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sábado, 14 de octubre de 2023

Guatemala: un salto cualitativo

 Hace casi dos semanas que en Guatemala tiene lugar un hecho al que debe prestársele especial atención: la población indígena ha asumido un protagonismo inédito en la vida política del país. 

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica


Guatemala se caracteriza por un racismo exacerbado producto de su condición poscolonial. La población indígena es vista como inferior por quienes se consideran blancos, aunque en realidad no lo sean. Se le atribuyen características negativas que serían, en buena medida, el lastre que no permite el tan ansiado desarrollo. Serían haraganes, borrachos, taimados y se multiplicarían sin concierto. 

 

Durante el largo conflicto armado que vivió el país entre 1960 y 1996, distintos grupos de población indígena se incorporaron de diferentes formas a la contienda. Los hubo quienes engrosaron las filas de la insurgencia como bases de apoyo; los que ingresaron a las filas de las guerrillas hasta llegar a ocupar lugares dirigenciales, pero también hubo quienes permanecieron al margen, sin que eso significara que fueran indiferentes a lo que ocurría.

Este período de la historia política reciente del país dejó hondas huellas en toda la población, y no podía ser para menos. Después de la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, e incluso antes, los indígenas se organizaron de distintas formas para reivindicar su especificidad y sus derechos en el conjunto de la nación. Estos esfuerzos fueron de distinto tipo, desde la conformación de una Academia Maya de la Lengua, hasta la organización política propia en función de sus intereses particulares y específicos. 

 

En distintas zonas con población indígena mayoritaria se institucionalizaron esfuerzos para dar coherencia a este proceso. Los xincas, por ejemplo, que ocupan la parte sur oriental del país, único grupo indígena que desciende de pobladores que llegaron al actual territorio guatemalteco desde el sur del continente, crearon la figura del Parlamento Xinca. En Sololá, la Alcaldía Indígena; en Totonicapán, han logrado preservar una organización comunal que hoy desemboca en lo que se conoce como los 48 cantones, que en la coyuntura política actual ha cobrado una especial relevancia al ser los organizadores principales del movimiento de resistencia y protesta ante los desmanes del Pacto de Corruptos, encabezado por el presidente Alejandro Giammattei, la fiscal Consuelo Porras y una corte de adláteres, fiscales, jueces y organizaciones de extrema derecha, que buscan detener el proceso anticorrupción que ha puesto sobre el tapete la victoria en las elecciones del partido Semilla y su candidato a presidente Bernardo Arévalo.

 

La victoria de Arévalo se produjo principalmente por el voto de jóvenes de las más importantes ciudades del país, que están hartos de la corrupción y la arbitrariedad de los actuales grupos dominantes. Se trata de un movimiento subterráneo, que se expresó de forma abierta y contundente en las manifestaciones que desembocaron con la renuncia y juzgamiento del expresidente Otto Pérez Molina en 2015, y luego en la conformación del partido Semilla que hoy gana, de forma sorpresiva, las elecciones presidenciales.

 

Es una corriente que estuvo conformado principal, aunque ciertamente no exclusivamente, por grupos de clase media urbana, algo característico de una sociedad organizada casi estamentalmente. Mientras tanto, los pueblos indígenas y sus organizaciones particulares han tenido reivindicaciones propias, hasta ahora poco coincidentes con estos movimientos más de citadinos y de ladinos jóvenes; pero el movimiento que ahora encabezan entronca con ellos y, aún más, se pone a su vanguardia. Se trata de un movimiento pacífico, pero firme, en el que brotan expresiones de creatividad popular que le confiere un ambiente festivo que no ha sido hasta ahora característico de este tipo de movimientos en Guatemala. Se baila, se canta y se presentan grupos artísticos de distinto tipo. ¡Qué alegría ver a los guatemaltecos manifestarse de esta forma luego de tantos años de terror! Ojalá sea anuncio de una nueva forma de relacionamiento y expresión colectiva que caracterice el nuevo tiempo que se anhela que se abra con Arévalo. Es también un atisbo del tipo de sociedad que ya debería prevalecer en Guatemala, que reconociera, impulsara y se enorgulleciera, de su carácter multiétnico y pluricultural. 

 

Quiere decir todo lo anterior que, así como en 2015 asistimos al surgimiento de un movimiento ciudadano que luego siguió eclosionando hasta llegar a donde estamos actualmente, esta partición activa del movimiento indígena puede ser anuncio de un salto cualitativo que lleve cambios estructurales que posibiliten reorganizar a la sociedad guatemalteca en una dirección distinta a la troglodita hasta ahora prevaleciente.  

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