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sábado, 24 de febrero de 2024

Transiciones (la nuestra, y aquellas otras)

Aún está por verse a qué opciones habrá de llevarnos nuestra transición de hoy. De lo que no cabe duda es que en la construcción de esas opciones desempeñará un papel de primer orden la lucha por el equilibrio del mundo que llevan a cabo gobiernos como los de Cuba, México y Brasil.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá


“La angustia con que se vive en todas partes del mundo en la época de transición en que nos ha tocado vivir”

José Martí, 1884[1]


La angustia de Martí en 1884 no era – y, sin embargo, también es – semejante a la que recorre nuestro propio tiempo. Desde su exilio en Nueva York entre 1881 y 1895, la suya se refería a la creciente incertidumbre que se iba haciendo sentir en el sistema mundial ante el agotamiento de la capacidad de su organización colonial de entonces para encauzar las enormes energías acumuladas por el desarrollo del capitalismo en los dos siglos anteriores. Y faltaban aún sesenta años para que esa transición culminara en la creación del sistema internacional que surgiría de la Gran Guerra de 1914-1945.
 
 
Del agotamiento de la capacidad del breve sistema internacional que hemos tenido para encarar las contradicciones de su propio desarrollo vienen las angustias de hoy. Salvo su brevedad, esto es menos nuevo de lo que parece, si lo vemos a la luz de las grandes transiciones de anteayer y ayer. 
 
Al respecto, por ejemplo, el medievalista irlandés Peter Brown, al referirse a la transición entre la Antigüedad y la Edad Media, nos dice que el año 1000 estaba ya “tan cerca de 1520, fecha en la que los conquistadores españoles descubrieron las ciudades-templo de México y Perú, como de la abdicación de Rómulo Augústulo”, quien fuera el último emperador romano de Occidente entre 475 y 476.[2] Para aquella fecha, en efecto, ya estaba en curso la formación de las tres regiones que la cultura Noratlántica designa como la Europa Oriental, la Occidental, y el Cercano Oriente. 
 
En cuanto a la historia de la cristiandad, que es el tema de interés para Brown, la formación de nuestra Europa Oriental encontraría su punto de partida en un imperio bizantino de organización centralizada, que se consideraba a sí mismo “una isla de orden providencialmente conservada por Dios en un espacio de barbarie”. Allí correspondió a la organización eclesial procurar que la armonía celestial de los creyentes se hiciera manifiesta “en la ordenada conducta de los fieles ortodoxos.” 
 
En el Occidente políticamente fragmentado, en cambio, la cristiandad vino a forjarse a partir de una prolongada interacción entre el legado cultural y político de Roma, y los de las sociedades que ocuparon los espacios creados por la desintegración del imperio en aquella región. Con ello persistió “una cultura profana, profundamente enraizada en el pasado no cristiano, que sustentaba la ley, el poder y el trabajo de la tierra,” que pasó a ser objeto de rectoría por un clero cuyos elementos “más cultivados” eran los únicos que tenían acceso a bibliotecas bien surtidas y al estudio de la lengua latina”, según lo dispuesto por la Regula pastoralis de san Gregorio Magno, “que hacía hincapié, con singular energía, en el uso responsable y exquisitamente calculado del poder espiritual.”[3]
 
Aquel Gregorio fue un monje romano de familia senatorial, terrateniente y ya cristiana por varias generaciones. Nacido en 540, tras una brillante carrera al servicio de Vaticano pasó a ocupar la posición de Pontífice desde 590 hasta su muerte en 604. La estima lograda por su gestión estuvo asociada al hecho de que provenía de una intelectualidad formada en una institución innovadora: los monasterios benedictinos, establecidos a partir de 530 por Benito de Nursia. 
 
Esos monasterios constituyeron una red de entidades de gestión del conocimiento para la construcción de sociedades nuevas en un mundo se esforzaba por poner orden en el caos de la Alta Edad Media, entre los siglos V y X. En ese mundo, Gregorio fue el primer monje benedictino que alcanzó la dignidad pontificia, y apoyado en esa red contribuyó a hacer del papado un poder temporal separado del Imperio, pero vinculado al mismo a través de las ordenes monásticas. Con ello, abrió paso a la alianza entre ambas partes que se vería culminada dos siglos después con la coronación de Carlomagno como emperador de Occidente por el papa León III en la misa de Navidad del año 800, en la catedral de San Pedro en Roma.
 
Si aquella transición transcurrió a lo largo cinco siglos, la de la Edad Media a la Moderna tardó apenas lo que fue de 1450 a 1650.  A lo largo de ese siglo “largo”, una sociedad de base agraria con una cultura de corte religioso se vio desplazada por otra orientada al comercio, la industria y las finanzas, con una cultura centrada en la racionalidad económica. Esa sociedad se dio a sí misma el primer mercado mundial en la historia de la Humanidad, organizado como un sistema colonial entre mediados del siglo XVII y mediados del XX, cuando fue transformado en el sistema internacional a cuya crisis asistimos hoy.
 
Nuestra transición será probablemente aún más breve que las anteriores: hacia la década de 1970 Immanuel Wallerstein estimaba que tomaría unos 50 años. Aun así, comparte mucho con las que la precedieron. Tal, por ejemplo, la incertidumbre sobre lo que llegue a ocurrir con el mundo que conocemos, y el desafío de encararla desde las estructuras de gestión cultural y política que establezcan sus opciones de futuro.
 
Para 1889, aquella angustia de Martí cedía ya su lugar a la a mediados de esa década había dado lugar a su certidumbre en lo que llamara “la promesa de final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo.”[4] Desde esa certidumbre, el equilibrio del mundo, y la necesidad de luchar para conquistarlo y preservarlo, habían llegado ya a constituirse en un elemento articulador en el pensar martiano. 
 
Así, para diciembre de aquel año podía afirmar ya que el congreso internacional americano -convocado por los Estados Unidos para abrir paso a lo que eventualmente llevaría a crear una Organización de Estados Americano con sede en Washington- permitiría distinguir entre aquellos gobiernos que defendían “la independencia de la América española, donde está el equilibrio del mundo”, y lo que fueran capaces “por el miedo o el deslumbramiento”, de “mermar con su deserción” las fuerzas indispensables para que nuestra América pudiera contener “con el respeto que imponga y la cordura que demuestre”, el expansionismo norteamericano que con tal fuerza emergía entonces.[5]
 
Desde esa perspectiva, la angustia se traducía en la energía credora que vendría a dar de sí aquella organización político-cultural innovadora que fue el Partido Revolucionario Cuba, capaz de dar de sí la política exterior de una lucha por la independencia de Cuba cuyo dinamismo la llevaría a convertirse en la primera de nuestras luchas de liberación nacional. De eso da cuenta el magnífico vigor del Manifiesto de Montecristi, de 1895, que convocara a constituir en las Antillas una comunidad de repúblicas dignas de ser libres “por el orden de la libertad equitativa y trabajadora” que garantizaran “en el continente” el equilibrio
 
de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio […] hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.”[6]
 
Aún está por verse a qué opciones habrá de llevarnos nuestra transición de hoy. De lo que no cabe duda es que en la construcción de esas opciones desempeñará un papel de primer orden la lucha por el equilibrio del mundo que llevan a cabo gobiernos como los de Cuba, México y Brasil. Hoy, la renovación cotidiana de la vigencia del pensar martiano confirma la de los problemas que supo identificar en su raíz, y nos proporciona una herramienta para encararlos en nuestra propia circunstancia.
 
Alto Boquete, Panamá, 22 de febrero de 2024
 


[1] “La exhibición sanitaria”. La América, Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII, 437.

[2] Brown, Peter (1997:257): El Primer Milenio de la Cristiandad Occidental. Colección “La Construcción de Europa”, Jaceques Le Goff, director. Crítica. Barcelona. Traducción de (1996): The Rise of Western Christendom. Triumph and diversity, AD 200-1000.

[4] “El poeta Walt Whitman”. El Partido Liberal, México, 1887. Ibid. XIII, 131.

[5] “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. II. Nueva York, 2 de noviembre de 1889”. La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889. Ibid. VI, 62-63. El “político rapaz” a que se refería Martí era James Blaine, por entonces Secretario de Estado en el gobierno de los Estados Unidos.

[6] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”. Patria, 17 de abril de 1894. Ibid. III, 141-142. 

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