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sábado, 24 de febrero de 2024

Donald Trump en la era del caos y la distopía

 Donald Trump está a un tris de ganar las elecciones en los Estados Unidos en octubre. Su carrera hacia la nominación por el Partido Republicano es imparable, y los tres juicios que se siguen en su contra no solo no tienen la posibilidad de invalidar su participación en la carrera electoral, sino que parecen aumentar la inmensa popularidad con la que ya cuenta.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Trump es un síntoma, pero también un dinamizador de una serie de tendencias presentes en la vida política de nuestro tiempo, en el que la democracia liberal -que ha sido el modelo positivo de organización político social de Occidente desde el siglo XVIII- está en crisis. En todo el mundo, esas tendencias se expresan en gobiernos con características similares, aunque con sus propias particularidades en función de cada país.
 
En América Latina hemos tenido el caso de Jair Bolsonaro, apologista de la dictadura militar y de sus métodos, como la tortura y la desaparición forzada; y ahora de Javier Milei, en Argentina, quien junto con su vicepresidenta Eugenia Villarruel, también exalta a la dictadura militar que vivió su país en los años setenta y que dejó heridas que siguen abiertas hasta hoy.
 
Estos regímenes tienen a las redes sociales como uno de sus principales basamentos de su popularidad. Las usan pare difundir noticias falsas (fake news) y propagar infundios contra sus enemigos políticos. Cuentan con un verdadero ejército mercenario, es decir, de huestes a sueldo que utilizan bots para denigrar y descalificar al contrincante, y encumbrar y glorificar a quien pone el dinero para tenerlos a su servicio.
 
Donald Trump ha hecho evidente recientemente otra de sus características esenciales, la enunciación de ideas que rompen con el status quo, escandalizando a quienes son considerados la causa de todos los males (la casta, los mismos de siempre…) y complaciendo a quienes han sido marginados y vejados -las mayorías empobrecidas- y sienten un ánimo de venganza o de acción justiciera que reivindique las afrentas de las que se siente objeto. Se trata de las declaraciones que recientemente pronunció en un mitin de su campaña electoral, según las cuales, de ser presidente, estaría dispuesto a dejar a su suerte a cualquier país de Europa que no cumpliera con sus obligaciones económicas con la OTAN.
 
Los gobiernos de este tipo profundizan el desmantelamiento de los avances sociales que pueden haber existido en el pasado, y apuestan por avanzar en la agenda de privatizaciones y de autoritarismo para reprimir a quienes se opongan por ver lesionados sus derechos. En su mira están lo servicios que brinda el Estado, la educación, la salud, la electricidad, el agua potable, y para ello mina la efectividad del trabajo de las instituciones públicas que los ofrecen, para luego presentar a la privatización como panacea.
 
En cada elección cuestionan al organismo estatal que regula los procesos electorales. Si se avizora que el favor de los electores no se inclina hacia ellos, los cuestionamientos empiezan desde antes de las votaciones y, si teniendo expectativas al final pierden, no dudan en promover la desconfianza y, en situaciones extremas, la insurrección, como hizo Trump el 6 de enero de 2021.
 
Paradójicamente, quienes se han transformado en defensores de esa democracia liberal ahora cuestionada por los grupos políticos conservadores o abiertamente de derecha, son los partidos progresistas y de izquierda, quienes antes veían con desconfianza a este tipo de democracia catalogándola de burguesa, y llamaban a cambiarla por una de nuevo tipo en la que los sectores populares, sus intereses y sus representantes, asumieran el poder a través de, por ejemplo, una dictadura del proletariado (que era entendida, a pesar de su denominación, como una forma superior de democracia popular).
 
Debe preocuparnos el panorama en el que se avizora la posibilidad de una persona que impulsa y fortalece estas tendencias en el país más poderoso de la Tierra triunfe en las elecciones de octubre próximo. Ya sin él, el mundo tiene más problemas de los que puede solucionar, así que agregar uno más lo único que hará será aumentar el caos y la distopía que caracteriza a la humanidad del siglo XXI.

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