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sábado, 29 de julio de 2023

El Centro de Estudios Martianos, “para fundar y amar”, 46 años después

 El Centro de Estudios Martianos arriba a su aniversario 46. Son más de cuatro décadas de investigación y promoción de la obra del más universal de los cubanos, y por qué no, digámoslo con orgullo legítimo: de los latinoamericanos.

Marlene Vázquez Pérez* / Para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba


Coincidentemente, este centro fue fundado en julio, un mes simbólico para Cuba y para todo el continente. Acontecieron en  fechas cercanas a la nuestra la aparición de 
La Revista Venezolana, el natalicio de Simón Bolívar, la independencia de las Provincias Unidas del  Río de la Plata,  La Edad de Oro,  y el Asalto al cuartel Moncada, el triunfo de la Revolución sandinista,  entre otras muchas efemérides.  Y si vamos a la Historia Universal, hay que mencionar, entre otras, la declaración de la independencia de los Estados Unidos y la toma de la Bastilla. Es inevitable coincidir en fechas, se me dirá, cual verdad de Perogrullo, porque el calendario es uno, aunque varíen los años. Visto así, es muy cierto. 

 

Pero ¿cómo no reparar en el carácter renovador que tuvo,  iniciando julio de 1881, la aparición del primer número de la Revista Venezolana, uno de los primeros proyectos fundacionales martianos? Su vida efímera, pues de esta publicación salieron solo dos números, en ese propio mes, bastó para anunciar un cambio esencial en el modo de mirar y expresar lo americano, y un orgullo por nuestras tierras y culturas, expresado con una intensidad tal, y una hondura reflexiva y emotiva, inédita hasta entonces. 
 
Si en el primer número las 32 páginas de la publicación fueron escritas totalmente por Martí, en el segundo, salido el 21 de julio,  ya aparecen las firmas de intelectuales venezolanos, pues recoge artículos y poemas de Guillermo Tell Villegas, Diego Jugo Ramírez, Lisandro Alvarado y Eloy Escobar. El cubano publica el obituario dedicado a Cecilio Acosta, y el duelo no impide el tono laudatorio y entusiasta.  En el editorial “El carácter de la Revista Venezolana” expone sus criterios acerca de la renovación literaria que se iniciaba en América, la cual, a su juicio,  debía ser raigal. Con este proyecto editorial hacía realidad aquella promesa y petición suya, expresada meses antes en su discurso en el Club de comercio de Caracas: “Deme Venezuela en qué servirla, ella tiene en mi un hijo”. 
 
Y para mayor realce, el 24 de julio de 1783 había nacido Simón Bolívar, -de quien conmemoraremos en próximos días  su 240 aniversario. Es Bolívar, sin duda alguna el personaje histórico que más admiraba Martí. Abundan en su obra las referencias al respecto, hasta el punto de identificarlo con la figura del padre, y lo que ella representa para la familia, en este caso, la familia de los pueblos americanos. 
 
Es difícil no ceder a la tentación de la cita en el caso de Bolívar, pues hasta en los textos más breves que le dedicara, su verbo se percibe transido de devoción filial, cuando no inflamado de entusiasmo y admiración, como ocurre en su discurso de homenaje al 110 aniversario de su natalicio, el 28 de octubre de 1893: “¡Pero así está Bolívar en el cielo de América,  sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer  está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América  todavía !”[1]
 
Pero si estremecedoras resultan estas imágenes y su carga emotiva, pronunciadas ante un público adulto, cala hondo igualmente la ternura con que lo pinta en “Tres héroes”, en La Edad de Oro. Detrás  de la figura del viajero anónimo se esconde la identidad del propio Martí, impaciente por encontrarse con el prócer en la soledad del crepúsculo caraqueño:  

 

Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria.[2]

 

Inaugurar La Edad de Oro con el homenaje a Bolívar en “Tres héroes”, da la medida de cuánto estimaba su ejemplo para la educación de las nuevas generaciones. Retoma ahora, bajo otras pautas, el espíritu renovador que había caracterizado el proyecto caraqueño ocho años atrás. No estamos solo en presencia de una revista para niños y jóvenes, sino de un proyecto cultural de contenido emancipador de grandes proporciones, y yo diría más, -a tono con nuestros días, -de carácter descolonizador. 
 
La intención de preparar a los niños y jóvenes de 1889 y también, por qué no, a sus padres y maestros para el ejercicio cívico en la América del nuevo siglo es evidente. No se trataba de entretener, si bien el disfrute y el solaz son posibles en estas páginas, sino de cultivar el espíritu. No hay ningún simplismo detrás de una revista cuyo primer número, además de insistir en la relación entre nuestra historia y épica con las de otras culturas, como la griega, por ejemplo, expresa otra de las constantes de su obra, la relación entre autoctonía y  universalidad. 
 
En la última página de ese primer número manifiesta estas verdades, nada inocentes, y sí previsoras: 

 

[...] lo que ha de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres que se quieran bien, y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros.[3]

 

Poco duró el magno proyecto: apenas cuatro números, que deben haber sido para Martí como un oasis, en medio de la angustia creciente por lo adelantados que iban los preparativos para la Conferencia Panamericana o Congreso de Washington, como también se le conoce, y cuya primera crónica publicó el 28 de septiembre de ese mismo año. 
 
En octubre después del cuarto número, prefirió sacrificar la revista antes que ceder a las presiones del editor propietario, que insistía en que se hablara del “(…) del ‘temor de Dios’, y que el nombre de Dios, y no la tolerancia y el espíritu divino, estuvieran en todos los artículos e historias».[4]
 
Esa impronta de renovación, cambio y justicia social se extendió a todo lo largo del siglo XX, y está claro que cada una de las chispas revolucionarias de esa centuria tuvieron su origen en el pensamiento martiano. No hablamos solo de la rebeldía política, sino la impronta de renovación que transformó el arte y la literatura cubanas de las llamadas vanguardias, que de manera más o menos explícita siempre tuvieron como común denominador un compromiso del lado de la justicia, el patriotismo y el antimperialismo y la defensa a ultranza de la cubanía. 
 
Veamos de qué modo define a Martí en 1951 la mirada iluminadora de Fina García Marruz, quien se adelanta con este ensayo a las celebraciones oficiales del centenario:
 

Desde niños nos envuelve, nos rodea, no en la tristeza del homenaje oficial, en la cita del político frío, o en el tributo inevitable del articulista de turno, sino en cada momento en que hemos podido entrever, en su oscura y fragmentaria ráfaga, el misterioso cuerpo de nuestra patria o de nuestra propia alma. Él solo es nuestra entera sustancia nacional y universal. Y allí donde en la medida de nuestras fuerzas participemos de ella, tendremos que encontrarnos con aquél que la realizó plenamente, y que en la abundancia de su corazón y el sacrificio de su vida dio con la naturalidad virginal del hombre. [5]

 

Cuando en plena república neocolonial, en el momento más sangriento de su historia, se conmemoró el Centenario del natalicio del Apóstol, la juventud ávida de  redención se lanzó  a cambiar nuestra realidad, decidida a lavar la afrenta con su sangre generosa.   Hace ya 70 años de la entrada en la historia de aquella generación extraordinaria, heredera de lo más puro de la rebeldía nacional.  Se iniciaba entonces  un proceso de materialización del ideario martiano con sentido transformador de la sociedad cubana, ahora sí del lado de los pobres de la tierra, como planteara Fidel en el programa del Moncada. Una revolución que significaba no solo el alcanzar  la soberanía frustrada en los mismos natales de la República,  y sus inmediatas consecuencias políticas y económicas. Estábamos ante  un hecho cultural sin precedentes, que cambió el destino de millones de personas y situó a Cuba, como nunca antes,  en una posición de dignidad y decoro de gran relieve a nivel internacional. 
 
El Centro de Estudios Martianos es un resultado de todo ese proceso transformador. No voy a abundar aquí en detalles de los orígenes que todos conocemos, pues se rememoran en cada aniversario. Surgido al amparo de la Biblioteca nacional y su sala Martí, y bajo los auspicios de intelectuales de talla mayor como Cintio Vitier, Fina García Marruz, Juan Marinello y Roberto Fernández Retamar, entre otros,  con tales antecedentes en el legado del Apóstol, y hasta en la coincidencia de fechas que apuntábamos al principio, este Centro tiene como máxima la calidad profesional de su colectivo, los resultados académicos de valía, los aportes a la promoción de esa fortaleza  que es la obra de José Martí, tanto en Cuba como en el extranjero, y la capacidad y osadía necesarias para enfrentar con creatividad y compromiso las dificultades que afectan al mundo de hoy. 
 
Continuemos nuestra labor de investigación con el rigor que nos caracteriza y la convicción de que hacemos una obra de amor, de fortalecimiento de la unidad nacional, de cimentación de la cultura de paz , de respeto, de diálogo, convencidos de que podemos contribuir decisivamente a la construcción de una Cuba mejor, más digna, más justa, pero con el orgullo de defender a toda costa la soberanía nacional, nunca negociable,  y de  no aceptar imposiciones foráneas, como el bloqueo y sus derivados,  que agreden nuestra dignidad, desconocen nuestros derechos  y perjudican de manera criminal la calidad de vida de nuestro pueblo. 
 
En este colectivo no estamos hoy todos los que han formado parte de él durante estos largos años. Cada uno de ellos, tiene un lugar preferente en nuestros corazones, y su aporte ha hecho posible los resultados alcanzados por la institución. Nuestro recuerdo, afecto y gratitud  a cada uno de los ausentes, con la certeza de que todo el que ha sido tocado por el espíritu martiano hará obra de amor por su patria y tendrá como blasón personal la honradez y la humildad. A los que se han ido para siempre, luz para sus almas y gracias por el ejemplo. Su obra viva sigue siendo útil y nos alienta en las dificultades del día a día, pues como dijera Martí, la muerte no es verdad para quienes cumplieron bien con la obra de la vida. Muchas gracias a todos, y confiemos en el futuro, en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. 
 
*Directora del Centro de Estudios Martianos


[1] José Martí: OC; t. 8, p. 243. 

[2] JM: OC, t. 18, p. 304. 

[3] “La última página”. La Edad de Oro. No. 1. Nueva York, julio de 1889. OC. 18, p. 349.

[4] JM; Epistolario, tomo 22, p. 163. 

[5] Fina García Marruz. “José Martí.” En Ensayos, Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 11. 

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