de independencia en el continente, las rémoras  coloniales coartaban el desarrollo de nuestros países. Hoy, a más de 130 años del aserto martiano, y envueltas en máscaras “neo”, ese mismo lastre de devoción por el antiguo amo, o por el nuevo amo disimulado, es el que propicia el menosprecio de lo propio y la mirada hacia el Norte. Este se presenta en el imaginario continental, a merced, cada vez más, de la guerra cultural y del poder de los grandes medios de comunicación, como la Tierra prometida que no es. 

 

La globalización neoliberal ha extendido costumbres, festividades, modos de hacer y decir de los poderosos, que con su apariencia inofensiva y divertida pretenden imponer patrones de comportamiento e íconos culturales y simbólicos en los más diversos territorios. La  cultura hegemónica termina imponiéndose y la resignación y aceptación fatalistas no son las soluciones. Desde hace algunos años el Halloween, ajeno a nosotros, se celebra en la Isla, y cada vez gana más adeptos entre la población joven. En ello puede haber ingenuidad, imitación de lo que se ve en el cine y  desconocimiento, pero lo que sí resulta indignante e inconcebible es que en nuestro país se legitimen disfraces del tristemente célebre ku-klux-klan, cuyos actos violentos han aterrorizado a la población negra estadounidense durante más de un siglo. Desde su fundación  hasta hoy esta organización ha impuesto la ideología fascista de los supremacistas blancos y ha dejado tras sí una estela de infamia y dolor. Entre sus prácticas habituales están los linchamientos, algo que Martí criticó duramente.

 

En 1894 publicó en Patria su artículo “La verdad sobre los Estados Unidos.” Con él inauguraba la sección “Apuntes sobre los Estados Unidos”, la cual  apareció por primera vez en el no. 105, del 31 de marzo de ese año. En ella se publicaban traducciones de noticias procedentes de la prensa estadounidense, en las que se hablaba de hechos violentos en diversos estados de la Unión. Sobresale en este número el linchamiento de un joven negro, acusado de asesinato, que esperaba el juicio en una cárcel de Pennsylvania. Se publica el grabado, en cuyo pie reza, para mayor horror, que un niño preparó la horca.

 

 Ello da fe de su labor de alerta a nuestra América, y de su denuncia del racismo entre los rasgos estadounidense  que no deben ser imitados. Desmitificaba así al coloso vecino, que no era modelo a seguir en las repúblicas nuestramericanas. El pensamiento descolonizador de José Martí, tanto por  su contenido teórico, como por el ejemplo de civismo y eticidad, sigue siendo una alternativa para enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo. 

 

Urge examinar nuestras realidades nacionales y también el todo continental; implementar políticas coherentes que ayuden a la salvaguarda de lo propio y frenen la imitación de lo foráneo; trazar estrategias de enseñanza de nuestra historia y de nuestra literatura desde dentro, con vocación universal; proteger la memoria histórica de saqueos y distorsiones; continuar incidiendo en la comunicación con medios propios, y ampliar su alcance estratégico; plantearnos, desde las Ciencias sociales, qué podemos hacer en aras de una Humanidad mejor, más justa y equitativa, y qué podemos aportar a ella desde Nuestra América. 

 

Creo indispensable continuar perfeccionando las  estrategias de difusión de la vida y la obra de Martí. Hay que barrer con las visiones esquemáticas, las citas descontextualizadas, las manipulaciones de su palabra para legitimar fines espurios,  entre otros muchos males.[4]   Es preciso  llegar  con su obra a los lectores, en especial a los más jóvenes, con argumentos y con afectos, a la razón y al corazón. Sólo así calará hondo y rendirá frutos perdurables su pensamiento descolonizador. Si estas notas fugaces consiguen motivar futuras indagaciones, y despiertan iniciativas transformadoras a nivel sociocultural, habrán cumplido sus propósitos iniciales, pues solo pretenden abrir y prolongar un diálogo útil y reflexivo.

 

*Directora del Centro de Estudios Martianos.



[1] JM, OC, t. 21, p. 15-16. 

[2] JM: OC, t. 8, p. 289. 

[3] Véase JM: Nuestra América, OC, t. 6, p. 19. 

[4] Véase de Marlene Vázquez Pérez “¿Cómo comunicar la vida y la obra de José Martí?” Disponible en : https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2021/07/como-comunicar-la-vida-y-obra-de-jose-marti/

 

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