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sábado, 13 de enero de 2024

América Latina: queremos un cambio

 Estamos en un momento político de encrucijada, en donde bajo la consigna del cambio llegan al poder quienes solo profundizan las condiciones que han llevado a nuestro continente a la situación de la que la gente quiere escapar.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

La aspiración al cambio se ha transformado en un lugar común de la política latinoamericana. Hay partidos políticos que lo prometen sin contenido, es decir, simplemente cambiar por cambiar, sin que se tenga claro hacia dónde y cómo, y hay incluso aquellos que incluyen esa aspiración en su mismo nombre: Cambiemos y Juntos por el Cambio (ambos de Argentina), Yo soy el Cambio (Costa Rica), Cambio Radical (Colombia), Cambio (Guatemala), Cambio Democrático (Panamá), Alianza para el Cambio (Ecuador), Coalición por el Cambio y Cambio por Ti (Chile), Peruanos por el Cambio (Perú), podríamos seguir con la lista de quienes aspiran a ser portaestandartes del cambio.
 
Si algo puede sacarse en conclusión de esto es que amplios sectores de la población están insatisfechos con la situación en la que viven y apuestan, un poco a tientas, por quienes prometen que van a ir en otra dirección, o van a poner nuevas caras en los puestos de dirección del gobierno. A esto se le llamaría sacar del poder político a “los mismos de siempre” o desplazar a “la casta.
 
Hay problemas acuciantes que afectan a la gente, la violencia, el costo de la vida, el empleo, la salud pública, que se repiten casi de forma calcada en todo el continente, y casi de la misma forma la gente trata de resolverlos: toman la ley en sus propias manos para “hacer justicia” en donde parece que el sistema judicial no cumple con las expectativas punitivas; parten en olas migratorias en las que arriesgan la propia vida y la de familiares. 
 
Ahí donde parece haber soluciones, ve un atisbo de esperanza. Ese es el caso del “modelo Bukele” que se precia de haber llevado un ambiente de tranquilidad en uno de los países que ostentaba uno de los más altos índices de violencia del mundo. Si las políticas de Bukele pasan sobre los derechos humanos, no les importa, y no se dan cuenta que, así como ayer se llevaron el vecino sin pruebas y sin un proceso judicial en regla, mañana se lo pueden llevar a él: si usted tiene tatuajes en el cuerpo se arriesga a que lo consideren sospechoso de pertenecer a alguna pandilla y termine con sus huesos en la cárcel.
 
Pareciera que una de las cosas que hay que cambiar es el sistema político, que en este caso dice ser, o aspira a ser, democrático. La democracia realmente existente, es decir, la democracia liberal sería insuficiente, inoperante o balbuceante para la gente, que considera que tiene demasiados vericuetos, demasiadas garantías, demasiadas demoras para la resolución de problemas que no esperan.
 
El que quienes prometen el cambio lo lleven (si es que lo llevan a cabo) en una dirección que no es la que se esperaba, profundiza la frustración y el descreimiento no solo de los políticos truchos, sino de la política en general. Cada vez menos gente se acerca a las urnas, crece el abstencionismo, el voto nulo o en blanco, la protesta silenciosa. Desaparecidos los horizontes utópicos, desencantados de quienes prometen el cambio, solo queda la bronca o la protesta explosiva cuando hay oportunidad, la que lleva a destrozar lo que se ponga al frente y liberar la furia que crean las tensiones cotidianas; o la opción de llevar al gobierno a quienes, guiados por indicaciones de marketing, se muestran como out siders, marginales que, también ellos, han sido maltratados y engañados y, por lo tanto, llegarán al poder empujados por la misma bronca que siente todo el mundo, es decir, alguien enojado y resentido que, por eso mismo, se erige en representante de las reivindicaciones de las mayorías.
 
Estamos en un momento político de encrucijada, en donde bajo la consigna del cambio llegan al poder quienes solo profundizan las condiciones que han llevado a nuestro continente a la situación de la que la gente quiere escapar. Se trata de un verdadero dilema, porque quienes deberían ser verdaderamente agentes del cambio, los partidos progresistas y de izquierda, actúan timoratamente y, al igual que los engañabobos que se guían oportunistamente por las acuciantes necesidades de la gente, contribuyen a profundizar la frustración.    

2 comentarios:

  1. Aquí los engañalobos son la derechistas y la conclusión infalible y astuta del autor es que los partidos progresistas y de izquierda son el ejemplo a seguir pero reitero, según el autor son timoratos. Que manera más evidente de exponer al desnudo su sesgo político. Aquí no hay objetividad ya que está revista como sabrán tiene su patrocinio y el foro de Sao Pablo, los acuerdos de Puebla, y las revolución bolivariana auspiciada por sus Cuba y sus títeres en la región son los que pagan la tinta.

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