El reordenamiento geopolítico del mundo se refleja en las giras que hacen en simultáneo esta semana a América Latina el canciller ruso Serguei Lavrov y la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Richardson llamó la atención hace poco tiempo con sus declaraciones ante el Congreso de los Estados Unidos, en las cuales expresó abiertamente y sin tapujos la importancia de la región para su país en la medida en que es reservorio de recursos naturales cuyo acceso se les ha tornado difícil dado el ambiente confrontativo entre las grandes potencias mundiales. La generala Richardson mencionó especialmente el litio y el agua, aunque enumeró varios más que son indispensables para la elaboración de artilugios tecnológicos contemporáneos como las baterías para teléfonos móviles y automóviles, computadoras, etc. Es decir, que sin ellos la revolución tecnológica a la que asistimos, y que está en la base del poderío económico y comercial que en buena medida sustenta la prevalencia de las grandes potencias, se viene abajo. De ahí, la importancia de asegurarse su acceso permanente.
Es sintomático que quien se refiera a este tema, y que tenga una agenda de giras en países en donde están los recursos naturales apetecidos, sea la persona que comanda la fuerza militar de los Estados Unidos para América Latina. Es decir, que el mensaje es que, si es por las buenas, mejor, pero si es por las malas, pues también.
Y ese mensaje latente y subliminal es utilizado por quienes se siente incómodos con las políticas nacionalistas de los gobiernos progresistas, como es el caso del diario Clarín, de Argentina, que inventó el bulo que la comandanta no quería reunirse con la vicepresidenta Cristina Fernández.
Ahora, la jefa del Comando Sur está en Chile, en donde se especula que la sintonía entre Lula y Boric puede ser vista con suspicacia por los Estados Unidos por la sombra que sobre ambos proyecta el gigante chino, sobre todo ahora, cuando Lula está apenas concluyendo su gira de reconciliación en ese país al que Bolsonaro le había hecho desplantes.
Por su parte, y en simultáneo, el ruso Serguei Lavrov da vueltas por su propio espacio de gravitación visitando Cuba, Venezuela y Nicaragua. En Nicaragua, dio declaraciones claras y contundentes: Rusia ve los acontecimientos de abril de 2018 como provocados por la intromisión extranjera. No podía ser de otra forma: Rusia los asocia con lo sucedido en Ucrania en 2012 en las manifestaciones y disturbios conocidos bajo el nombre de Euromaidan, cuyas estrategias y formas de acción se han vuelto paradigmáticas desde entonces para etiquetar movimientos similares en todo el mundo bajo del nombre de revoluciones naranja.
Rusia ve en esos sucesos el detonante de la situación que ha llevado a la guerra actual, pues, precisamente, al ser derrocado en esa ocasión Víktor Yanukóvich, quien gravitaba hacia el lado ruso, se inició el proceso contrario que intentó atemperarse en 2017 con el Protocolo de Minsk que, como dijo Ángela Merkel a posterior, fueron pensados para dar tiempo a Ucrania de prepararse para la guerra.
Para los rusos, por lo tanto, no se trata de un asunto menor, y para Nicaragua implica ubicarse abiertamente en el espacio de confrontación más abierto con los Estados Unidos en América Latina, estando ubicado en esta región tan sensible para su seguridad que es Centroamérica.
Cada quien mueve, entonces, sus fichas en el tablero de un mundo en el que se están reordenando las fichas del balance geoestratégico. América Latina no es un actor central en esta pugna, pero no deja de tener su importancia estratégica -por sus recursos naturales, sus mercados y sus posibilidades de inversión de capitales-, como coyuntural, cuando se tratan de sumar apoyos nacionales para apoyar a Ucrania.
Apoyar a Ucrania en este momento es alinearse geoestratégicamente con la agenda imperial para seguir imponiendo por la fuerza un mundo unipolar regentado por Washington y seguir apuntalando un régimen corrupto y fascista en Ucrania, aliado de la OTAN. Otra cosa es apoyar una paz justa en Ucrania, como propuesta por ejemplo por China, entre otros. Pero ello requeriría que se ponga fin a y se revierta la agresiva expansión de la OTAN hacia las fronteras con Rusia, con fines de provocar un cambio de régimen y la desintegración de la Federación Rusa. Ucrania es tan sólo uno de sus peones en ese tablero geopolítico, así como Taiwán lo es para Washington en relación a China. Sí, queremos la paz, pero no la de los sepulcros imperiales yanquis y europeos.
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