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sábado, 29 de abril de 2023

Transiciones inacabadas: el progresismo latinoamericano en la era neoliberal

Si el progresismo latinoamericano no rompe con el neoliberalismo, es su continuidad. En los gobiernos progresistas prevalecen en algunos casos, medidas neoliberales.

Abdiel Rodríguez Reyes* / Para Con Nuestra América


Uno de los acontecimientos políticos más importantes de las últimas décadas fue la aparición –al calor de las luchas–, de los gobiernos progresistas o “posneoliberales”  (Pérez Sáinz, 2017) en nuestra América. Se reavivaron las esperanzas, la utopía transformadora se contempló en el horizonte y la posibilidad de una transición histórica era palpable. Sin embargo, eso no ocurrió, es un proyecto inacabado. Suponemos que los gobiernos progresistas significaron un avance en materia de justicia social. Si el progresismo no aporta a la transición hacía un mundo otro, entonces, no sirve de mucho. Podemos resaltar su discurso antiimperialista y sus políticas sociales. Ahora bien, nos parece oportuno señalar las contradicciones del progresismo latinoamericano para señalar la necesidad de enrumbarlo. 

 

La era neoliberal

 

Las características principales del neoliberalismo pasan por la primacía del libre mercado. Además, “La era neoliberal posterior a 1980 ha estado marcada por un crecimiento más lento, mayores desequilibrios comerciales y el deterioro de las condiciones sociales” (Hart-Landsberg, 2006, pág. 21). Lo cual es preocupante si queremos justicia social. Además, el neoliberalismo no es solo una propuesta económica, también es una ideología alienante. Crea lo que Marcos Roitman Rosenmann llamó “social-conformismo”, cuya forma de expresión es la complacencia. Al neoliberalismo le conviene esta conducta, para que no haya resistencia a las medidas antipopulares, como privatizaciones, recortes y aumento de la edad de jubilación (como está ocurriendo en Francia). A los pocos luchadores por la justicia social, entonces, les tocará la represión. 

 

El neoliberalismo funciona sin democracia. Si tomamos en consideración su aparición en Chile, con la dictadura del General Augusto Pinochet. En Brasil, Bolivia y Perú hubo golpes de Estado y al neoliberalismo incluso le fue mejor. Es decir, es un modelo económico que no riñe con las dictaduras y gobiernos golpistas.  Además, en la mayoría de los casos es antipopular y se apoya históricamente en la represión.

 

En los países donde mayor campeó el neoliberalismo, no hubo justicia social a pesar de la modernización. No en vano, Bradford Burns escribió, La pobreza del progreso. Él termina su extenso análisis señalando que, “el triunfo del progreso […]Dejó un legado de pobreza para las masas” (Bradford Bruns, 1990, pág. 184). El neoliberalismo es la continuación de la ideología del progreso, y este a su vez trae desigualdades. Su propuesta se sintetiza en la privatización y la instrumentalización del gobierno a favor de los intereses de los grupos de poder económicos. 

 

El triunfo del progresismo en nuestra América alarmó al imperio y sus cipayos. Tanto fue así que orquestaron diversos golpes de Estado. Pero otro fenómeno ocurrió: el centro se corrió a la derecha, la derecha se radicalizó, y el progresismo cada vez más se parece al centro, a un paso de la derecha. Se vació el concepto de socialismo, ahora mismo no tiene sentido ser socialista en el imaginario colectivo. El neoliberalismo hizo bien su trabajo ideológico, existe un desprecio a la izquierda. 

 

Pensemos un poco en algunos golpes de Estado en la era neoliberal y las ambiguas propuestas alternativas. Por ejemplo: en los gobiernos de Perú y Brasil. Aún es pronto para analizar la situación de Colombia y no sabemos dónde ubicar a Gabriel Boric de Chile. Pedro Castillo en la cárcel, y como comenta recientemente un intelectual progresista brasileño sobre el Gobierno de Lula: “No se puede decir que su gobierno despegó como los anteriores. Todo dependerá de la capacidad del gobierno para eludir estos legados malditos” (Sader, 2023), refiriéndose al neoliberalismo. De tal forma, las cosas no pintan bien para el progresismo latinoamericano. Entre golpes y ambigüedades producidas por el neoliberalismo 

 

Que Lula, Cristina o Evo sean presidentes, o vicepresidentes nuevamente, o quieran volver al gobierno, es señal del insuficiente trabajo político, en el relevo de cuadros; como sí ocurre, por ejemplo, en Cuba, pero este proceso es diferente. Esta realidad supone un desgaste para esos dirigentes. En ese sentido, es plausible el ejemplo de Pepe Mújica. El neoliberalismo ha promocionado otro fenómeno no necesariamente nuevo, pero sí preocupante. Nos referimos a la extrema derecha. El tablero ideológico se movió hacía la derecha. Lo que antes pasaba desapercibido en los partidos tradicionales. Ahora muestran su verdadero rostro. Bolsonaro viene de la democracia cristiana, y eso también ocurre en Europa, por ejemplo: Santiago Abascal viene del Partido Popular. La extrema derecha no riñe con el neoliberalismo, en cambio, para su esplendor, el progresismo como el de Evo y el primer Lula, por señalar algunos ejemplos, es un obstáculo. 

 

Las contradicciones del progresismo 

 

Si el progresismo latinoamericano no rompe con el neoliberalismo, es su continuidad. En los gobiernos progresistas prevalecen en algunos casos, medidas neoliberales. El progresismo – por ejemplo, Hugo Chávez – surgió como una propuesta de ruptura. Si no profundiza en los cambios, terminará pareciéndose a lo que prometió enterrar. Pese al riesgo de mimetizarse, la extrema derecha no escatima esfuerzos en fulminarlo. Ya sea a través de sus furiosas campañas, noticias falsas y mecanismos antidemocráticos.  

 

La justicia social, bandera del progresismo, benefició a millones de personas, reduciendo la pobreza, acabando con el hambre, pero no es suficiente. Hay que trabajar la conciencia revolucionaria como diría Frei Betto. Impera reforzar la política para lograr una justicia social. No vamos a encontrar obviamente en la propuesta neoliberal, preocupación por los derechos sociales, las desigualdades, el racismo, la diversidad sexual y sus aspiraciones, el feminismo, la lucha de clases o la ecología política. La lucha progresista tiene que atender todos estos aspectos en su justa dimensión. 

 

El pueblo no es tonto. En Bolivia, le hicieron un golpe a Evo Morales, pero apenas se hicieron elecciones libres y democráticas, nuevamente ganó el MAS con Luis Arce, ministro en el gobierno de Evo; aunque haya discrepancia entre ellos, eso no viene al caso ahora mismo, hubo avances sociales significativos y el gobierno de Arce tiene que profundizar en esos cambios. Solo es posible una transición en la medida de una ruptura con el viejo modelo económico neoliberal. Los gobiernos progresistas tienen una espada de Damocles encima, aunque estén tibias sus medidas ya son un impedimento para la derecha neoliberal. Aun cediendo a algunas de sus pretensiones, fuimos testigos de cómo orquestaron golpes de Estado (Bolivia, Brasil, Perú) porque los enemigos políticos trazan su objetivo: recuperar el gobierno por cualquier vía. 

 

Conclusión

 

A pesar de que el progresismo es importante y en algunos casos representa un avance significativo, también constatamos continuidades neoliberales. El progresismo latinoamericano tiene que profundizar el trabajo realizado, con mayor justicia social y materializando una relación metabólica con la naturaleza, una política y geopolítica anticapitalista y antimperialista respectivamente. Así los gobiernos progresistas realmente estarían en condiciones de aportar elementos fundamentales para una transición histórica.

 

Referencias 

 

Bradford Bruns, E. (1990). La pobreza del progreso. México: Siglo XXI.

Hart-Landsberg, M. (2006). Neoliberalismo. Mitos y realidades. En 25 años de neoliberalismo (págs. 1-17). España: Hacer editorial.

Pérez Sáinz, J. P. (2017). Las desigualdades en América Latina. Entre el (neo)liberalismo y el "posneoliberalismo". En N. Garita, Pueblos en movimiento. Conferencias Congreso ALAS 2015, Costa Rica (págs. 175-193). Heredia: Letra Maya.

Sader, E. (7 de Abril de 2023). La maldita herencia dejada a Lula. La Jornada.

 

* Profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Panamá

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