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sábado, 7 de octubre de 2023

Violencia y narcotráfico en América Latina

 La violencia que provoca el crimen organizado y el narcotráfico se ha extendido a toda América Latina. Lo que hace unos veinte años parecía estar constreñido como fenómeno social presente e inquietante a Colombia (que se transformó desde entonces, por ello, en el paradigma al que refiere el imaginario de la cultura de la violencia provocada por el crimen organizado), ahora se ha extendido a todo el continente.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Seguramente, la situación por la que atraviesa México lo ilustre de forma ejemplificante. En estos días, por ejemplo, acaba de hacerse público un nuevo informe sobre la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, los cuales fueron secuestrados y desaparecidos en 2014. Los grupos implicados ilustran cómo fuerzas de seguridad del Estado (policías y militares) coludidos con carteles del narcotráfico, en este caso el de Guerreros Unidos, tramaron, ejecutaron y encubrieron un operativo que, hasta la fecha, no sé ha logrado determinar con certeza si encubre represión contra estudiantes que protestaban contra el gobierno, líos entre pandillas o tráfico de estupefacientes en el autobús que los transportaba. 
 
La grotesca y generalizada violencia que se ha entronizado en México se agudizó a partir de la guerra contra el narco declarada por el entonces presidente Felipe Calderón en 2007, y se ha expandido y profundizado actualmente por el crecimiento de las maras de origen salvadoreño, especialmente la Salvatrucha y la 18; el tráfico de personas, sobre todo de migrantes y los negocios de la extorsión, el secuestro, los peajes y el sicariato.
 
En México aparecen fosas comunes con decenas de cadáveres, y se cometen crímenes atroces como el de la cárcel de Ciudad Juárez, en donde murieron quemados 40 migrantes a vista y paciencia de las autoridades.
 
Pero esos son solo ejemplos recientes de lo que sucede en todas partes. En Chile, el gobierno impulsa en este momento una ley para prohibir los funerales narco, entierros estrambóticos de personajes que, perteneciendo a bandas de narcotraficantes, han muerto ajusticiados en las pugnas por zonas de distribución de drogas o por ajustes de cuentas. Son de tal magnitud y despliegue, que paralizan barrios enteros, obligan a suspender actividades en colegios e instituciones públicas y toda la vida se paraliza mientras el entierro desfila resguardado por la fuerza pública.
 
En Costa Rica, país que se precia de ser oasis de paz, este 22 de septiembre se alcanzó la cifra de 655 homicidios, los mismos que hubo en todo el 2022, lo que transforma el año 2023 en el más violento de su historia. Su posición geográfica en el istmo centroamericano, entre el Océano Pacífico y el Atlántico, han hecho que se transforme en el principal exportador de cocaína a Europa desde América Latina y, como ha informado Robert Alter, director de Asuntos Antinarcóticos de la embajada de Estados Unidos, el pasado 26 de septiembre, “el volumen de drogas que llega al país no solo es alto, sino que el pago a cárteles locales se hace con cocaína, lo cual es un motor de homicidios”.
 
El crimen organizado y la violencia que genera está cada vez más presente en nuestro continente y parece no haber fórmula para hacerlo retroceder. Por eso, modelos como el del salvadoreño Nayib Bukele gana simpatizantes. En un continente cada vez más desigual, en donde a la juventud de le cierran los horizontes del empleo digno, se glorifica el individualismo, el consumismo y el enriquecimiento rápido, el problema no podrá sino seguir creciendo.

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