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sábado, 21 de octubre de 2023

Guatemala en octubre

Tanto la elección de Bernardo Arévalo, como las movilizaciones de la población indígena, son evidencia de que en Guatemala algo importante está en proceso y que se avecinan cambios.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

En Guatemala, octubre es un mes especial. En él, se conmemora el movimiento social que el 20 de octubre de 1944 abrió las puertas a una revolución democrático burguesa que pretendió modernizar un país atrapado en estructuras arcaicas que en mucho aún rememoraban las condiciones coloniales. Fue una experiencia efímera: diez años después, un golpe de Estado, planeado y respaldado por la CIA, la desbancó e implantó en el país un régimen que perdura hasta nuestros días. 
 
Por eso, en Guatemala octubre es un mes que, para muchos -no para todos, pues hay quienes se regocijan con el estado de cosas imperante- es sinónimo de rememoración esperanzadora. Esto es importante en un país que lleva casi 70 años sumido en una oscura noche teñida de arbitrariedad y violencia.
 
Ahora, en 2023, esa conmemoración cobra una nueva dimensión. El 20 de agosto del año en curso, en la segunda ronda de las elecciones generales ganó la elección presidencial Bernardo Arévalo, hijo de uno de los dos presidentes electos durante ese período que va de 1944 a 1954, que en Guatemala se conocen como “los diez años de primavera en el país de la eterna tiranía”, Juan José Arévalo.
 
Después de tantos años de gobiernos mediocres, cleptómanos y represivos, es comprensible que la victoria del hijo de una de las figuras emblemáticas de esos años de primavera democrática despierte entusiasmo. Se trata de un político del partido Semilla, de carácter socialdemócrata, que reduce su carrera política a haber sido diputado durante cuatro años por el mismo partido que lo llevó al poder. 
 
Durante la primera vuelta la candidatura de Bernardo Arévalo parecía no tener ningún chance, pero llegó a ocupar el segundo lugar luego de la descalificación por el Tribunal Supremo Electoral de otros contrincantes, y ganó contundentemente la segunda ronda.
 
Semilla y Arévalo se convirtieron en catalizadores del descontento y hartazgo de muchos guatemaltecos, especialmente de una capa de jóvenes urbanos, algunos de los cuales seguramente habían tenido participación en las movilizaciones que, en 2015, se trajeron abajo al presidente Otto Pérez Molina por estar implicado en una red de corrupción en las aduanas del país, y que se había sentido defraudada al ver que los gobiernos que siguieron tuvieron las mismas características, si no peores.
 
Pasada la elección, los grupos dominantes han hecho hasta lo imposible por obstaculizar el camino de Arévalo hacia la asunción del gobierno en enero del año entrante. A la cabeza de esta tramoya está el mismo presidente Alejandro Giammattei, La fiscal general, jueces y magistrados adscritos a lo que se ha denominado el Pacto de Corruptos. Han cometido actos ilegales reñidos con la Constitución, pero se avalan y cuidan las espaldas entre ellos retorciendo la interpretación de las leyes.  
 
Cansados de todas esas jugarretas que buscan evitar la llegada al gobierno de una fuerza política que tiene como su bandera principal la lucha contra la corrupción, durante este mes de octubre ha habido movilizaciones de sectores sociales que nunca antes habían tenido ese protagonismo político en el país. Se trata de la población indígena, que ha sido convocada por sus organizaciones e instituciones y que piden que sean removidos de sus cargas quienes llevan adelante las movidas obstaculizantes contra el partido Semilla y Bernardo Arévalo. Hasta ahora, luego de más de 15 días de movilizaciones permanentes, nadie da su brazo a torcer.
 
Pero, tanto la elección de Bernardo Arévalo, como las movilizaciones de la población indígena, son evidencia de que en Guatemala algo importante está en proceso y que se avecinan cambios. Nadie puede decir con precisión qué cambios serán ni su profundidad, pero sí su dirección: el país está cuestionando el poder del Pacto de Corruptos y quiere que se vaya. Éste, aún tiene mucho poder y se está defendiendo con uñas y dientes, por lo que seguramente el proceso llevará un tiempo y tendrá avances y retrocesos.
 
Así encuentra a Guatemala este nuevo aniversario del 20 de octubre, posiblemente a las puertas de algo similar a lo que ocurrió hace 79 años, es decir, de un momento de su vida política en el que se buscará agiornar a un país al que le ha costado modernizarse y construir un Estado inclusivo que, al decir de José Martí, sea “con todos y por el bien de todos”.  

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