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sábado, 1 de julio de 2023

El capitalismo ha muerto

 El capitalismo ha muerto. Lo que vemos es un zombi que camina sin vida y asusta a apologistas y detractores. Lo que estamos viviendo es la etapa postcapitalista marcada por crecientes y más frecuentes crisis económicas y sociales. La dictadura real de los carteles de las finanzas se ejerce a través del capital virtual.

Jorge Majfud / Página12 

El libre mercado fue siempre el dogma central de liberales y capitalistas, pero nunca fue practicado ni por las liberales ni por los capitalistas. Todas las teorías y metáforas, como “la mano invisible del mercado” y las inútiles gráficas que algunos economistas inventaron para creer que la economía era una ciencia dura como la física y no parte de las ciencias sociales, sólo funcionaron en la imaginación simplificada de sus autores y creyentes.
 
Pocas cosas tan irreales y sin ningún ejemplo histórico concreto. En todos los casos, son propuestas despojadas de las variables más importantes de la realidad. La ley de la oferta y la demanda, de la libertad de los mercados, el egoísmo individual como motor del progreso colectivo, no incluyen la política, el poder imperial, las manipulaciones monetarias y financieras―mucho menos las externalidades.
 
 Según esta visión lunática, en una sociedad organizada por el mercado no existe la acumulación de poder ni la destrucción de la misma libertad del mercado, aun cuando liberales fundadores como Adam Smith, David Ricardo o más recientemente Joseph Schumpeter reconocieron esa peligrosa debilidad de la maravillosa teoría.
 
La prosperidad y la riqueza acumulada por las mayores potencias del mundo fueron posibles al imponer esas reglas sólo a las colonias. Mientras, el gobierno global de las corporaciones privadas continuaba y globalizaba el sistema esclavista. El mismo presidente Rutherford Hayes observó, un par de décadas después de la abolición de la esclavitud, que el gobierno estadounidense estaba al servicio de las corporaciones, no del pueblo; que las leyes se aprobaban para proteger y beneficiar a los primeros, no a los segundos.
 
El capitalismo surgió en la Inglaterra del siglo XVII con la sacralización del derecho a la propiedad privada sobre cualquier otro derecho (incluido el derecho a la vida) y su imperio impuso por la fuerza los intereses de sus compañías privadas, como la East India Company, asistida por su gobierno como antes la monarquía había asistido a los señores feudales a despojar a los campesinos de sus tierras bajo el nuevo sistema de comercialización de la tierra y del trabajo de los desplazados. Este proceso se radicalizó con el sistema financiero. De liberalismo clásico, nada. El sistema global actual es tan opuesto al capitalismo como lo era el capitalismo a su predecesor, el feudalismo, razón por lo cual lo llamamos por muchos años neofedualismo.
 
El capitalismo ha muerto. Lo que vemos es un zombi que camina sin vida y asusta a apologistas y detractores. Lo que estamos viviendo es la etapa postcapitalista marcada por crecientes y más frecuentes crisis económicas y sociales. La dictadura real de los carteles de las finanzas se ejerce a través del capital virtual.
 
La trasferencia de riqueza de las clases medias y de las neocolonias se realiza a través de (1) pago de deudas ajenas en dinero real y pago de deudas propias en dinero creado de la nada; (2) trasferencia de recursos de las clases trabajadoras para financiar guerras eternas de la industria militar, en manos de la una elite financiera; y (3) privatización de sus despojos y exigencia de compensaciones a las naciones destruidas que, a su vez, se convertirán en nuevos satélites.
 
Esta ha sido la historia occidental por siglos: exterminación del otro, algo que se radicalizó con el ascenso de los imperios europeos a partir del siglo XVI. La llamada “Paz de los cien años” (1815-1914) fue, según Polanyi, “un fenómeno inaudito en los anales de la civilización occidental”. Claro que debemos considerar un detalle olvidado por estos títulos: en ese mismo período, el imperialismo europeo y estadounidense exportó casi toda su violencia a las colonias en Asia y África y a las repúblicas bananeras en América.
 
Asia, desde China hasta India, se mantuvo tres siglos sin agresiones militares, desde 1598 a 1894. Si consideramos China, el período sin guerras expansionistas suma quinientos años, desde la breve invasión a Vietnam en 1406. En Asia y en África existieron culturas y civilizaciones basadas en el pacifismo y la cooperación, como es el caso del Ubuntu ―incluida la hoy tan denostada tradición islámica en España y en África occidental. El Reino de Nri en África duró mil años y se destacó por su pacifismo radical, su prohibición de la esclavitud, su propiedad comunal de la tierra y la producción, y su intenso y libre mercado con otras naciones― todo lo que terminó con el arribo del cristianismo y el mercado esclavista de los marineros portugueses.
 
Si antes las finanzas eran una forma de administrar los capitales, ahora son los capitales una forma de administrar las finanzas. Los dueños de este juego de extracción de valor creando dinero de la nada pertenecen a una micro elite. El poder de los gobiernos es simbólico; representan la gran distracción en la lucha de antagónicos: para los pueblos, los políticos son los demonios o son los salvadores, pero el poder lo tienen los bancos y las corporaciones. En 1790 el fundador de la dinastía Rothschild de banqueros, Mayer Rothschild ya lo había adelantado: “Permítanme emitir y controlar el dinero de una nación, y no me importará quién haga sus leyes”. Ese proceso de abstracción se radicalizó con la creación de dinero digital en los bancos, apretando varias veces la tecla “0”.
 
Es así como todo el sistema de robo faraónico queda suspendido de un solo hilo: la fe. Si a partir de 1971 el dólar sustituyó el patrón oro por la fe de los tenedores, ésta todavía tenía una vinculación con la realidad material: se asumía que el gobierno de Estados Unidos iba a sostener su valor a través del valor real de su economía. Pero la economía de Estados Unidos no sólo cambió superávit por déficit, sino producción por consumo.
 
Pero un sistema basado en la fe necesita de templos, de sacerdotes y de creyentes: medios, políticos, periodistas y consumidores. Como el dinero, la realidad es una creación virtual. Sólo una crisis global podría cambiarla, y esa crisis será una crisis de fe, una conversión religiosa. Como cualquier templo religioso, el recurso principal de los medios obedientes es la inoculación del miedo a un ente que es venerado como creador de prosperidad y temido como destructor del orden mundial. Cualquier duda es demonizada como artilugio de los ángeles oscuros que quieren destruir el mundo con sus peligrosas ideas.
 
El sistema de acumulación actual ha traspasado hace mucho tiempo las reglas mismas del capitalismo. Si antes se necesitaban capital real robado a las colonias o a las clases trabajadoras para invertirlo y producir productos servicios, hoy ese capital es un capital virtual. Es el mayor sistema de asalto de la historia. Nunca antes la humanidad había organizado un sistema tan perfecto de robo global que ya no solo se restringe a los imperios sino una micro elite dentro de esos ex imperios que en su mayoría puede estar en los países desarrollados o en otros.

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