“Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.”
Fidel Castro, 1992[1]
Esto no fue entendido así desde el mundo colonial. Para José Martí, por ejemplo, en aquel consenso la civilización venía a ser “el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo,” que le otorga “derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea.”[2]
La participación de aquellas colonias en el mercado mundial, por otra parte, había ampliado a una enorme escala el territorio en el cual “el movimiento de la sociedad burguesa [estaba] todavía en ascenso”, al decir de Marx en 1858.[3] Un siglo después, tras la Gran Guerra de 1914-1945, ese ascenso contribuyó a la formación de un sistema internacional, legitimado mediante un nuevo consenso sobre la necesidad de incorporar a las burguesías de las antiguas colonias, ahora convertidas en estados nacionales en los que residía la mayor parte de la humanidad, al desarrollo del mercado mundial como exportadoras de materias primas e importadoras de bienes industriales provenientes de las antiguas potencias coloniales.
En la construcción de ese consenso, economistas latinoamericanos como Raúl Prebisch concibieron ese desarrollo como un círculo virtuoso, en el cual el crecimiento económico aportaría recursos para el bienestar social, lo cual fomentaría la participación democrática en la vida política de la sociedad, y crearía condiciones para incrementar el crecimiento. En la práctica, sin embargo, en apenas veinte años el crecimiento pasó a constituirse en el objetivo fundamental de ese desarrollo.
Esto se debió, entre otras causas, a la necesidad de destinar montos cada vez mayores de los frutos del crecimiento económico al servicio de la deuda externa que había financiado su despegue. Ese servicio, a su vez, otorgó un nuevo impulso la visión del entorno natural – en particular en las económicas periféricas - como una fuente de recursos y servicios gratuitos a disposición del crecimiento sostenido del capital, dominante en la geocultura del sistema mundial desde sus orígenes.
Para 1992, la creciente contradicción entre el crecimiento sostenido y el deterioro ambiental generado por la extracción masiva de recursos y el vertido incesante de desechos llevó a acotar el consenso original del desarrollo con la necesidad de hacerlo sostenible. Así fue acordado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, realizada en Rio de Janeiro en junio de aquel año.
Allí, el presidente de Cuba, Fidel Castro Ruz señaló a las sociedades nacidas de “las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad” como “las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente”. “Lo real”, agregó, “es que todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología.”
Esto, dijo, demandaba hacer “más racional la vida humana”, aplicar “un orden económico internacional justo”, utilizar “toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación”, pagar “la deuda ecológica y no la deuda externa.” Y concluyó con una advertencia de renovada actualidad: “Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.”
Para 2015, ese consenso acotado fue expresado en un conjunto de 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) a ser logrados en el año 2030. Ese año, también, fue reconocido el riesgo - para cualquier forma de desarrollo - generado por el cambio climático asociado a la contaminación generada por el crecimiento sostenido. La combinación de ambos factores hizo de la sostenibilidad un objetivo en sí mismo, supeditando los ODS a la adaptación al cambio climático mediante la mitigación de sus efectos, asociada a la sustentabilidad del crecimiento mediante la transición a una economía circular que opere con energías renovables.
Con todo, los Estados proponen, pero la naturaleza dispone. Y lo dispuesto ha sido una aceleración del proceso de cambio climático que, de súbito, amenaza con dejar atrás todo propósito y toda meta de control previamente acordados por el sistema internacional.
Este giro renueva un tema recurrente en la geocultura del sistema mundial: el lugar y la función de las ciencias (naturales) en el desarrollo del mercado mundial, y el de las sociales en la sustentación de la existencia del mismo. En el consenso que se desintegra, ese tema se refería fundamentalmente al aporte de las ciencias naturales al desarrollo del mercado mundial. Sin embargo, ya en 1846 dos jóvenes intelectuales alemanes se refirieron al tema en otros términos: conocemos, dijeron,
sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente.”[4]
Treinta años después, uno de ellos, Federico Engels, pudo afirmar que el proceso de formación y desarrollo de nuestra especie demostraba que en la naturaleza “nada ocurre en forma aislada”, pues cada fenómeno “afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.[5]
Desde esa perspectiva, Engels agregó que los seres humanos “pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.” Al repecto, añadió que si bien las ciencias naturales nos permitían ya entonces “comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra intromisión en el curso natural de su desarrollo,” era (y es) mucho más difícil prever las consecuencias sociales de las formas de organización de la actividad productiva.
Esas consecuencias desempeñan un importante papel en lo planteado en 2015 por el papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’. Para Francisco, el concepto de medio ambiente alude a “una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita.” Por ello, “las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales”, nos permiten comprender que
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[6]
Esa aproximación integral, sin embargo, no es sencilla. Por el contrario, en la geocultura del sistema mundial naturaleza y sociedad constituyen entidades separadas, y las ciencias que se ocupan de ambas esferas suelen mantener relaciones basadas en sentimientos y prejuicios en lo que va del desdén al culto fetichista, privando a cada parte de las capacidades de la otra.
Con ello, si bien las ciencias naturales han demostrado más allá de toda duda la existencia y los peligros que entraña la crisis en nuestras relaciones con el entorno natural, no pueden explicar cómo y por qué hemos llegado a esta situación en este momento de nuestra historia. Esa responsabilidad corresponde a las ciencias humanas.
Desde ellas, cabe atender que somos la única especie que produce su propio ambiente, y que en ese proceso de producción el cambio social tiene una importancia decisiva. Esto, sobre todo, porque necesitamos forjar un consenso nuevo, que promueva un desarrollo que será sostenible por lo humano que llegue a ser.
Tal es la riqueza, y tal la dificultad, del reto que nos plantea la crisis socioambiental. En la intersección entre ambas está la necesidad de comprender que para generar un ambiente distinto tendremos que construir sociedades diferentes, y eso dependerá - en una medida decisiva - del encuentro entre las ciencias y los movimientos sociales. Fomentar y facilitar ese encuentro desde la realidad de nuestra gente es una de las grandes tareas que demanda la sostenibilidad del desarrollo humano en este momento de nuestra historia.
Alto Boquete, Panamá, 26 de mayo de 2023
[1] Discurso en la Conferencia ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Rio de Janeiro, 12 de junio de 1992. https://rds.org.co/es/novedades/discurso-de-fidel-castro-en-conferencia-onu-sobre-medio-ambiente-y-desarrollo-1992
[2] “Una distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos”. La América, Nueva York, junio de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII, 442.
[3] De Marx a Engels. Londres [8 de octubre de] 1858. Correspondencia de Marx y Engels. Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, pp. 103-104.
[4] Carlos Marx, Federico Engels: La Ideología Alemana, 1846. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1846/ideoalemana/index.htm
[5] El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm
[6] Carta Encíclica Laudato Si’ del Santo Padre Francisco, sobre el cuidado de la casa común, párrafo 139.
Estoy totalmente de acuerdo con mi ex - profesor en su paso por la ENEP ARAGÖN - UNAM DR. Guillermo Castro, quien nos formó de manera crítica a algunos de sus ex-alumnos. Por mi parte humildemente he podido publicar algunos artículos con base en sus enseñanzas y desde la misma semántica o quizá más crítica en contra del positivismo, porque según pienso ha sido la base científica de la producción depredadora desde antes del Siglo XX. El llamado "padre de la ciencia" Galileo G. puso sus conocimientos al servicio del poder político, lo que contribuyó al colonialismo y a ese nuevo reparto del mundo.
ResponderEliminarNo voy a abusar de este espacio, sólo quiero reiterar reconocerle y agradecerle al insigne profesor Castro, la huella que dejo en algunos de sus alumnos en su práctica docente por la UNAM. Saludos