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sábado, 21 de octubre de 2023

Laudate Deum: llamado urgente para cuidar la casa común

 El 4 de octubre pasado, precisamente en la festividad de San Francisco de Asís, el Papa publicó una nueva exhortación apostólica titulada Laudate Deum, que se traduce como Alaben a Dios. Este documento actualiza –ocho años después de la publicación de su encíclica Laudato si’ en la que expuso un análisis profundo de las causas y consecuencias de la crisis socioambiental en curso– su llamado al cuidado urgente de nuestra casa común.

Mario Patrón / LA JORNADA

Una de las pautas que han distinguido el actual papado es su especial preocupación por el cuidado de nuestra casa común, frente a las dinámicas de producción y consumo características del actual modelo civilizatorio que han puesto al planeta al borde del colapso. Desde el inicio de su servicio como obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio envió un poderoso gesto de esta vocación con la elección del nombre de Francisco como símbolo de su adopción del estilo de San Francisco de Asís, cuyo testimonio de fe encontró en la frugalidad, en el servicio a los pobres y en la hermandad con la naturaleza un modo privilegiado de alabar a Dios.
 
El 4 de octubre pasado, precisamente en la festividad de San Francisco de Asís, el Papa publicó una nueva exhortación apostólica titulada Laudate Deum, que se traduce como Alaben a Dios. Este documento actualiza –ocho años después de la publicación de su encíclica Laudato si’ en la que expuso un análisis profundo de las causas y consecuencias de la crisis socioambiental en curso– su llamado al cuidado urgente de nuestra casa común, pues, tal como se lee en sus primeros párrafos, a pesar de las evidentes y cada vez más graves expresiones de la crisis de cambio climático, no ha habido “reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre”.
 
Su diagnóstico es severo: el cambio climático no es una cuestión ideológica, como algunas facciones políticas y voceros de las élites económicas han querido presentar, sino una realidad patente que ejemplifica un pecado estructural, lo cual supone no sólo una relación descuidada con el entorno, sino un atentado a la propia humanidad, especialmente contra las poblaciones más vulnerables del mundo quienes hoy soportan los efectos más severos del cambio climático.
 
La exhortación responde a los escépticos del cambio climático que los ciclos de calentamiento y enfriamiento naturales de nuestro planeta son completamente insuficientes para explicar la velocidad de los cambios en las temperaturas globales. El planeta se ha calentado 1.15 grados desde 1850 y 0.75 grados desde la década de 1970, lo que delata la rapidez del calentamiento en los últimos años. Paralelamente, 42 por ciento del total de las emisiones netas de gases de efecto invernadero a partir de 1850 se produjeron después de 1990, como ha documentado el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático citado por Francisco en su documento.
 
Laudate Deum advierte que tomará siglos revertir los daños ya producidos sobre los ecosistemas, especialmente los océanos que sufren de calentamiento, acidificación y reducción de salinidad. Por ello subraya que se requiere de acciones colectivas urgentes que ralenticen y eventualmente detengan las afectaciones sistemáticas a nuestra casa común. En tal sentido, la exhortación llama a replantear el paradigma tecnocrático dominante, repensar el uso del poder y reconfigurar el multilateralismo para que las naciones periféricas, quienes hoy por hoy padecen con mayor crudeza los efectos del cambio climático, tengan voz e incidencia efectiva en el entramado internacional.
 
El llamado del Papa a reconfigurar el multilateralismo es portador de una profunda crítica a la ineficacia de las conferencias internacionales sobre el cambio climático convocadas por la ONU (las conferencias de las partes o COP) que han privilegiado ciertos intereses nacionales o privados por encima del interés global y en cuyos acuerdos no se han establecido mecanismos de control, revisión y sanción ante incumplimientos, lo cual ha dejado la implementación de sus medidas a merced de la buena voluntad de las naciones. La muestra más evidente del fracaso de las COP hasta hoy es la continuidad a ritmos históricos de las emisiones de gases de efecto invernadero a lo largo de los 27 años de celebración de estos encuentros. En la inminencia del inicio el próximo 30 de noviembre de la COP28, que se celebrará en la capital de Emiratos Árabes Unidos, uno de los principales países exportadores de energías fósiles, el Papa insta a los participantes a construir “formas vinculantes de transición energética que tengan tres características: que sean eficientes, que sean obligatorias y que se puedan monitorear fácilmente”.
 
La invitación final de la exhortación apostólica a la humanidad es a abandonar el antropocentrismo autosuficiente y depredador que ha caracterizado el actual modelo civilizatorio y colocar en su lugar el reconocimiento de que “la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas”, de manera que comprendamos que habitamos un solo ecosistema y que nadie puede salvarse solo. Así terminamos, dice, “con la idea de un ser humano autónomo, todopoderoso, ilimitado, y nos repensamos a nosotros mismos para entendernos de una manera más humilde y más rica”.
 
En la actualización de su reflexión sobre la crisis socioambiental, Bergoglio distingue y articula con claridad los niveles de responsabilidad de los actores, así como el impacto de sus acciones en la mitigación y ralentización de los efectos del cambio climático: “Es necesario ser sinceros y reconocer que las soluciones más efectivas no vendrán sólo de esfuerzos individuales, sino ante todo de las grandes decisiones en la política nacional e internacional”; al tiempo que recuerda a las sociedades que “más allá de los cambios cuantitativos necesarios, no hay cambios verdaderos sin cambios culturales”.
 
Es decir, si bien el Papa reitera su llamado a toda la humanidad a emprender el camino de reconciliación con el mundo que nos alberga, ciertamente pone en el terreno de los actores preponderantes un nivel de responsabilidad mayor y lo hace en términos que no dejan lugar a dudas sobre la urgencia de su llamado: “A los poderosos me atrevo a repetirles esta pregunta: ¿para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?”
 
De no atender la convocatoria que formula Francisco la humanidad actual corre el riesgo de materializar la ironía de Vladimir Soloviev –citada en la propia exhortación del pontífice–, que hablaba del siglo XXI como “un siglo tan avanzado que era también el último”. Ciertamente es tarde, pero aún estamos a tiempo.

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