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sábado, 6 de mayo de 2023

¿Cuándo termina la guerra en Ucrania?

 Si esta guerra, vista desde la OTAN, tenía como objetivo empantanar a Moscú, preparando con ello las condiciones para posteriormente ir sobre China, ello no se está cumpliendo a cabalidad. Rusia ha demostrado hasta el momento tener una enorme capacidad bélica, no pudiendo ser derrotada en el campo de batalla.

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Es profundamente inmoral lo que estamos haciendo como Occidente colectivo [en Ucrania]”.

Zoran Milanović, presidente croata


Es sumamente difícil, cuando no imposible, vaticinar cómo seguirá la guerra. Aquí pretendemos hacer un análisis con herramientas científicas y no meramente brindar una opinión; por ello escapa totalmente a su perspectiva dar un resultado final del conflicto en curso. De todos modos, con los elementos de análisis a los que se puede acceder –recordemos que en la guerra siempre “
la primera víctima es la verdad”–, elementos que no son demasiados, por cierto, puede verse una tendencia, no muy clara aún, pero que ya empieza a prefigurarse.
 
La guerra agota a sus contendientes, naturalmente. En este caso, quien más ha sufrido sus embates es Ucrania, en todo sentido. El país ha quedado prácticamente destruido, con una cantidad de muertos al menos diez veces mayor que la de soldados rusos. Según las primeras estimaciones su reconstrucción podría costar no menos de 350,000 millones de dólares (algunos cálculos llevan la cifra a un billón). Ya quedó por demás de claro que el conflicto se libra entre Estados Unidos/OTAN y la Federación Rusa, siendo la república ucraniana la que pone el cuerpo. Para Washington, que en realidad representa básicamente los intereses de su poderoso complejo militar-industrial, cualquier conflicto es buen negocio, porque permite vender armas al por mayor. Los países europeos de la OTAN, por ejemplo, aumentaron sus importaciones de armamentos en un 65% en comparación con los cinco años anteriores. Alguien embolsa todo ese dinero, naturalmente. La guerra siempre es buen negocio… para algunos.
 
Si esta guerra, vista desde la OTAN, tenía como objetivo empantanar a Moscú, preparando con ello las condiciones para posteriormente ir sobre China, ello no se está cumpliendo a cabalidad. Rusia ha demostrado hasta el momento tener una enorme capacidad bélica, no pudiendo ser derrotada en el campo de batalla.
 
Si bien es cierto que no ha podido vencer abiertamente en el enfrentamiento, y le está costando grandes esfuerzos mantener las zonas recuperadas en el sur y en el este de Ucrania, esperando en este momento una anunciada contraofensiva que intentaría recuperar esos territorios para Kiev, tampoco ha podido ser vencida por la OTAN. El plan de Washington, en principio, no se ha cumplido exitosamente en lo militar, pero igualmente le está procurando enormes ganancias económicas.
 
El Inspector General de las Fuerzas Armadas de Alemania, general Eberhard Zorn, fue destituido el 14 de marzo pasado, noticia que no tuvo mayor transcendencia ni en términos políticos ni mediáticos. El motivo de su destitución fueron declaraciones efectuadas tiempo atrás, el 14 de septiembre de 2022: “Ucrania está llevando a cabo contraataques para recuperar lugares o áreas concretas de la línea de frente, pero no podrá hacer retroceder a Rusia en un frente amplio”. Eso, obviamente, va en contra de toda la parafernalia mediática antirrusa. Según la prensa corporativa occidental, Ucrania está a un paso de poder ganar el conflicto. La realidad, hasta donde podemos colegir –nosotros, los mortales de a pie no tenemos real acceso a noticias verdaderas, sino solo retazos– no es exactamente así. El presidente de Croacia, Zoran Milanović, se permitió decir en un llamativo acto de honestidad: “¿Cuál es el objetivo de esta guerra? ¿Derrotar a una superpotencia nuclear luchando en sus fronteras? ¿Se puede derrotar a un Estado así con armas convencionales? Los rusos tienen ventaja en munición, artillería, tienen números ilimitados. (…) Los occidentales que ayer eran pacifistas y activistas por la paz, ahora quieren beber sangre ajena. Es profundamente inmoral lo que estamos haciendo como Occidente colectivo”. 
 
En las guerras solo unos pocos ganan; las grandes masas populares, sin dudas no. Ellas ponen los muertos y heridos, de cualquier bando que se trate. Quien es también un gran perdedor en todo esto es la Unión Europea quien, forzada por Washington, ha tenido que renunciar a los energéticos rusos mucho más baratos, terminando por ser un cliente forzado del gas licuado provisto por Estados Unidos, mucho más caro. Para los capitales americanos el negocio es fabuloso, pues la reconstrucción de Ucrania estará a cargo de ellos; Europa participará en esto en calidad de socio menor. El llamado “Viejo mundo”, sin ningún lugar a dudas ha perdido irremediablemente su sitial de dominador geohegemónico de siglos pasados, pasando a ser ahora un vasallo de Washington. E incluso el país americano, de momento el gran gigante internacional, también empieza a ver su caída, por lo que está haciendo lo imposible para evitarlo. 
 
Bruselas muy tímidamente, o en algunos casos países con algo de dignidad, como Francia, comenzaron a presionar para que la guerra llegue a su fin, pues la situación europea comienza a ser altamente preocupante en lo económico, con su estancamiento ya cercano a crisis, con inflación en alza y mucha industria en situación de parálisis, dado el precio de los energéticos. Si ello no se publicita mayormente es, como se dijo más arriba, porque en la guerra todo es engaño, manipulación, mentira presentada como afirmación. Las recientes protestas generalizadas en Francia, igual que otras en países europeos, muestran el grado de descontento profundo de las poblaciones. El pobrerío de todas partes (rusos, ucranianos, europeos, africanos o latinoamericanos) no gana nada con los conflictos. Los tomadores de decisiones –unos pocos miembros de las élites– sí. 
 
Todo indica que Moscú no pensaba que el conflicto se prolongaría tanto. Apenas comenzado, buscó llegar a negociaciones para no extender la campaña militar. Lo que buscaba no era ocupar Ucrania sino poner un alto al avance de la OTAN, mostrando así su músculo militar, constituyéndose en un inevitable polo de poder mundial. Por eso el 28 de febrero del 2022 en Gomel, frontera entre Ucrania y Bielorrusia, se iniciaron conversaciones de paz. El 5 de marzo, el principal negociador ucraniano que había participado en esas reuniones, Denis Kireev, fue asesinado “misteriosamente”, y las pláticas interrumpidas. Días después, en Estambul, Turquía, las partes rusas y ucranianas parecían llegar a un acuerdo; inmediatamente sobrevino la masacre de Bucha, mediáticamente presentada por la prensa occidental como un crimen de lesa humanidad por parte de Moscú, y como un vil montaje de los servicios secretos británico y estadounidense según la versión del Kremlin (25 dólares habría cobrado cada “muerto” por su actuación). Nuevamente las conversaciones se suspendieron. De hecho, luego de esos primeros balbuceos que buscaban terminar el enfrentamiento, Kiev –seguramente por orden de Washington– promulgó una ley que prohíbe taxativamente mantener negociaciones de paz con Rusia. Pero ahora la situación parece estar cambiando. Más de un año de guerra y un agotamiento que ya se hace sentir, van abriendo nuevos escenarios. El presidente Zelensky finalmente buscó apoyo en China para que mediara en el conflicto. Pekín, que sin duda está creciendo en todos los aspectos, también en su presencia geopolítica, presentó un Plan de Paz del que, ambas partes en litigio, parece que pueden asirse.
 
Aunque no es nada oficial, según filtraciones, los preparativos para una negociación que pongan fin a los combates podrían estar en marcha, con contactos extraoficiales entre Rusia y oficiales de la CIA. Washington, aunque no ha podido detener la presencia militar rusa –y la contraofensiva que se avecina no lo lograría según los documentos secretos del Pentágono “misteriosamente” recién filtrados– no dejó de obtener pingües ganancias con la venta de armamentos, con el gas licuado negociado con Europa y con las faraónicas tareas de reconstrucción de la destruida Ucrania. Alguien debe pagar todo eso: el gas norteamericano lo pagan los europeos, las armas y la reconstrucción: el pueblo ucraniano, seguramente teniendo que ceder buena parte de su patrimonio al control de capitales estadounidenses (inmensas tierras cultivables y recursos mineros como gas y petróleo). Y el empantanamiento de la propia economía estadounidense, su gran masa de población, que ve como, día a día, va cayendo su nivel de vida. 
 
La gran preocupación para la Casa Blanca sigue siendo el avance chino. Es por ello que las provocaciones a partir de Taiwán no cesan. Nadie tiene claro cómo seguirá esto. Lo que sí es evidente que, de momento y tal como van las cosas, pese a todos los esfuerzos, el dólar comenzó su cuenta regresiva. Para el campo popular, para las grandes mayorías populares de todo el planeta, una nueva arquitectura global con poderes algo más equilibrados (el eje China-Rusia como nuevo polo de poder ante la hegemonía de Washington) no augura automáticamente un mundo de mayores beneficios. La multipolaridad no es la revolución obrero-campesina que fomenta poder y economía populares, no hay que olvidarlo. 
 
Es muy probable que en ningún centro tomador de decisiones exista un proyecto concreto de guerra nuclear –aunque esa posibilidad no puede ser descartada totalmente–. Por eso es más factible que nos estemos dirigiendo hacia el fin del conflicto ucraniano a partir de negociaciones. La historia, sin dudas, no está terminada, porque el declive de la potencia americana no se ha detenido, ni tampoco el auge de la potencia china. La dinámica de la sociedad global sigue vigente, como siempre, muchas veces sorprendiéndonos, con la lucha de clases dinamizando la historia y, recordando a Marx, con “la violencia como su partera”. Contrariando lo dicho por Francis Fukuyama como triunfal grito de guerra cuando caía el Muro de Berlín, es más que evidente que la historia no ha terminado, y nadie sabe exactamente cómo seguirá. La posibilidad de la extinción de la especie humana igualmente sigue muy presente. El socialismo, como esperanza de un mundo más justo y equilibrado, de momento parece que seguirá esperando. 

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