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sábado, 25 de noviembre de 2023

Sobre la naturaleza en el pensar martiano

 En el pensar martiano, la naturaleza constituye un importante elemento articulador, junto a otros como la virtud, la Humanidad, nuestra América y Cuba.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América

Desde Alto Boquete, Panamá


“Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma -espíritus y cuerpos;  corrientes esclavas en su cauce; raíces esclavas en la tierra;  pies, esclavos como las raíces; almas, menos esclavas que los pies.  El misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo,  cuanto es, deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano,  vasto o raquítico, licuoso o terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los hombres [palabra ininteligible] es Naturaleza.”

José Martí[1]


En el pensar martiano, la naturaleza constituye un importante elemento articulador, junto a otros como la virtud, la Humanidad, nuestra América y Cuba. Se trata de una categoría a un tiempo científica y cultural – y por tanto estética, moral, afectiva y política. Así emerge en usos que van desde su texto de 1881 sobre Venezuela, a los que en 1882 dedica a la muerte del filósofo Ralph Waldo Emerson[2] y del científico Charles Darwin[3], su poemario Versos Sencillos, su ensayo mayor Nuestra América[4] - ambos de 1891-, y sus cartas a María Mantilla[5], en las vísperas del permanente fulgor de su caída en combate.

 

En esos significados se hace sentir la convergencia en el universo intelectual de Martí de corrientes de pensamiento que van desde el peculiar deísmo de Baruj Spinoza (1632-1677) hasta el materialismo dialéctico de Federico Engels y el positivismo de Herbert Spencer. La huella de Spinoza, por ejemplo, se hace sentir cuando en 1882 se pregunta

 

“¿Pero está Dios fuera de la tierra? ¿Es Dios la misma tierra? ¿Está sobre la Naturaleza? ¿La naturaleza es creadora, y el inmenso ser espiritual a cuyo seno el alma humana aspira, no existe? ¿Nació de sí mismo el mundo en que vivimos? ¿Y se moverá como se mueve hoy perpetuamente, o se evaporará, y mecidos por sus vapores, iremos a confundirnos, en compenetración augusta y deleitosa, con un ser de quien la naturaleza es mera aparición?”[6]

 

Y, de allí, a afirmar en 1883 que “A Dios no es necesario defenderlo; la naturaleza lo defiende.”[7]

 

Al propio tiempo, ese vínculo coincide con el momento de la geocultura del sistema mundial en que Federico Engels resalta dos etapas en el proceso histórico de formación de la ciencia como campo del saber. La primera, correspondiente al siglo XVII, es aquella en que se inicia su proceso de separación de la teología, para afirmar “la inmutabilidad absoluta de la naturaleza”, según la cual ésta, cualquiera fuese su origen “una vez presente permanecía siempre inmutable, mientras existiera”, - lo cual abría a crítica, por ejemplo, la credibilidad de los milagros. 

 

Con ello, en oposición a la historia de la humanidad, “que se desarrolla en el tiempo”, a la naturaleza “se le atribuía exclusivamente el desarrollo en el espacio”, negando “todo cambio, todo desarrollo en la naturaleza.” Esa situación empezó a cambiar con la publicación en 1755 de la Historia universal de la naturaleza y teoría del cielo, de Immanuel Kant, en la cual “La cuestión del primer impulso fue eliminada; la Tierra y todo el sistema solar aparecieron como algo que había devenido en el transcurso del tiempo.” Ahora, dado que la Tierra “era algo que había devenido”, también lo eran su estado geológico, geográfico y climático, como sus plantas y animales, con lo cual “no sólo debía tener su historia de coexistencia en el espacio, sino también de sucesión en el tiempo.”[8]

 

Esa visión de una naturaleza “en un proceso de devenir y de cambio” vino a encontrar respaldo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX con el desarrollo de la ciencia en campos como la geología, la física, la astronomía, la química y la biología, que se vio coronada con la publicación de El Origen de las Especies, de Charles Darwin, en 1859. En ese entorno, Martí asumió y mantuvo como un problema de primer orden el vínculo entre la ciencia como forma específica del conocer, y la cultura, como campo más amplio del saber. 

 

Para 1875, cuando era un joven intelectual de 22 años de edad que colaboraba en México en una publicación vinculada al liberalismo radical de su tiempo, se refirió a la ciencia como “el conjunto de los conocimientos humanos aplicables a un orden de objetos, íntima y particularmente relacionados entre sí”, precisando que ella era “el fundamento de conocer: no es el resultado de haber conocido.”[9] Y agregó enseguida una observación que vendría a ser constante en su relación con el mundo natural:

 

Lo verdadero es lo sintético.  En el sistema armónico universal, todo se relaciona con analogías, asciende todo lo análogo con leyes fijas y comunes. Como desde las eminencias abarcan los ojos extensión mayor de tierra, desde el resultado concreto, desde la ley común y fija, desde la deducción análoga que de la contemplación de los seres resulta, abárcase y compréndese número mayor y naturaleza clara de los seres creados.[10]

 

Desde allí pudo decir Martí, ya en la década de 1880, que los hechos eran “la base del sistema científico, sólida e imprescindible base, sin la cual no es dado establecer, levantar edificio alguno de razón”, agregando enseguida una observación que sería especialmente importante en este terreno a todo lo largo de su vida:

 

Pero hay hechos superficiales, y profundos. Hay hechos de flor de tierra y de subsuelo. Y a veces, así como el rostro suele ser diverso del hombre que lo lleva, así la forma y aparente del hecho es contraria a su naturaleza escondida y verdadera. Y hay hechos del mundo del espíritu.”[11]

 

Y a esto agregó una observación de la mayor importancia, que atribuye el vínculo entre esos hechos de carácter diverso, pero interdependientes entre sí, a la interacción constante entre la especie humana y su entorno natural en términos que bien podrían encontrar lugar en la historia ambiental latinoamericana. “Cuando se estudia un acto histórico, o un acto individual,” dijo, 

 

cuando se los descomponen en antecedentes, agrupaciones, accesiones, incidentes coadyuvantes e incidentes decisivos, cuando se observa como la idea más simple, o el acto más elemental, se componen de número no menor de elementos, y con no menor lentitud se forman, que una montaña, hecha de partículas de piedra, o un músculo hecho de tejidos menudísimos: cuando se ve que la intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta, y que toda la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates, entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana, parecen pueriles esas generalizaciones pretenciosas, derivadas de leyes absolutas naturales, cuya aplicación soporta constantemente la influencia de agentes inesperados y relativos.[12]

 

Aquí hay dos elementos de especial interés. Uno consiste en esa “intervención humana en la Naturaleza” -que Engels remite al trabajo como medio orgánico de relación entre ambas partes-, y hace de la Humanidad parte activa en la historia de lo biosfera.[13] El otro, en el rechazo de Martí a aquellas “generalizaciones pretenciosas, derivadas de leyes absolutas naturales”, características del cientificismo positivista dominante en la cultura del Estado liberal oligárquico, que él sometería a tan dura crítica a todo lo largo de su obra.

 

De ese rechazo vendría el reconocimiento a “aquel combate entre la imaginación americana y el molde trasatlántico”[14]. En ese reconocimiento anuncia, además, el del derecho de los pueblos de nuestra América a construir desde sí mismos, y para sí, su propio mundo nuevo en el viejo Nuevo Mundo del colonialismo Noratlántico. Desde allí, dijo,

 

el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.[15]

 

Y a eso solo cabe agregar lo que el propio Martí diría cuatro años después: que “Esto es luz, y del sol no se sale.”[16]

 

Alto Boquete, Panamá, 21 de noviembre de 2023



[1] “Juicios. Filosofía” / 2. s.f. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIX, 364.

[2] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Ibid., XIII, 17-32.

[3] “Darwin ha muerto”. La Opinión Nacional, Caracas, julio de 1882. Ibid., XV, 371-382.

[4] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 15-22

[5] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XX, 207-220.

[6] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. 1975, XIII, 26- 27,

[7] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. Ibid., VII, 326.

[8] Engels (1875): “Introducción a la Dialéctica de la Naturaleza”. C. Marx, F. Engels. Obras Completas en Tres Tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1974. III, 45.

[9] “Escenas mexicanas”. Revista Universal, México, 18 de junio de 1875. Ibid., VI, 233 – 234.

 

[10] Ídem.

[11] Artículos varios: “Serie de artículos para La América”. Ibid., XXIII, 44.

[12] Ídem

[13] Engels, Federico (1876): “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Ibid, III: 66-79.

[14] “Rafael Pombo”. Colombia, s.f. Ibid., VII, 408.

[15] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Ibid., VI, 17.

[16] "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. Ibid. V, 468 – 469.

 

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