El mundo se prepara para el posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. En Europa están divididos, mientras los grupos de la ultraderecha lo festejan como triunfo anticipado.
Bernardo Barranco / LA JORNADA
Estamos a nueve meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Pareciera que el mundo se está preparando para las implicaciones de una segunda presidencia del multimillonario inmobiliario. A medida que se acercan las primarias presidenciales, la hipótesis de la relección de Trump es probable, máxime cuando la popularidad y aceptación de Joe Biden ha caído a 30 por ciento. Preocupa que varias encuestras colocan a Trump con 11 puntos de ventaja.
¿Qué le pasa a la democracia estadunidense? ¿Carece de nuevos liderazgos? La campaña de 2024 se vuelve más nebulosa que nunca. Por un lado, los electores se preguntan si la edad de Biden es un obstáculo para dirigir el país. Sin duda, los continuos olvidos y desorientaciones del actual presidente serán parte de la campaña negra de los republicanos. Por otro, debe lidiar con el extremismo de Trump, tan histriónico como ultraconservador. Esta elección promete ser diferente de las demás. Primarias que parecen decididas de antemano, entre un septuagenario y un octogenario que ya ocuparon la famosa Oficina Oval.
Muchos países, no sólo México, ven con preocupación el regreso al poder de Trump. Ese fue el verdadero tema de Davos, en Suiza. Ya veremos en la campaña si Trump usa a México como piñata, como hace cinco años. Muy probablemente Trump amenace con hostilidad bajo el pretexto de las drogas, inseguridad y migración.
Trump es impredecible, ya lo sabemos, opera fuera de los cauces habituales del comportamiento político. La democracia no sólo resistió su extravagancia, sino que le sobrevivió.
Para el día de las elecciones de 2024, Trump estará en medio de múltiples juicios penales. No es imposible que pueda ser condenado, en al menos uno de ellos, que le impida contender electoralmente o rendir protesta. Si gana las elecciones, Trump cometerá el primer delito de su segundo mandato en el día de la toma de posesión: su juramento de defender la Constitución de Estados Unidos será una irreverente paradoja.
El electorado se mide por segmentos tradicionales, es decir, la identificación de los votantes con un partido. Cuenta la raza, la condición socioeconómica, la ubicación geográfica, niveles de escolaridad, etcétera. Sin embargo, en Estados Unidos los análisis del comportamiento electoral de los votantes se ven obligados a incorporar un poderoso componente: la identidad religiosa. En 2020, el voto casi compacto de protestantes y protestantes evangélicos blancos, que representan cerca de 25 por ciento del electorado, fue una amenaza para Biden. Bajo diversas estrategias quiso romper y debilitar dicho monolito sagrado.
El famoso pastor Jim Wallis expresó una frase que dio vueltas en la campaña anterior: “Votar en esta elección podría volverse más confesional que electoral o partidista. Se convierte no sólo en un referendo sobre nuestra democracia, sino en un referendo sobre nuestra fe”. Pese a una creciente secularización y desapego de las nuevas generaciones a la religión, Estados Unidos es la nación, en comparación con otros países industrializados, con el mayor nivel de religiosidad. Poco menos de 90 por ciento creen en Dios y 55 por ciento dicen que rezan regularmente, mientras en Francia lo hacen sólo 10 por ciento y en Reino Unido 6. Históricamente, la diversidad de las comunidades religiosas en la conformación de la nación llevó a la separación histórica de las iglesias respecto del Estado.
Muy probablemente Trump regrese a discusión los debates sobre el aborto, los derechos LGBTQ, familias igualitarias y la libertad religiosa. Él ha sido consistente al proclamar las demandas conservadoras como política de Estado. El Estado debe intervenir en religión, su agenda ha sido clara contra el aborto, bajar presupuesto a la dependencia de planificación familiar y otorgar mayores libertades a las iglesias. En el fondo, prevalece en Trump el supremacismo blanco. En realidad puede verse desde dos vertientes, como una ideología política o una religión secular. La supremacía de la raza blanca es un conjunto de dogmas que sustentan a las personas blancas como superiores a las otras razas y etnias. Por tanto, tienen el derecho del dominio político, económico y religioso. Dicha supremacía blanca combate a otras etnias como los afroestadunidenses, latinos y judíos.
A escala latinoamericana, la nueva irrupción de Trump favorecerá el desarrollo de la extrema derecha política y religiosa. Trump es padrino político de Eduardo Verástegui y no debemos extrañar que implante su partido de ultraderecha religiosa. El fenómeno Javier Milei, en Argentina, y Nayib Bukele, en El Salvador, son incentivos de una nueva gran tendencia en el continente. Recordemos que Trump patrocinó el encuentro de la ultraderecha internacional en México en noviembre de 2022. La llamada Conferencia Política de Acción Conservadora congregó a los dirigentes del Vox español, encabezado por Santiago Abascal; Eduardo Bolsonaro, hijo de Jair Bolsonaro, ex presidente de Brasil; Ramfis Domínguez-Trujillo, nieto del dictador de República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo; Steve Bannon, asesor de Trump y difusor de teorías de la conspiración; Ted Cruz, senador estadunidense republicano, que defiende una agenda ultraconservadora; José Antonio Kast, ex candidato presidencial de Chile, y muchos otros.
Con Trump florecerá la ultraderecha en el continente.
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