La izquierda latinoamericana no encuentra la salida en otros laberintos. Uno de ellos es el de Nicaragua; el otro es el de Rusia, ambos presentes en la realidad política del mundo contemporáneo.
La izquierda hace avances en América Latina que no logra hacer en otras partes del mundo. En este preciso momento, nos encontramos inmersos en lo que se ha dado en llamar la segunda ola de gobiernos progresistas y de izquierda, mientras en Europa y Estados Unidos avanzan movimientos y partidos abiertamente de derecha, algunos incluso de vocación filo fascistas.
El que a los gobiernos de esta segunda ola se les ubique como parte de un mismo fenómeno político no implica que haya homogeneidad ideológica entre ellos. Los hay desde los que pueden ser catalogados como socialdemócratas hasta los que se declaran socialistas, “de viejo cuño” o en busca de formas adecuadas al siglo XXI.
Muchos de estos gobiernos han ganado en procesos electorales en los cuales sus contrincantes eran de una derecha radical. Así sucedió en Chile, Bolivia, Brasil, Colombia y Honduras, por lo que sus triunfos provocaron un suspiro de alivio; pero con el tiempo aparecen las discrepancias y las opiniones divergentes sobre si lo que hacen se corresponde con lo que “debe hacer” la izquierda o no.
Ese es un primer laberinto en el que las izquierdas latinoamericanas se pierden o, diciéndolo en términos mesoamericanos, se muerde la cola. ¿Qué es ser de izquierda hoy en día y qué debe hacer un gobierno que se catalogue como tal?
Esas interrogantes estuvieron menos presentes en la primera ola de gobiernos progresistas y de izquierda, porque en ella hubo una serie de iniciativas que a la izquierda latinoamericana le pareció conveniente y le agradaron porque estaban en sintonía con su tradición.
Eran propuestas y medidas de corte latinoamericanista y espíritu antiimperialista, que buscaban la integración autónoma latinoamericana. Se amparaban en un espíritu bolivariano como antecedente histórico, pero se fundamentaban en una lectura del mundo contemporáneo que apostaba por la multipolaridad y las relaciones sur-sur.
Brasil con Lula y Venezuela con Hugo Chávez lideraron este movimiento, en el que había otras figuras de primer orden como Kirchner y Correa.
Pero ahora no. Hay llamados de los presidentes colombiano y mexicano e iniciativas tibias que no logran generar movimientos y procesos como los de la esa primera ola. De alguna forma, se desperdicia la oportunidad de generar iniciativas nuevas o de relanzar o fortalecer las que ya tienen camino recorrido, pero que perdieron fuelle por distintas razones.
La izquierda latinoamericana no encuentra la salida en otros laberintos. Uno de ellos es el de Nicaragua; el otro es el de Rusia, ambos presentes en la realidad política del mundo contemporáneo.
En el caso de Nicaragua, hay una izquierda que la defiende y otra que la aborrece, que ve al FSLN encabezado por Ortega y Murillo como una dictadura traidora de los principios de la revolución de 1979. Los argumentos van y vienen, no hay necesidad de repetirlos porque todos los conocen.
Y algo similar pasa con Rusia en este panorama en el que ha invadido a Ucrania. Hay quienes siguen viendo en ella a la vieja URSS, y eso me hace recordar mis conversaciones por la vía virtual con colegas del Instituto América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia que, un par de años antes de estos acontecimientos, ya nos advertían de este fenómeno que ellos catalogaban como un espejismo.
En estos laberintos no hay Ariadna que ofrezca el hilo que lleve a la salida, y desgastan a una izquierda que está teniendo, parafraseando a García Márquez, su segunda oportunidad sobre la tierra. Ojalá después no nos lamentemos de haberla desperdiciado.
Por lo menos tengo claro que el traidor nica no tendrá perdón.
ResponderEliminarHay críticos de los críticos que son más papistas y rígidos que un riel: el anatema se impone.
ResponderEliminarMano, borren mi correo de su lista de distribución, lo he solicitado muchas veces espero que ahora lo hagan, ya no quiero recibir sus publicaciones
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