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sábado, 9 de marzo de 2024

Dar por sentado el sentido común: una reflexión ética y política

 Ningún contenido del sentido común pueda darse por sentado: no tienen por qué ser vistos como inmutables. Esto lo saben los artífices de los contenidos culturales de la derecha ultraconservadora. Por tal motivo, la lucha por la igualdad debe encausarse a su ruptura.

Jaime Delgado Rojas / AUNA Costa Rica


Pobre la María (ayayay) / Y su fantasía (ayayay)
 Que la capital era lo mejor / Pa' salir de pobre

Canción popular de Luis Enrique Mejía Godoy (Nicaragua)


Puede que el título sea redundante. La expresión, “dar por sentado” es la forma coloquial de referirse al contenido del “sentido común”, para muchos, el menos común de los sentidos pues bajo su excusa se esconde un mundo de “verdades” a medias. Sentido común, dice el diccionario, es aquel conjunto de saberes obvios que pululan entre la gente;
 describe, dice en la web, “las creencias o proposiciones que se alimentan por la sociedad”; o “el conocimiento que se adquiere por medio de la experiencia y a través de los sentidos, de una manera espontánea, dispersa, acrítica y convencional". Su verdad se da “por sentada”. Lo que, en política significa que aceptamos, como natural u obvio, que haya jerarquías sociales, que de Europa nos vino el progreso científico, que las mayorías tienen la razón, aunque sea alimentada por los fake news y los likes, que el estado es despilfarrador de recursos y que el mercado es muy eficiente. 
 
Cuando desagregamos el sentido común encontramos elementos, muy diversos que podrían agruparse en tres tipos: 
 
a. Se da por sentado que las relaciones laborales que se establecen entre patronos y trabajadores diferencian sus estatus: uno manda y otro obedece. En sociedades complejas como las nuestras, de capitalismo, son las diferencias de clase y a su confrontación, la lucha de clases. 
 
b. Se da como sabido que en los seres humanos hay hombres y mujeres, pero per secula seculorum se nos ha enseñado que una de las partes prima sobre la otra. Le llamamos “patriarcado” y no tiene que ver solo con esos dos géneros. Implica, además, la invisibilización de la existencia de la diversidad de géneros. 
 
c. Integra nuestro “sentido común” el hecho de que hay sociedades avanzadas económica, política y culturalmente y otras no. Pero esta relación dicotómica entre centros y periferias, que llamamos “colonialismo” tiene antecedentes funestos y prácticas oprobiosas. Son expresiones de las mentalidades coloniales el racismo, las xenofobias y el repudio a los pueblos originarios. Podría darse con notas muy dramáticas, o con políticas paliativas de “humanismo” orientadas a la integración social de los diferentes. 
 
Intento aclararme. Cuando existe alguna práctica de diferenciación, en lo más mínimo como el abandono del ritual familiar, la declaración de ateísmo en una comunidad de creyentes, la confesión de un enamoramiento interracial o, simplemente un embarazo juvenil de soltería, el trato que se da por sentado es el extrañamiento: la desobediencia podría llegar a un tribunal o al consultorio profesional de sanación. Al pobre, al extranjero, o al indio no se les ofrece campo en la misma mesa: es de sentido común que son diferentes e inferiores. Las mujeres lo han sufrido de manera muy dramática, como la María de la canción nicaragüense de Mejía Godoy.
 
1.- Los derechos laborales se fueron positivizando a lo largo del Siglo XX: sus ideólogos y propulsores estuvieron vinculados a las organizaciones laborales de Europa y Estados Unidos: de estas organizaciones nacieron sus derechos. En su conquista teórica estuvieron Marx y Engels y en el alcance de estas reivindicaciones muchos otros gracias a lo cual fueron adquiriendo cuerpo jurídico a partir de las revoluciones sociales del Siglo XX: la mexicana, primero y luego la rusa. Su influencia se expandió a lo ancho y largo de globo en calidad de derechos y garantías sociales: jornadas y salarios mínimos, seguridad social, derecho de organización y, por esa vía, de representación social y política. Esto que parece obvio se ha ido rompiendo. Los negros norteamericanos siguen sintiendo las heridas de su larga esclavitud igual que los indios en todo el continente: en Bolivia, durante el golpe de estado del 2019 fueron golpeados y asesinados al considerarlos responsables de haber desplazado a los blancos de diputaciones y ministerios en el gobierno de Evo Morales. Empero en todos los rincones, al lado de los pueblos originarios, están marginales e inferiores, los campesinos y los que se dedican a las pequeñas y medianas empresas e, incluso, a los servicios básicos, como el que lava autos o la que limpia la casa. Se da por sentado que reciben un trato desigual porque su condición socioeconómica los ubica en un estrato social inferior: se les regatea el precio de su trabajo, lo que profundiza su desigualdad; más aún en esta etapa de postneoliberalismo los políticos ultraconservadores, Milei, Bolsonaro, Bukele, Rodrigo Chaves, con el abrazo de Donald Trump, con intelectuales de diferente vestimenta y los responsables de sus cadenas de comunicación y servicios, insisten en tal diferenciación. Los mártires de Chicago siguen vivos. Hay un retorno al pasado, cuando habíamos creído que al pasado nunca se retorna.
 
2.- Los políticos aupados por iglesias y pastores de distinta estirpe rastrean los artículos y textos de los libros sagrados para encontrar justificaciones religiosas y metafísicas que legitimen la autoridad del patriarca y la condición subalterna, de sierva dicen, de las mujeres. Se les oye repudiando las conquistas de las comunidades LGTBI y se esfuerzan por echar hacia atrás la rueda de la historia. Las primeras que hicieron trillo en esta conquista cultural fueron las mujeres: inició la escritora Marie Gouze (Olympe de Gouges) quien había hecho pública en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana como respuesta a la casi homónima de los hombres. Era demasiado hereje como para que siguiera viva y por tanto su cabeza se la desprendieron en la guillotina. Luego vendrían las sufragistas; no obstante, esta lucha fue la más notoria publicitariamente, cuando había mujeres que reclamaban igual trato en el trabajo de obreras y en las relaciones sociales. No solo el derecho al voto. En esto, igual que en los derechos laborales, la positivización siempre llegó al final de la jornada, aunque hoy sintamos la agitación mediática para “dar por sentado” que la verticalidad de las relaciones patriarcales es natural y sacrosanta. Se sigue culpando fácilmente a las mujeres.  
 
3.- Estamos siendo testigos de una guerra brutal en Gaza. Es genocida. Pero la prensa la anuncia como una guerra justa entre un país, Israel, agredido por una banda de delincuentes organizados en torno a una organización terrorista denominada Hamas. Sin embargo, la justeza de esa guerra no se vislumbra entre los miles de cadáveres de palestinos, hombres, mujeres, niños y ancianos; también, periodistas y personal médico: nada de combatientes, a excepción de que califiquemos a los niños palestinos como potenciales guerrilleros del futuro. Y no sería raro: con este nivel de agresión militar del ejército israelí no habrá joven que quiera lanzar flores al otro lado del muro que divide esas dos naciones, si es que subsiste la de Palestina. 
 
Este conflicto nos arroja muchos elementos que se dan por sentados. La naturalidad con la que los países de los centros industriales y financiero han apoyado al ejército invasor, sin ningún miramiento humano. La conducta normalizada entre los israelíes (los de derecha, naturalmente) que creen que esta guerra los libera de amenazas y, por tanto, exhiben su entusiasmo y algarabía ante cualquier noticia del avance militar y de la muerte de civiles del bando palestino; en fin, para la mentalidad de estos sionistas de derecha, estos seres humanos son inferiores, bestias salvajes y, por esa condición, no merecen consideraciones morales. Igual como se pensaba, entre los españoles en el Siglo XVI con los indios de Nuestra América y de los europeos en general, hacia los negros africanos, sobre todo. De manera similar era el trato y la visión del mundo, durante el Siglo XIX y XX, e incluso en la actualidad, con los racistas y supremacistas norteamericanos, aupados por Donald Trump. Fue el mismo trato, sobre la base de sentidos comunes análogos, hacia los judíos durante toda la historia de la modernidad e, incluso, dramáticamente en el régimen nazi alemán antes de finalizada la II guerra mundial. Embarga, ese sentido común perverso, la concepción dicotómica entre campo y ciudad, donde el bienestar fluye gracias al progreso, como lo percibía Sarmiento; también, en los países receptores de inmigrantes de un país vecino, nicaragüenses, venezolanos, haitianos, etc. en Costa Rica que son, por antonomasia, inferiores; reciben el repudio en la calle al lado de los indigentes y en las clínicas médicas en la fila, al lado del ciudadano presumidamente superior.
 
Concluyo. Ningún contenido del sentido común pueda darse por sentado: no tienen por qué ser vistos como inmutables. Esto lo saben los artífices de los contenidos culturales de la derecha ultraconservadora. Por tal motivo, la lucha por la igualdad debe encausarse a su ruptura. En el reconocimiento de las diferencias no cabe la cláusula de imposición de la renuncia a la diferenciación: los obreros no van a ser empresarios, aunque pueda haber excepciones; los campesinos no llegarán a ser terratenientes, aunque lo sueñen, las mujeres no van a ser varones, ni las terapias depurativas van a resolver la diversidad de géneros; tampoco, la integración social de los indios los conduce a su desaparición étnica, aunque en la América entera se impulsó, como solución. La diferencia es y no se anula por decreto, ni se negocia. Los otros son los otros. Esta lucha cultural por la igualdad no puede esperar a que el estado, instrumento, quede en manos de los que “dan por sentada” esa igualdad. Los sentidos comunes como todo producto social pueden cambiar, y hay que promoverlo, para dar paso a un sentido común popular en acción, como lo ha descrito Alvaro García Linera.

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