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sábado, 1 de julio de 2023

¿Quién gana en la guerra de Ucrania?

 ¿Quién gana en esta guerra? Si el objetivo de Washington, utilizando a la Unión Europea y a la OTAN como sus instrumentos, era derrotar militarmente a Moscú en el campo de batalla, eso no se ha cumplido. Y nada indica que se vaya a cumplir.

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

En la guerra no hay ganadores, falso, en la guerra hay claros ganadores. 
Alejandro Marcó del Pont

I
 
Entre 1884 y 1885 en Berlín, Alemania, las potencias capitalistas europeas (entre las que se destacaban básicamente Gran Bretaña, Francia, Países Bajos, Bélgica, Alemania e Italia), más la presencia de Rusia, Estados Unidos y el Imperio Otomano, se dividieron el continente africano a su entera conveniencia. Por supuesto, ni un solo africano participó en la conferencia. 
 
Hoy, casi un siglo y medio después, algo de eso se vuelve a dar. Hegel había dicho que “la historia se repite dos veces”, a lo que Marx agregó: “la primera como tragedia, la segunda como comedia”. En Ucrania ¿aplicará eso? El país está siendo dividido entre dos potencias: una que manda al sur y el este, ahora ya territorio ruso, y el resto en virtuales manos de los grandes capitales occidentales, liderados por Estados Unidos, secundados por Gran Bretaña y la Unión Europea. Lo de “comedia” ¿será porque el presidente actual de Kiev es un comediante de profesión?
 
En esa ex república soviética se juega mucho. Es una guerra más de las tantas que se libran hoy día (más de 50 en todo el mundo, donde se necesitan armas que las grandes potencias fabrican y venden), pero tiene una significación especial: no solo por lo que sucede en el campo de batalla, sino por las implicancias políticas del enfrentamiento y sus consecuencias a mediano y largo plazo. Hoy, a casi un año y medio de comenzado el conflicto, queda más que claro que quienes combaten son Rusia y Estados Unidos/OTAN, participando como competidores directos -quienes ponen los muertos y heridos- la población ucraniana. Como en la Conferencia de Berlín, a los ucranianos no se les preguntó nada acerca de la guerra: simplemente se vieron envueltos en ella. ¿Se está repartiendo ya el país entre grandes poderes?
 
¿Cuál es el objetivo de esta guerra?, se preguntaba recientemente el presidente de Croacia, Zoran Milanović, respondiéndose en un llamativo acto de honestidad: “¿Derrotar a una superpotencia nuclear luchando en sus fronteras? ¿Se puede derrotar a un Estado así con armas convencionales? Los rusos tienen ventaja en munición, artillería, tienen números ilimitados. (…) Los occidentales que ayer eran pacifistas y activistas por la paz, ahora quieren beber sangre ajena. Es profundamente inmoral lo que estamos haciendo como Occidente colectivo”. En este enfrentamiento se está jugando la recomposición a escala planetaria de los poderes dominantes: Estados Unidos no quiere por nada del mundo perder su sitial de honor, el que mantuvo como superpotencia hegemónica durante el siglo XX, mientras nuevos poderes -Rusia y China en lo fundamental, con una nueva arquitectura económica asentada en los emergentes BRICS desmarcándose del área-dólar- comienzan a dibujar una nueva multipolaridad. Europa va quedando como furgón de cola de Washington, y la población europea no sale de su anonadamiento, siendo llevada a una autoflagelación de la que, pareciera, no puede reaccionar. Durante la guerra de Vietnam, enormes cantidades de estadounidenses protestaban contra esa masacre; ahora muy pocos europeos protestan por lo de Ucrania. Antes bien, son llevados -demencialmente- por una rusofobia enloquecida a un posición tragicómica: está prohibido escuchar música de Tchaikovski o leer a Dostoievski… “El sueño de la razón produce monstruos”, alertaba Francisco de Goya y Lucientes.  
 
En una viñeta de humor gráfico (ahora rebautizadas “memes”) que circula por las redes, se aprecia la foto de Saddam Hussein con la leyenda: “El imperialismo le dio armas, luego le pasó factura”. Otro tanto se ve en una imagen de Mohammar Khadaffi, y así también con Osama bin Laden, para cerrar con la imagen de Zelenski, actual presidente “democrático” de Ucrania, con la pregunta: “¿Se repetirá la historia?” Quizá ahí puede verse lo de “comedia”, claro que a un precio altísimo.
 
II
 
¿Quién gana en esta guerra? Si el objetivo de Washington, utilizando a la Unión Europea y a la OTAN como sus instrumentos, era derrotar militarmente a Moscú en el campo de batalla, eso no se ha cumplido. Y nada indica que se vaya a cumplir. En el siglo XIX no pudo Napoleón con sus ejércitos, en el XX no pudieron los nazis, ahora en el XXI tampoco parece poder el capitalismo occidental. La Federación Rusa, heredera del primer Estado obrero-campesino, la URSS, se muestra como una superpotencia en lo militar, guardándose la posibilidad de desplegar una guerra nuclear de sentirse peligrosamente amenazada. La hiper militarización de Ucrania -que sigue recibiendo armamento, perdiendo a sus hijos en el campo de batalla y siendo bombardeada sin clemencia por el ejército ruso- no parece detenerse. La estrategia de la Casa Blanca puede llegar a ser demencial, porque -buscándolo a sabiendas o no- quizá termina precipitando el Armagedón, el holocausto termonuclear final. 
 
Con criterio no tan enfermizo -¿quizá por eso le dieron un balazo en la cabeza?- John Kennedy había dicho: “Defendiendo nuestros propios intereses vitales, las potencias nucleares deben evitar sobre todo aquellos enfrentamientos que llevan a un adversario a elegir entre una retirada humillante o una guerra nuclear. Adoptar ese tipo de curso en la era nuclear sería solo evidencia de la bancarrota de nuestra política, o de un deseo colectivo de muerte para el mundo”. Siguiendo ese razonamiento, quizá haya que darle la razón a Freud cuando pensaba que la humanidad no podrá sobreponerse a la fuerza incoercible de una pulsión de muerte que, tarde o temprano, nos llevaría a la autodestrucción. La “comedia”, en tal caso, la podríamos llegar a pagar la humanidad completa. Comedia macabra, por cierto. 
 
Los capitales occidentales, capitaneados por Washington, han construido una matriz mediática rusofóbica de proporciones gigantescas. A ello se aúna una infame visión del mundo centrada en la defensa de la supuesta “libertad” y la “democracia” en contra del “autoritarismo”, para la ocasión representado por el presidente Vladimir Putin, o su homólogo chino Xi Jing pin, así como cualquier personaje que desafiara la supremacía del dólar (los citados Hussein, Khadaffi, los líderes iraníes, el mandatorio norcoreano Kim Jong-un, los hermanos Castro, Maduro, el fallecido Chávez). Lo cierto es que, en términos bélicos, Moscú está saliendo airoso de momento, y la tan esperada contraofensiva de primavera llevada adelante por Kiev, con todo el apoyo de la OTAN, no ha funcionado. 
 
¿Quién gana entonces en la guerra? Tal como dice muy claramente Daniel Kersffeld: “En la guerra gana el capital. Valiéndose del conflicto con Rusia, el régimen de Volodímir Zelenski lleva adelante una brutal ofensiva en contra de los derechos laborales de los ucranianos. Organizaciones sindicales de todo el mundo están denunciando que el gobierno ucraniano apunta a crear un verdadero laboratorio neoliberal, con la menor cantidad posible de regulaciones laborales y con las mejores condiciones para que empresas privadas y grandes corporacionespuedan realizar enormes inversiones en el marco de la política de reconstrucción del país que actualmente se está promocionando en los países europeos y en los Estados Unidos.” En Ucrania ganan los capitales, como sucede siempre en el capitalismo. Y en todas las guerras de alto calibre que estamos viendo desde finales del siglo pasado, ya caído el bloque soviético, iniciándose con la de los Balcanes y el descuartizamiento de la ex Yugoslavia, se repite el mismo guión: el Occidente ¿civilizado? destruye impiadosamente un país, se lo apropia, y luego lo reconstruye. Pasó en Irak, en Libia, en Afganistán. Ya está pasando ahora en Ucrania. La Conferencia de Berlín parece seguir presente. 
 
La democracia y el “progreso” que los capitales occidentales, liderados siempre por Estados Unidos, se imponen en los países antes sojuzgados por “autocracias tiranas”, ahora liberadas, deja claros ganadores: “En 2014, Ucrania tuvo que comprometerse con una serie de medidas de austeridad a cambio de un paquete de rescate de 17.000 millones de dólares del FMI y un paquete de ayuda adicional de 3.500 millones de dólares del Banco Mundial. Estas medidas incluyeron la reducción de pensiones y salarios en el sector público, la reforma del suministro público de agua y energía, la privatización de los bancos y la modificación del sistema de IVA, pero además, la privatización de tierra que se llevará a cabo en este caso levantando la moratoria sobre la tierra y liberalizar su tenencia”, comenta Alejandro Marcó del Pont. Por supuesto, los ganadores no son las poblaciones que han quedado violentadas por la guerra, ni sus gobiernos: ¡son los benditos y sacrosantos reconstructores! Rusia marcó la línea roja en el Donbass; ahí manda Moscú. En el resto del país, los “democráticos” occidentales, a través de una marioneta llamada Zelenski (¿se cumplirá la profecía del meme arriba citado?). La población ucraniana… ¿los extras de la comedia?
 
III
 
Recientemente se celebró en Londres (capital de un ex “civilizado” imperio que sigue manteniendo monarcas, igual que un milenio atrás… ¿Civilizado?) la II Conferencia para la Recuperación de Ucrania. Se reunieron allí autoridades gubernamentales, la gran banca privada occidental, organismos crediticios como el FMI y el BM, incluso “solidarias” ONG’s, todos para calcular los costos de la reconstrucción del destruido país eslavo. De acuerdo al estimado hecho por el Banco Mundial, la Comisión Europea y Naciones Unidas, se necesitan 411,000 millones de dólares para dicha tarea. El gobierno ucraniano estimó que el costo total, en realidad, podría superar el billón de dólares. Pero ¿quién pagaría eso? Obviamente, la población ucraniana, contra quien se “lleva adelante una brutal ofensiva hacia sus derechos laborales”, como se citaba más arriba, para favorecer a quienes se cobrarán la factura de esa ¿ayuda?
 
¿Cómo se la cobrarán? Quedándose con los recursos petrolíferos y gasíferos, y con los 33 millones de hectáreas cultivables, el “granero de Europa”, que ya están pasando a ser propiedad de multinacionales occidentales dedicadas al agronegocio. Evidentemente, en la guerra sí ganan algunos. Las poblaciones, por supuesto que no. Los fabricantes de armas, sin dudas son los primeros beneficiados. Y como vemos con esta nueva modalidad de destruir para luego reconstruir, los grandes capitales -Estados Unidos ante todo- también. Quedarnos con la idea que el Kremlin inició una “operación militar especial” para defender a la población rusohablante de las repúblicas del Donetsk y Lugansk es, en todo caso, parcial. La operación es -imposible negarlo- una guerra abierta (100,000 muertos ya puso Ucrania) que sirve a Moscú para mostrar su músculo militar y demarcar zonas de influencia. El capitalismo ruso, ahora en expansión, también gana. 
 
Si pudimos hablar de una nueva Conferencia de Berlín es porque, en esa novedosa arquitectura global que se está tejiendo, Rusia, que ya no es socialista, tiene aspiraciones de potencia económica-política y militar, tanto como las potencias capitalistas occidentales. La guerra de Ucrania es la expresión del manotazo en la mesa que el Kremlin está dando para evidenciar que no quiere ser solo una “potencia regional”, como dijeron en la Casa Blanca, sino un poder con características globales, con una economía que crece -pese a las sanciones occidentales- y con poder de fuego que equipara la posibilidad de destrucción total de su archirrival Estados Unidos. Su innegable fortaleza militar es su carta de presentación, en este momento más que su economía (China es, ante todo, una afrenta económica para el capitalismo occidental, y secundariamente una amenaza bélica). En estos momentos Rusia, no hay que olvidarlo nunca, es un país capitalista, tanto como los occidentales contra quienes está combatiendo. Para muestra, solo como un indicador de ese perfil, baste ver lo sucedido con el grupo Wagner (que lleva ese nombre en honor al músico preferido de Adolf Hitler. ¿Y el ideario y la ética socialista, qué se hicieron?). 
 
Tal agrupación, fundada en 2013 por el ex presidiario Yevgueni Prigozhin, ahora devenido multimillonario (preso por robo a mano armada en la década de los 80 -el socialismo, sin duda, no puede evitar la transgresión psicopática-), es un ejército privado similar a los que tiene también Estados Unidos (llamados “contratistas”), y otras potencias capitalistas europeas. Ese grupo militar ruso, formado por mercenarios y convictos que cobran salarios de entre 3 y 4 mil dólares mensuales, tiene presencia en no menos de once países, fundamentalmente en África, donde brinda asistencia y entrenamiento a los ejércitos locales a cambio de acceso a reservas de oro y metales preciosos, muy ricos en ese continente. [Los contratistas de guerra] “no son sólo manzanas podridas: son el fruto de un árbol muy tóxico. Este sistema depende del maridaje entre inmunidad e impunidad. Si el gobierno empezara a golpear a las empresas de mercenarios con cargos formales de acusación de crímenes de guerra, asesinato o violación de los derechos humanos (y no sólo a título simbólico), el riesgo que asumirían estas compañías sería tremendo. (…) La guerra es un negocio y el negocio ha ido muy bien”, explica acertadamente Jeremy Scahill hablando de las empresas estadounidenses. Eso vale para cualquier ejército mercenario. En la guerra, concebida en términos capitalistas, ¡por supuesto que hay ganadores!
 
En definitiva: capitalismo es capitalismo, sin importar si es ruso, canadiense, taiwanés, estadounidense, egipcio o peruano. “El capital no tiene patria”, digo un pensador decimonónico supuestamente superado hoy. Parece que eso, expresado 150 años atrás, sigue siendo muy vigente, no fue superado. Ucrania lo permite ver con sangrienta claridad. 

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