El ascenso de la derecha ultraconservadora en Nuestra América demanda reflexión. Su virulenta retórica es una declaratoria de guerra orientada a profundizar el maloliente neoliberalismo y acentuar el deterioro de la calidad de la vida de las personas: muertes por hambre, desempleo, migraciones y discriminaciones diversas.
Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica
“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Antonio Gramsci
Ese ascenso se percibe en los escenarios políticos con la pasarela de personalidades, algunas casi desconocidas, portavoces de la irracionalidad que abandera consignas retrógradas del repertorio político-cultural. Atacan al estado y promueven la evasión de impuestos y la corrupción; son entusiastas del mercado, pero no tan libre como para que destruya a sus lealtades más cercanas. A su vez incentivan el deterioro de los derechos humanos. Como una de sus fortalezas es la lucha ideológica, se amparan en prédicas de las iglesias neopentecostales, sus pastores y apóstoles para obtener base social entre sus feligresías.
No son fantasmas pues más bien es el fantasma de la izquierda el que los aterroriza; sino zombis porque a algunos los creíamos muertos o se salieron de sus tumbas gracias a los multimillonarios recursos económicos aportados por donantes anónimos y de procedencia sospecha. Hay fundaciones internacionales, fideicomisos, sectas y cultos con millones aportados por donantes que les permite la contratación de oradores renombrados que les aúpan y les conquistan el aplauso. El laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa es aclamado y vitoreado por sus arengas en contra la izquierda y los sectores políticos progresistas; se luce presentándose ante cámaras y escenarios con lo más conspicuo de la élite política ultraconservadora. Con los recursos con que cuentan, suman a su cruzada sacrosanta redes sociales, trolles creadores y reproductores de noticas falsas y respuestas insultantes para desacreditar el mejor argumento contra los zombis. En cuanto tales, se alimentan de la sangre de mucha gente de bien, desesperados por la falta de esperanza, por los sinsabores y las frustraciones que quedaron después de la pandemia del Covid 19 y por las muchas promesas incumplidas, sumadas a la permanente corrupción en las derechas tradicionales y también en las izquierdas.
Los más notorios ideólogos de esta nueva derecha, ultra, se reunieron, en México, en una Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en noviembre del año anterior. Estuvieron Bolsonaro, el hijo de Bolsonaro, Trujillo, el nieto de Trujillo, Steve Bannon, asesor de Trump, el republicano Ted Cruz, el español Santiago Abascal de Vox y José Antonio Kast el pinochetista chileno. El encuentro fue propiciado por la asociación Viva México, cuyo portavoz y anfitrión Eduardo Verástegui, en su discurso declaró: “Nosotros somos la verdadera derecha. Y aunque hay quienes dicen que también lo son, en realidad son lobos disfrazados de ovejas. Los conservadores somos la verdadera derecha, y nunca vamos a negociar con quienes no defiendan a la familia y la vida antes de la concepción. (…) De nosotros, para allá, todo está a la izquierda”. (ver Jacques Coste, La ultraderecha en México, https://politica.expansion.mx/voces/2022/11/23/la-ultraderecha-en-mexico)
Las líneas de debate eran muy elocuentes y les retrata por sí mismas: 1) la idea de que una ola de gobiernos socialistas inunda el continente americano y es necesario que la derecha se una para frenarla; 2) una férrea defensa de la vida desde la concepción, la familia tradicional y los valores del cristianismo, y 3) el convencimiento de que la mayoría de los partidos de derecha son blandengues y no representan al conservadurismo, por lo que es necesario que endurezcan sus posiciones. “En suma (nos dice la fuente), los integrantes de la CPAC coinciden en que estamos, dicen, frente a una crisis moral, política y social: en una palabra, civilizatoria”.
Pero, ninguno de esos zombis busca la educación cívica de la gente, para que la democracia se enriquezca con su participación sino al contrario, promueven el divertimento fácil, para retirar a los ciudadanos de toda participación democrática, incluso, lo deseable para ellos es que la gente no vote por nadie: entre menos electores les es más cómodo gobernar. En fin, no les crean expectativas de futuro y tratan de empobrecerles el pasado. Para esto borran del discurso los orígenes de la nación, las luchas cívicas reivindicadoras y sus héroes. En esa lógica evocan la grandeza de los dictadores, la justeza de las ejecuciones realizadas en la oscuridad a adversarios y combatientes honestos y las violaciones flagrantes a los derechos humanos, No son ingenuos, ni ignorantes; cuentan, se ha dicho, con intelectuales y periodistas que los alaban, ya que, intelectuales al fin, conocen las debilidades del país que están gobernando, que quieren gobernar o que ayudan, “generosamente” a gobernar. Más aún, saben cuáles son los intereses y las prioridades de la clase dominante a la que sirven; tienen la ruta muy clara: el reparto de riquezas y la ampliación de la pobreza. Aunque pueda que se digan nacionalistas, no lo son; pues, en lo más mínimo se van a enfrentar a los intereses que promueven las grandes potencias internacionales, meno aun, aunque decadente, la potencia continental, pues esta, en su momento agónico no deja de codiciar nuestras riquezas naturales. Les importa un bledo los límites, físicos o jurídicos, de la nación cuando de entregar esas riquezas se trata, o bien abrir la economía y las finanzas a turbios negocios internacionales. Podrían, incluso, como lo hacía sin tapujos Trump, declarar que las riquezas de Nuestra América son patrimonio de la nación americana. Para ello, sin vergüenza alguna, falsean la historia, exaltan a los dictadores, honrando los nombres de Pinochet, Trujillo, Videla y Somoza. En España pululan los videos de intelectuales que critican la afirmación de que la conquista fuera cruel e inhumana, para subrayar el carácter “civilizatorio” de la labor de España en América. Así son de perversos allá y acá.
Como lo señalaron en la CPAC en México, pueda que lleguen al extremo de provocar conflictos y enfrentamientos de clase para beneficiar a unos y perjudicar a otros: empresarios contra empresarios. Esto hace que algunos ingenuos de alguna de las izquierdas los vea como progresistas y socialistas en potencia. Pero ellos mismos, los zombis del claroscuro declaran que están más a la derecha que la derecha misma. En Costa Rica, por ejemplo, se le endilgó el calificativo de comunista a Carlos Alvarado y aún se sigue pensando que lo era; no obstante, en su gobierno se profundizó la debacle del estado social existente desde mucho antes de la Constitución de 1949: su pecado, para los zombis fue que Alvarado le dio cobijo a los derechos de la comunidad LGTBI. Quizá por esto el actual presidente, Rodrigo Chaves busque, por todos los medios, alejarse de aquel “izquierdista” quien, por un tiempo le había dado trabajo como ministro de Hacienda. Ahora, hace enormes esfuerzos para parecerse a los zombis del CPAC, fotocopiar a Bukele y la Boluarte y ver con simpatía al nuevo engendro sudamericano, Milei.
En esta batalla cultural los científicos sociales, los académicos universitarios y los filósofos de profesión tenemos una tarea urgente: promover que la gente retome la confianza en el porvenir; que recupere su utopía: no es sólo una tarea nacional, sino que trasciende fronteras, como son transnacionales los monstruos de que hablamos. Supone vernos como hermanos de naciones hermanadas por la historia. Esto implica organización muy diversa, creativa y diálogo multicultural, que deje a un lado las diferencias que nos separa para volver a repensar la profundización y defensa de los derechos humanos, el origen de nuestras conquistas históricas y nuestras fortalezas como nación. Significa apostar a la democracia participativa y al bien común: construir naciones, sin fronteras, pero con gente que pueda gozar un futuro mejor para todos.
Hay, por tanto, una gran tarea por delante; en esta batalla cultural no contamos con días libres, porque el desempleo, el hambre, la desesperación de la gente y la falta de utopía está cundiendo de muertos Nuestra América. Nuestro papel es estar en la batalla: nuestras armas son el pensamiento creativo y crítico y el saber científico. Para ello se requiere la renuncia, sobre todo, a los saberes parcelados por la arrogancia, el hegemonismo y la supremacía doctrinaria. Se demanda, dejar de lado las diferencias que tanto dañan a la izquierda nacional y latinoamericana y discutir entre hermanos con argumentos y no con agresiones verbales aludiendo a falsas verdades absolutas que solo obstaculizan el debate y el necesario trajinar juntos hacia el porvenir. Comprender que lo que pasa en la otra frontera también nos importa y nos involucra: que los migrantes que caminan frente a nuestra casa son seres humanos que no han renunciado a su utopía, aunque nos parezca equivocada. En esta batalla cultural, para salir del claroscuro libre de los monstruos, requerimos la comunicación sincera y veraz.
Excelente llamado, estimado Jaime. Hay que redoblar esfuerzos y abrazar las causas nobles y justas en defensa de la dignidad humana. En nuestro país falta agrandar la mesa para la busqueda de convergencias de cara a los algidos problenas que nos azotan.
ResponderEliminar