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sábado, 11 de noviembre de 2023

Argentina: Los negacionistas

A las puertas de una segunda vuelta electoral decisiva para nuestra democracia, a cuarenta años de su recuperación en esta era nueva, como nunca, a partir del resultado del balotaje se decidirán también dos caminos tan disímiles como abismales.

Cristian Rodríguez / Página12

Lo que está agazapado en la propuesta de Milei no es sólo una serie de intereses del establishment económico y financiero, sino el estatuto de lo que entendemos por humanidad. Desconocer la existencia de los horrores que acometió un estado terrorista no sólo es grave, sino que sienta el precedente del que encontramos sus ecos en los conflictos globales contemporáneos. El fanatismo y los estados terroristas advienen hacia un mismo peldaño sintomático: el de la eliminación del otro de la diferencia, acometiendo hacia los discursos totalizantes y sus dogmas excluyentes.
 
Cualquier distopía de posguerra mundial, viniera de Phillipe Dick, Orwell, Huxley, el propio Oesterheld y otros, pone de manifiesto una disimetría y una identidad de percepción. Por un lado, la disimetría del “gran hermano”, el ojo/voz omnisciente reaparecido en la película Alphaville de Godard de 1965, con el que se somete y controla cada hálito de la respiración, con el que se aliena cada gesto social y comunitario. Del otro lado, un eco inevitable, en tándem, enajenación del sometido a la lógica del sojuzgador.
 
Como vemos, es la capacidad política de un estado la que debe prevalecer para garantizar que no se desencadene este tándem perverso propio de una estética del tocador sadiano. Para este tipo de escena no hay límite, y de eso da cuenta perfectamente el cuento de Alphonse Allais “Un rajá que se aburre”, donde el rajá sólo encuentra contento a su denso e incipiente aburrimiento cuando la bella y delicada bailarina pierde cada uno de sus velos, y sólo es pacificada su voracidad a manos de los cuchillos de sus guardias personales que la despellejan viva hasta hacerla una pieza anatómica viviente.
 
La responsabilidad para maniobrar en este tipo de disimetría no es diferente de la responsabilidad terapéutica en un contrato analítico, de otro modo por allí entra el goce del analista y no su deseo de analizar, y su afán de transformar la lógica --inevitable-- del discurso amo --en la posición del sujeto supuesto al saber-- en una simple reivindicación del poder del médico/terapeuta sobre el paciente.
 
En este tipo de sutilezas se deslizan las lógicas de los discursos planteados por Lacan, desde el sujeto del inconsciente hacia la subjetividad, propuesta y revelada en el plano social, y en el campo de los fenómenos comunitarios y políticos. Si la instancia que circunstancialmente ocupa la posición del poder ejerce sobre esa trenza de símbolos y discursividades un accionar negligente y brutal, es posible que lo que oportunamente se despliega en los lazos y a nivel del malestar en la cultura produzca un salto, un colapso más bien, hacia algún tipo de fenómeno de campo totalizante, se trate de la violencia confrontativa o las aberraciones propias de la perversión.
 
Por estas épocas también se ha puesto en cuestión el significante 30.000, con el que se reconoce una larga historia de reivindicaciones validadas ante los organismos de derechos humanos e internacionales durante más de cuarenta y cinco años en Argentina, y que identificamos con los símbolos del “nunca más” y “memoria, verdad y justicia”.
 
30.000 es también una cifra simbólica de una tragedia inconmensurable, para señalar el exterminio sistemático de un Estado Terrorista que dejó secuelas más profundas en su magnitud que 30.000 seres humanos desaparecidos.
 
Los daños son incontables e irreversibles, son mucho más que 30.000. Desaparecido es el significante que así queda asociado a 30.000 para nombrar no sólo un acontecimiento negro en la historia argentina contemporánea, sino la serie interminable e inaudita de horrores de las Juntas Militares contra la población civil, desde operativos en la vía pública con asesinatos, razzias mortales, muertos en las torturas, de las que los presos eran objeto en las cárceles comunes y en las comisarías, “accidentes” de precisa incidencia y suicidados.
 
Por otra parte, el informe desclasificado del Gobierno de los Estados Unidos para 1977/78, con la política exterior de Kissinger, arrojaba 22.000 desaparecidos ya para esa fecha. Es decir, quienes habían ingresado a los Centros Clandestinos de Detención u otros destinos desconocidos para la vida pública.
 
La palabra desaparecido --la sustracción de personas de la vida pública hacia los centros clandestinos de detención u otros destinos todavía desconocidos-- es también un estado de situación que pudo haber cambiado o no a posteriori, pero no cambia el modo de nombrarlos a partir de ese momento trágico.
 
Discutir la cifra 30.000 es como discutir la cifra de seis millones de judíos asesinados en el Holocausto. Es una tragedia para la humanidad.
 
A cuarenta años de esta nueva etapa democrática, también votamos por la vida.
 
Cristian Rodríguez es psicoanalista (Espacio Psicoanálisis Contemporáneo - EPC)

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