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sábado, 20 de enero de 2024

Violencia imparable en América Latina

"Córtale la cabeza, mata al bandido ese". Eso es lo que le piden mujeres indígenas wixárika del estado mexicano de Jalisco al “señor Mencho” (Nemesio Oseguera), líder de Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), uno de los principales grupos del crimen organizado del norte del país. 

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Se refieren a “El Rojo”, aparentemente el encargado del cartel en la zona en la que viven. El vídeo en el que lo hacen, dice: “Estamos cansadas de tantos atropellos que hemos padecido en nuestra región, por cobro de piso, extorsión, asesinatos injustificados, desaparecidos, todo lo contrario de los principios del CJNG, que usted comanda. Nos hemos informado de que el encargado de esta zona es un tal El Rojo, responsable de estos atropellos. Nunca en la vida nos habíamos sentido tan inseguros, tan impotentes, tan desprotegidos, hasta que llegó este hijo de... que tiene de encargado en la zona (…). Le queremos pedir a usted -continúan- nuestro regalo de año nuevo: que nos quite a este vulgar bandido, El Rojo. Córtale la cabeza, mata al bandido ese. Con ese gesto le hará justicia a la gente de la zona norte de Jalisco.”
 
Unos días antes de la petición de las mujeres wixárika, al otro lado del continente el gobernador de la provincia de Santa Fe, Argentina, Maximiliano Pullaro, asegura que sacó a su familia de la ciudad de Rosario, la segunda más poblada del país, por las intimidaciones que recibió tras ordenar el reagrupamiento de criminales en las cárceles. Pullaro, asumió el cargo el 10 de diciembre. Dos días después de quedar al frente de la provincia, recibió la primera amenaza, que llegó tras una balacera contra un banco. La segunda la hicieron apenas unas pocas horas después, durante un ataque a tiros contra un hospital público.
 
En Ecuador, en donde se ha desatado la violencia de los grupos del crimen organizado después de haber sido, hace diez años, el segundo país más seguro de América Latina, el pasado 16 de enero fue asesinado a plena luz del día el fiscal anticorrupción César Suárez, quien tenía a su cargo, entre otras investigaciones, el caso de la toma de una televisora por un grupo de “terroristas” (como les llama el gobierno a estos malhechores) durante una transmisión en vivo.
 
Estos son algunos de los casos más exacerbados de la violencia que campea por todo el continente, una especie de ley de la selva de la que nadie está a salvo. Pero hay otras formas de violencia que se han entronizado en la vida cotidiana, menos espectaculares, pero no por eso menos dañinas, que son vistas casi como un espectáculo que a no pocos divierte y otros justifican. Es la de las agresiones verbales y las descalificaciones peyorativas entre políticos en conferencias de prensa, hemiciclos parlamentarios y otras instancias, que establecen un rasero de falta de respeto y chabacanería más propio de la gradería de sol de algún estadio deportivo.
 
Inclusive, la frontera entre las amenazas y el lenguaje amenazante del crimen organizado y el de lo político a veces se diluyen. En Costa Rica, un candidato a regidor de un partido nacional en la provincia del Puntarenas, sugirió que se mandara a asesinar a regidores que no respaldaran los proyectos de infraestructura en caso de que la aspirante a alcaldesa de su agrupación ganase la elección local que se aproxima.
 
La violencia se ha entronizado en América Latina y no hay espacio de la vida en la que no se manifieste. Véase el aumento de casos de violencia contra la mujer y de los feminicidios, los cuales incluso en países como El Salvador, en donde con métodos draconianos han puesto coto a la violencia de las maras, no disminuye.
 
Se trata de una verdadera epidemia que va en aumento y a la que parece que no se le encuentra remedio. Sociedades cada vez más desiguales, en las que disminuyen las posibilidades de encontrar trabajo digno, se reducen los apoyos del Estado y más bien se reclama porque se reduzcan aún más, y en las que la sociedad de consumo orienta al culto por el consumismo y las marcas comerciales (que llevan a que un adolescente se convierta en sicario por unos zapatos o una camiseta de marca), no encontrarán salida. Se impone pensar en salidas radicales de cambio de modelo de desarrollo, de orientación sistémica distinta porque, de lo contrario, las contradicciones del sistema nos llevarán al precipicio.

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