Así que, el que seamos descendientes de españoles (cuya historia empezó hace solo 500 años) o bien, de nicaragüenses, cubanos, colombianos, etc. (cuya realidad se ha vivido en las últimas décadas) nos es útil para dejar en el cesto de la basura la pasión nacional de muchos y para desmantelar, desde sus raíces, los discursos xenofóbicos. Ser migrante no es la desgracia de los recién llegados, como lo creen los que llegaron antes; al contrario, permite renovar las poblaciones, diversificarlas, no solo biogenéticamente sino, culturalmente pues, el que viene trae la pasión por lo que ha sido sumado a lo que sus ancestros le inculcaron desde los primeros días de su vida.
Pueda que suene idílico; sin embargo, cuando lo escribo, pienso en los venezolanos que pululan en nuestras calles pidiendo colaboraciones para seguir hacia el Norte, o para devolverse; o en los cubanos que duraron meses mientras se les daba paso en Peñas Blancas, por su desesperación por llegar con “los pies secos” al coloso del Norte; igual que los haitianos, colombianos y orientales. En su conciencia portan ilusiones y sueños y, aunque algunos fracasen en el camino, esa utopía de buscar una tierra prometida, un paraíso que mana leche y miel se recrea por décadas o milenios. Desde Costa Rica pienso en la riqueza generada con el trabajo de los nicaragüenses en el campo y la ciudad; pero también en la mezcla múltiple de su cultura con la nuestra: hay quienes afirman que el gallo pinto nos sabe mejor, después de haber sido sazonado por la nica en la cocina del tico. De igual forma, se dio hace varias décadas, cuando la migración de sudamericanos enriqueció nuestra vida universitaria y consolidó el sentido de identidad latinoamericano que a veces olvidamos. Fue cuando los regímenes militares del Cono Sur provocaron la diáspora de intelectuales, sobre todo. Dejaron estudiantes, profesionales, riqueza material y cultural pues, el vino de los chilenos y argentinos fue maravillosamente agregado en nuestra mesa.
Hablamos de millones de seres humanos deambulando por todo el mundo. Para el 2020, según el informe reciente de la OIM, a nivel mundial “vivían en un país distinto de su país natal casi 281 millones de personas, es decir, 128 millones más que 30 años antes, en 1990 (153 millones), y más de tres veces la cifra estimada de 1970 (84 millones)” (p.23). Esa realidad social ha desatado en Europa y, también en Nuestra América, los odios de los que se creen dueños del lugar en que se encuentran. Pero la realidad es muy diversa y conlleva sus ironías. El premio Nóbel de economía, 2017, Richard H. Thaler ha subrayado la importancia de las migraciones en los países que disfrutan las delicias del capitalismo avanzado y repercute positivamente frente a la realidad del envejecimiento de sus poblaciones locales: "O se incita a la gente a tener hijos o dejamos que vengan migrantes"; continúa: “Si el conflicto es que las poblaciones están envejecidas, la natalidad se ha desplomado y financiar las pensiones cada vez es más complicado, su solución para salvar el sistema pasa por una libre circulación de personas…”. Por esta razón, señala: "El nacionalismo y la xenofobia son dos problemas mundiales… Necesitamos trabajadores y necesitamos migrantes. Si seguimos con menos nacimientos tendremos un problema. Hay mucha gente que quiere trabajar y existen obstáculos políticos que lo impiden…” (Publico.es/sociedad, 2/11/2022). Es tan absurda la xenofobia y los obstáculos políticos migratorios que las clases políticas olvidan que las pensiones que hoy se pagan a aquellos trabajadores que las cotizaron en el pasado, se financian con las cuotas de los que hoy trabajan y tienen la expectativa de que en algún momento llegarán a pensionarse.
Con lo afirmado por Richard Thaler y por la fuerza de las necesidades materiales, el abanico de conductas hacia el otro, al que migra, ha de pasar del ámbito de los negativos, los rechazos, odios e indiferencias, hacia las prácticas de tolerancia y respeto; no solo esto, corresponde también, por la audacia, persistencia y tenacidad para llegar, de los que migran, la merecida admiración y agradecimiento; sobre todo, por parte de poblaciones, como las nuestras donde la capacidad productiva, en las áreas de la economía se ha diezmado y, el ímpetu reproductivo en las parejas se ha desplazado de los niños hacia las mascotas.
Gracias Jaime, ya lo compartí en facebook. Me ayuda a entender qué hay latente tras los términos "país expulsor" y "país receptor" y lo compleja que parece ser hoy la división internacional del trabajo, en beneficio, como sabemos, de los de siempre.
ResponderEliminarAsertado con su apunte, el gran capital humano que aportan las personas que ingresan a nuestro país, en un momento de gran explosión demográfica se requiere de mensajes con consciencia inclusiva.
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