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sábado, 3 de diciembre de 2022

Un ejército de luz

 “Somos un ejército de luz, y nada prevalecerá contra nosotros”: así definió Martí al Partido creado para liberar a Cuba y Puerto Rico del coloniaje español, y prevenir la expansión del naciente imperialismo norteamericano por el Caribe y la América Central. Tal es la riqueza del pensar político que iluminó el momento martiano del andar de de nuestra América.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá


“¡Ah! Verdaderamente, la revolución de Cuba, corona y garantía de la de nuestra América, hallará a su hora grandes surcos. No se perderá por la tierra. No caerá en el mar.  La amará un continente. La saluda ya  el hosanna conmovido de los hombres”.

José Martí, 1892[1]


El concepto de revolución ocupa un importante lugar en el pensamiento político de José Martí. Esto ya es evidente en su juventud, sobre todo a partir de su ingreso a México en 1875, tras cumplir la pena de destierro a España que le había sido impuesta por las autoridades coloniales de ese país en Cuba, debido a su temprana participación en la lucha por la independencia de su país.

 

La fecha tiene su importancia. Nuestra América empezaba a emerger de las guerras civiles que siguieron a sus revoluciones liberales de independencia, que desembocaban en la creación de Estados que se reconocían como liberales y tenían un claro carácter oligárquico.[2] Entre 1876 y 1881, Martí – ya por entonces un joven intelectual y político liberal – conoció de cerca los resultados de esa creación en México, con la llegada al poder de Porfirio Díaz, y en Guatemala y Venezuela, con las dictaduras de Justo Rufino Barrios y Antonio Guzmán Blanco, conocido como el Autócrata Ilustrado. 

 

Esas experiencias llevaron a Martí a repudiar la organización oligárquica del estado liberal, y el uso de la represión política y la corrupción como medios de gobierno, considerándola una desviación en el proceso histórico de la independencia. “Porque oligarquía hubo en nuestros países,” dijo en 1884, 

 

y fue ella la que alentó y dirigió nuestra revolución de independencia; pero no para su provecho, sino para el público; y no para tener en cepo y grillos el alma luminosa, sino para imprimir con Nariño los “derechos del hombre”. ¡Y ahora está aconteciendo que los hijos de aquellos próceres gloriosos no hallan otra manera de honrarlos más que la de ingerir de nuevo en su patria los serviles respetos y vergonzosas doctrinas que echaron abajo, acompañadas de sus cabezas, sus progenitores![3]

 

 

De allí, también, que planteara que en nuestra América aún era necesaria una revolución: “la que no haga Presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones: el levantamiento de todos los hombres pacíficos, una vez soldados, para que ni ellos ni nadie vuelvan a verlo [¿serlo? gc] jamás.”[4]

 

Para la época, el término revolución designaba simplemente la captura del poder mediante el uso de la fuerza. En el caso de Cuba, cuya lucha por la independencia ingresaba en una etapa de agotamiento político que se prolongaría hasta fines de la década de 1880, el término tenía sin embargo una complejidad de otro orden, que obligaba a entender que lo necesario no era “sólo la revolución de la cólera”, sino “la revolución de la reflexión.” Se trataba, decía Martí, de “la conversión prudente a un objeto útil y honroso, de elementos inextinguibles, inquietos y activos que, de ser desatendidos, nos llevarían de seguro a grave desasosiego permanente, y a soluciones cuajadas de amenazas.”[5]

 

A mediados de la década de 1880, esa reflexión ya requería entender que la lucha por la independencia debía incluir la tarea de evitar una deriva liberal oligárquica en la formación de la nueva república. Los medios para esa tarea no existían aún, y debían ser creados. Ese problema subyace tras el conflicto entre Martí y los caudillos militares de la primera guerra de independencia, que éste encaró mediante una carta en la que planteaba al general Máximo Gómez 

 

cuando en los trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención […] de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana?”[6]

 

A partir de allí, la reflexión sobre el problema gana en riqueza y complejidad, y lo lleva a plantear desde su propia formación y experiencia que la revolución “no es más, en la ciencia política verdadera, que una forma de la evolución, indispensable a veces, por la desemejanza u oposición de los factores que se desenvuelven en común, para que el desenvolvimiento se consuma”.[7] Esa misma línea de pensamiento lo llevaría a decir, tres años después, que “la política científica” no consistía “en aplicar a un pueblo, siquiera sea con buena voluntad, instituciones nacidas de otros antecedentes y naturaleza, y desacreditadas por ineficaces donde parecían más salvadoras; sino en dirigir hacia lo posible el país con sus elementos reales.”[8]

 

Así, para fines de la década de 1880 Martí asumió que el problema fundamental de la revolución liberal democrática consistía en hacer del propio pueblo el protagonista tanto de la conquista de la independencia como de la construcción de la república que surgiera de ella. En esa perspectiva, además, comprendió que la herramienta adecuada para ese propósito era la organización del propio pueblo en un partido político, entendido a partir del hecho de que “no es la política más, o no ha de ser,”

 

que el arte de guiar, con sacrificio propio, los factores diversos u opuestos de un país de modo que, sin indebido favor a la impaciencia de los unos ni negación culpable de la necesidad del orden en las sociedades […] vivan sin choque, y en libertad de aspirar o de resistir, en la paz continua del derecho reconocido, los elementos varios que en la patria tienen título igual a la representación y a la felicidad.[9]

 

A esa tarea procedió Martí, con una disciplina cuyo rigor estaba sostenido por un pensamiento claro y preciso. Para 1892 nacía el Partido Revolucionario Cubano, concebido y construido como una organización capaz de asumir “responsabilidades sumas en los instantes de descomposición del país,” nacida

 

del empuje de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al nacer la vida republicana. Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de fuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.[10]

 

“Somos un ejército de luz, y nada prevalecerá contra nosotros” [11]: así definió Martí al Partido creado para liberar a Cuba y Puerto Rico del coloniaje español, y prevenir la expansión del naciente imperialismo norteamericano por el Caribe y la América Central. Tal es la riqueza del pensar político que iluminó el momento martiano del andar de de nuestra América. Tal, también, el que reclaman nuestros tiempos, que son otra vez de cambio y de incertidumbre.

 

Alto Boquete, Panamá, 2 de diciembre de 2022



[1] “En New York”. Patria, 7 de julio de 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. V, 75.

[2] Al respecto, por ejemplo, Guerra, François Xavier (2000): Modernidad e independencias: Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. 3ª ed. Fondo de Cultura Económica, MAPFRE. Colección HISTORIA.

[3] “Guerra literaria en Colombia”, La América, Nueva York, julio de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VII, 412-413

[4]Alea Jacta Est”, El Federalista. México, diciembre 7 de 1876. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 360. 

[5] “Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall, Nueva York. 24 de enero de 1880.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. IV, 192.

[6] “Al General Máximo Gómez”. New York, 20 de octubre de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. I, 177-178.

[7] “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Masonic Temple, Nueva York. 10 de octubre de 1887.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. IV, 242.

[8] “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Hardman Hall, Nueva York. 10 de octubre de 1890.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. IV, 248.

[9] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”Patria, 17 de abril de 1894. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. III, 139.

[10] “El Partido Revolucionario Cubano”. Patria, Nueva York, 3 de abril de 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. I, 366.

[11] “La Delegación del Partido Revolucionario Cubano a los Clubs.” Julio, 1893. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. II, 359.

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