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sábado, 22 de junio de 2024

Neocolonialismo, racismo y guerra

 Las delegaciones de los países del G-7 llegaron a un consenso acerca del mecanismo para continuar con la rapiña de recursos de la Federación Rusa y garantizar su derivación a las arcas del gobierno de Volodimir Zelenski.

Jorge Elbaum / Página12

La cumbre anual de los jefes de Estado del G7, finalizada el último fin de semana en Italia (foto), abordó cuatro claves de la guerra híbrida global: las alternativas bélicas y sangrientas que se desarrollan en Ucrania y Palestina, los procesos migratorios y las implicancias sociales y económicas de la ciberseguridad, ligadas a la infraestructura de los procesadores, la Inteligencia Artificial y la manipulación política de las redes sociales. Los cuatro aspectos priorizados dan cuenta del intento de Occidente por darle continuidad al control geopolítico sobre dos áreas estratégicas –situadas en el oriente europeo y en el Cercano Oriente– y al mismo tiempo profundizar la supervisión cognitiva mediante la utilización de las tecnologías de la comunicación y la información.
 
La guerra de la OTAN contra la Federación Rusa se inició a mediados de los años ‘90 cuando esta alianza militar traicionó el compromiso asumido de no extender sus fronteras más allá de la Alemania unificada con el aval geopolítico de la entonces Unión Soviética. Desde aquel acuerdo —del que participó el Departamento de Estado, la cancillería germana y Mijail Gorbachov— la OTAN fue sumando socios comprometidos en cercar a Rusia para desmembrarla, debilitar su capacidad estratégica y controlar de ser posible sus enormes reservas naturales.
 
Con ese objetivo se promovió un golpe de Estado en Ucrania en 2014, generando las primeras persecuciones contra la población ruso-hablante, y legitimando al mismo tiempo a los colectivos banderistas, socios históricos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La asunción de los golpistas de 2014 coincidió con la entronización de quienes combatieron en el frente ruso contra el ejercito rojo, la prohibición de la enseñanza del idioma ruso en la región del Donbas, la inclusión de grupos neonazis en las fuerzas armadas ucranianas y la sustitución de estatuas y bustos de los héroes soviéticos victoriosos por integrantes de las divisiones ucronazis que se sumaron en 1941 a la Wermacht, en la Operación Barbarroja destinada a ocupar la URSS.
 
La amenaza de la OTAN, sumada a la provocación revanchista de los herederos de la División Galitzen encargados de habilitar a Eitzengruppen ––responsables del asesinato de dos millones de ucranianos judíos, gitanos y fieles a la ciudadanía soviética–, motivó la decisión de Vladimir Putin para iniciar la Operación Militar Especial contra Kiev y los 32 estados de la OTAN que promueven el cerco de Rusia.
 
Como parte de esta confrontación, las delegaciones de los países del G-7 llegaron a un consenso acerca del mecanismo para continuar con la rapiña de recursos de la Federación Rusa y garantizar su derivación a las arcas del gobierno de Volodimir Zelenski: el acuerdo consiste en utilizar los intereses de los activos rusos congelados en la Unión Europea para proveer 50 mil millones de dólares hacia Kiev con el fin de darle continuidad a una guerra en la que ninguno de los lideres presentes en la Cumbre admite que Kiev pueda prevalecer. El componente económico-financiero de la guerra híbrida, sin embargo, tiene su contraparte: la vocera del ministerio de relaciones María Zajárova anunció que Rusia impulsaría la expropiación de las empresas e inversiones europeas radicadas en su país, cuyo capital equipara o supera los recursos rusos emplazados en Europa Occidental.
 
El posicionamiento conjunto sobre la masacre de Gaza asumió el carácter de una definición de “ambigüedad estratégica”: mientras se proponía la necesidad de garantizar un cese al fuego y la devolución de los rehenes secuestrados por Hamás, se brindaba un aval subrepticio para darle continuidad a los bombardeos implementados por las Fuerzas de Defensa israelíes. La problemática respecto a la inmigración ocupó, sin embargo, la sección más difundida, dado el interés de las fuerzas de derecha y ultraderecha triunfantes en la elección de parlamentarios europeos. Los acuerdos alcanzados incluyen la inversión en barreras físicas y tecnológicas dispuestas en las regiones del Magreb y del Sahel, territorio de tránsito del 90 por ciento de los migrantes que intentan llegar a Europa.
 
En el capítulo dedicado a la ciberguerra, se acordó incrementar la presión sobre Moscú en relación con el acceso a los semiconductores y limitar la adquisición de equipos de litografía, especialmente los producidos por ASML en los Países Bajos, para hacer nanoprocesadores. La ciberguerra planteada en la Cumbre de Apulia dispuso, además, restringir el know haw de los protocolos de la Inteligencia Artificial y su utilización para generar algoritmos eficientes, con el fin de enfrentar a las “potencias asertivas” de Moscú y Beijín. Dichos algoritmos son utilizados en la actualidad como soportes de espionaje, seguimientos y etiquetamientos.
 
Mientras los analistas buscan datos para interpretar los aspectos más confidenciales de la cumbre, volvió a divulgarse la manifestación fascista realizada en el centro de Roma con miles de manifestantes realizando el saludo nazi sin que la primera mandataria Giorgia Meloni condenara dicha exhibición. La anfitriona de la Cumbre expresa con claridad el actual espíritu europeo. Neocolonialismo, racismo y guerra.

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