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sábado, 3 de febrero de 2024

Elecciones en El Salvador

 Nadie, ni sus contendientes más acérrimos en esta campaña electoral, pone en duda que Nayib Bukele no solo ganará, sino que arrasará en las elecciones para presidente y el congreso de El Salvador este domingo 4 de febrero. 

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Pensar en una posible segunda vuelta es casi imposible con los índices de popularidad que exhibe, por lo que este mismo domingo la mayor incógnita será saber qué partidos sobrevivirán al tsunami de votos que lo llevará a otros cuatro años en el poder.
 
La guillotina se cierne sobre los dos partidos que dominaron la escena política salvadoreña en los últimos treinta años, Arena, de derecha, y el FMLN, de izquierda, y que evidentemente no pudieron dar la respuesta que querían los salvadoreños a la compleja realidad de su país.

Como se sabe, El Salvador es uno de los países más pequeños del continente, el “Pulgarcito” de América le llamó la poeta Gabriela Mistral en un artículo de la revista costarricense Repertorio Americano, pero no por eso sus problemas son pequeños, todo lo contrario, hace ya bastantes años que las noticias negativas lo rondan poniendo en la picota problemas que, por sus dimensiones, parecían irresolubles.
 
La población salvadoreña, por ejemplo, es uno de los principales componentes de las migraciones hacia los Estados Unidos. Aproximadamente el 20% del PIB del país lo producen las remesas que llegan desde el extranjero, un porcentaje elevadísimo que justifica la caracterización de su Estado como “remesero”. De esta situación dramática sacan tajada grandes capitales salvadoreños, que median para que el dinero viaje desde el norte hasta las familias que se sustentan con el esfuerzo de quienes han logrado pasar los innumerables obstáculos que hay en el camino y tienen un trabajo, los que son “los eternos indocumentados,/los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo” como los caracteriza el poeta Roque Dalton en su Poema de amor.
 
Una de las causas invocadas por quienes se arriesgan a hacer ese tránsito peligrosísimo desde su país hasta los Estados Unidos es la violencia, que alcanzó niveles tales que hace no más de cinco años un estudio que llevó a cabo la ONU lo catalogó como el país más violento del mundo. 
 
La violencia en El Salvador es producto de un coctel de pobreza, destrucción del tejido social como herencia de la guerra que lo asoló hasta los años 90 del siglo pasado, y la actividad de las pandillas, que nacieron en el país al terminar la guerra una vez que los Estados Unidos deportaron a miles de jóvenes a un país al que ya no reconocían o que no habían conocido nunca.
 
Lo que prevaleció fue la violencia de nuevo tipo -que ya no era la ejercida por las agrupaciones revolucionarias que la invocaban como camino a la utopía socialista, ni la represiva ejercida por el ejército y los grupos paramilitares, que llevo a perpetrar atropellos catalogados como de lesa humanidad-, la del crimen organizado, que trascendió la clásica violencia de las pandillas juveniles barriales y se transformó en una hidra de cientos de cabezas que se cebó con la población impidiéndole llevar una vida normal. 
 
Bukele llegó, y con método sui géneris que ya muchos quieren imitar en un continente que sufre el flagelo de la violencia cada vez más agudamente, la disminuyó drásticamente. No entraremos a posicionarnos sobre lo correcto o incorrecto del “método Bukele”, pero está claro que a los salvadoreños sus resultados les han parecido de lo mejor. O para decirlo de otra forma, no les interesa el método, sino que disminuya la violencia social que los asola. 
 
Así que, mostrando tales resultados, Bukele es casi endiosado en su país. Para hacer efectivos los deseos de su continuidad que indudablemente muestran los salvadoreños, violentó la Constitución, que no permite la reelección, pero a muy pocos parece importarles con tal que no llegue alguien que dé marcha atrás con este logro que ha transformado su vida.
 
Las medidas draconianas que han posibilitado esta situación ya han dejado víctimas -hay gente encarcelada de forma anómala, la prensa independiente es perseguida y se acentúan las tendencias autoritarias del presidente- pero su voz se ve opacada por el clamor que lo encumbra y que antepone lo que se consideran beneficios para la mayoría.
 
Bukele estará en el poder por lo menos cuatro años más, y su popularidad dependerá de que ese logro mayúsculo de su administración se mantenga, porque en otros ámbitos parece que sus propuestas, también arriesgadas, no dan resultados. Ese es el caso, por ejemplo, de establecer el bitcoin como moneda de curso legal en el país, que ha significado grandes inversiones de recursos públicos en un ámbito financiero sumamente volátil. La economía salvadoreña no atraviesa, tampoco, por un buen momento: es el país de Centroamérica con menos crecimiento económico y el que menos inversión extranjera atrae, a pesar de que en sus discursos el presidente diga lo contrario.
 
Así que la apuesta por la continuidad de Bukele no ofrece un panorama asegurado de progreso y bienestar, que es lo que en última instancia pide la gente. De poder mantener en el tiempo la disminución de la violencia y que sus medidas en otros ámbitos den algún resultado positivo dependerá su sobrevivencia en lugares protagónicos en la política.

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