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sábado, 17 de agosto de 2024

América Latina: tener vocación de desagüe

 Existe la tesis que en la política latinoamericana nos movemos por ciclos. Este sería el ciclo de las extremas derechas comandadas por estos energúmenos populistas. El peligro sería que el próximo ciclo fuera no solo más de lo mismo, sino en un lugar más profundo del pozo en el que nos encontramos.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

Hay una presa de frustración y enojo en vastos sectores de la población que se sienten estafados por la política. Es una furia ciega que da golpes tratando de encontrar una salida, sin importar si esa salida por la que intentan salir del redondel en donde se les torea es roja, rosada, negra o amarilla.
 
Lo ideal para muchos de estas masas frustradas sería que eso que se llama “la política” no existiera. No saben cómo sería el mundo sin ella, pero lo que sí saben es que parece tratarse de algo que está sobre ellos y se nutre de ellos.
 
Antes, esa fuerza que genera la sensación de estafa, que se acumula como en una olla de presión, se canalizaba muchas veces a través de la acción de partidos que compartían el rechazo a ese tipo de política, que ofrecían interpretaciones más o menos sistematizadas y en algunas oportunidades lograban canalizar y orientar ese enojo.
 
Hoy, esas agrupaciones están de capa caída. Fueron golpeadas con la caída del Muro de Berlín, en 1989, que reconfiguró el mapa político del mundo. En América Latina, movimientos políticos de menor radicalidad, pero identificados con los sectores populares y las clases medias, sacaron la cabeza a partir de 1999, cuando llegó al gobierno Hugo Chávez en Venezuela. Fue una vuelta de la izquierda a contracorriente de lo que pasaba globalmente, y se le puso atención como una “anormalidad” en el contexto de la predominancia de la “sensatez” que apostaba no solo por seguir la senda trazada por el capitalismo, sino por profundizarla.
 
Hugo Chávez fue como una locomotora que jaló tras de sí a los gobiernos progresistas de los primero 15 años del siglo XXI en nuestro continente. Quienes han vuelto al poder después de esa primera ola liderada por Chávez, se han diluida en pleitos fratricidas, como en Bolivia, o han bajado el tono hasta bordear posiciones conciliadoras, como en Brasil.
 
En estos países hay mucha decepción. No todo se puede reducir a esto, pero el progresismo creó más expectativas que las que pudo llenar. Han sido gobiernos cuyas políticas han sido beneficiosas para las capas medias, para los campesinos y los indígenas, para las mujeres, pero el cúmulo de problemas es tan grande que no son suficientes.
 
La derecha, radicalizada hasta el grado del neofascismo, estaba al acecho y supo aprovechar el momento. Usa estrategias a las que la izquierda y el progresismo no sabe responder, caracterizadas por la falta de ético y el cinismo. El gran conductor de esta nueva forma de hacer política fue Donald Trump, y pronto aparecieron los trumpitos en nuestros países.
 
Se caracterizan por declararse out seiders de la política, aunque se apoyan y son expresión de las ambiciones de los tradicionales grupos dominantes que quieren venganza de su relativo desplazamiento del protagonismo político en los primeros años del siglo XXI. Su discurso pretende ser el de los frustrados y enojados, y se convierten en el desagüe por donde drena toda la inmundicia acumulada en las cloacas del enojo ciego.
 
Se trata de políticos malcriados, mentirosos irrespetuosos y groseros, que saben que las masas disfrutan sus exabruptos como un espectáculo que representa sus ganas de insultar y destruir el mundo en el que no tienen oportunidades y del que se siente continuamente estafados.
 
Es la política degenerada de una época de decadencia en la que muchos creen que no hay más salida que patear y berrear sin ton ni son, al ritmo que ponen políticos que, como ellos, parecen guiarse por la consigna de romper con el pasado, fuera este el que fuere.
 
Quien tenga la paciencia de seguirlos en toda América Latina, se dará cuenta que pareciera que siguen un guion previamente establecido: sus exabruptos y sus propuestas apenas difieren por circunstancias particulares, pero todos tendrán por enemigos a las universidades públicas, a las instituciones del Estado de derecho y a quienes osen levantar la voz contra ellos.
 
Tener un contrincante a quien echar las culpas de todo lo que pasa y lo que no pasa es esencial para estos políticos mediocres de raquíticas propuestas. Son una pesadilla de la que, sin embargo, muchos parecen no querer despertar, porque sienten que a través suyo se insulta y maldice como ellos quisieran hacerlo.
 
Existe la tesis que en la política latinoamericana nos movemos por ciclos. Este sería el ciclo de las extremas derechas comandadas por estos energúmenos populistas. El peligro sería que el próximo ciclo fuera no solo más de lo mismo, sino en un lugar más profundo del pozo en el que nos encontramos. Ahí están al acecho quienes, a veces por la mínima, no se encumbraron en este ciclo derechoso.  

 

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