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sábado, 3 de agosto de 2024

Nuestra América: los tiempos del tiempo

Estamos inmersos ya en una crisis de civilización que terminará por generar un nuevo giro histórico de alcance aun mayor que el del siglo XVI. Una importante diferencia entre aquel tiempo y el nuestro es que ahora podemos escoger entre el saqueo de entonces, y el potencial para el desarrollo humano del saber y la experiencia con que contamos hoy.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“La universidad europea ha de ceder a la universidad americana.  La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo,  aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia.  Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra.  Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos.  Injértese en nuestras repúblicas el mundo;  pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas..”

José Martí, 1891[1]


La Asociación de Antropología e Historia de Panamá ha puesto a disposición pública el libro Los pueblos originarios de Panamá y su relación con el ambiente natural: 50 años de estudios, que recoge parte de la obra del arqueólogo anglopanameño Richard Cooke (1946-2023).[2] Desde las limitaciones de nuestra cultura ambiental, el aporte mayor del libro radica en su llamado a traer de vuelta al futuro de Panamá la enorme riqueza de su historia profunda.

 

Esto es tanto más importante si consideramos que la mayor parte de los habitantes del territorio que hoy llamamos Panamá ignora desde cuándo, y de qué maneras, la especie humana ha hecho parte de la naturaleza del Istmo. Nuestras escuelas no enseñan que esa presencia se remonta al menos a unos 11 mil años, en el marco de una circunstancia ecológica muy distinta a la que conocemos hoy.

 

Para entonces, en efecto, el Istmo era más ancho, pero estaba en curso el ascenso del nivel del mar que acompañó el fin de la última edad de hielo - con lo cual es probable que una parte de la primera huella humana en nuestra tierra se encuentre hoy bajo el mar. Así, un breve y sugerente video – aquí disponible - del Instituto Smithsonian de Estudios Tropicales, nos muestra cómo, desde “la última Edad de Hielo, hace 12,000 años”, 

 

los humanos hemos disfrutado de un período geológico inusualmente cálido y estable llamado Holoceno y como resultado, hemos logrado enormes avances agrícolas y culturales. Pero durante los 2 millones de años anteriores, el mundo estaba mucho más frío y la mayor parte de América del Norte y Europa estaban encerrados bajo enormes capas de hielo de hasta varios kilómetros de espesor. Debido a que gran parte del agua del mundo se almacenaba como hielo, el nivel del mar era más de 100 metros más bajo de lo que es ahora, alterando dramáticamente la forma de la tierra.

Las capas de hielo comenzaron a derretirse hace unos 16,000 años, haciendo que los niveles del mar se dispararan muy rápido, más rápido que el aumento del nivel del mar que los humanos están causando ahora al quemar combustibles fósiles, hasta que el clima se estabilizó hace unos 8,000 años.[3]

 

Desde el Sur, por otra parte, el periódico argentino Página 12 informa que un grupo de científicos de aquel país había encontrado restos fosilizados de un gran mamífero que datan “de 21 mil años atrás”, con señales de haber sido destazado por humanos. [4] Con ello, agrega la noticia, “se abre paso a nuevas preguntas sobre la migración humana de Eurasia a América”. 

 

Así, Miguel Delgado, investigador en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, señaló que si bien se estima que los humanos llegaron a América hace 16 mil años, han ido siendo descubierta “evidencias más antiguas en Brasil, Canadá, Estados Unidos y México” que remontan ese ingreso  a “entre 20 y 30 mil años atrás". A esto se suma ahora lo encontrado en Argentina. 

 

Se trata, dice Delgado, de una evidencia “temprana, indirecta”, de la primera etapa exploratoria de esa presencia humana en “un contexto hostil”, 

 

con un clima frío y seco y un ambiente dominado por la megafauna, con megaterios, gliptodontes y tigres dientes de sable, entre otros animales, por lo que la supervivencia pudo ser muy difícil. Al comienzo, exploraron el espacio, y luego vino el asentamiento efectivo. Por eso la rareza de este descubrimiento.

 

A los panameños esto nos atañe en más de un sentido. Por una parte, si bien ha sido planteada la posibilidad de otras rutas de migración a la América del Sur desde el Pacífico, todo indica hasta ahora que esa migración ocurrió en lo fundamental desde Eurasia a Norteamérica, a través del istmo creado por el descenso del nivel del mar durante la última glaciación donde hoy se ubica el estrecho de Behring. 

 

En esa migración, el Istmo de Panamá desempeñó la misma función de puente terrestre cumplida en la de otras especies del continente a lo largo de millones de años. Por ello, todo dato que sugiera un poblamiento más temprano en la América del Sur, lo hace también para Panamá. 

 

Por otra parte, esa función de puente terrestre siguió activa en ambas direcciones hasta la catátrofe civilizatoria generada por la conquista europea de América en el siglo XVI. En eso tuvo un importante papel el hecho señalado por Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein al vincular entre sí el nacimiento del moderno sistema mundial y el de América “como entidad geosocial” a lo largo del siglo XVI, como “el acto constitutivo del moderno sistema mundial.”[5]

 

La transformación en curso de esa economía mundo – organizada como sistema colonial, primero, e internacional, después - es el hecho dominante en nuestro tiempo. Hoy, la que fue – y sigue siendo – una indudable ventaja comparativa entre los siglos XVI y XXI demanda el complemento de nuevas ventajas competitivas. Y en eso tiene mucho que enseñarnos la historia antigua de Panamá.

 

Un ejemplo de esto radica en la recuperación de las viejas rutas interoceánicas del Istmo, como la que hoy va de Chiriquí a Bocas del Toro, en la región Occidental del Istmo, y la que podría ir de Aguadulce a Colón, en la región Central. Otro, en la recuperación de la función de puente terrestre entre las Américas, utilizando en ambos casos tecnologías de bajo impacto ambiental que sustenten a generar una estrategia de conservación para el desarrollo humano sostenible en una de las regiones de mayor marginación y pobreza en el país.

 

Hoy sabemos que si deseamos un ambiente distinto necesitaremos crear una sociedad diferente. La historia ambiental – que es la de nuestra especie, y hace parte de otra, mucho más amplia, que es la ecológica – nos ofrece una visión de conjunto del proceso que nos ha traído desde la conquista del fuego hasta los desastres del Antropoceno. Ella tiene un importante papel que cumplir en la tarea generar las diferencias necesarias en todo lo que va desde la educación elemental hasta las formas de organización del trabajo y la vida en comunidad que hagan posible esa creación socio-ambiental. 

 

Estamos inmersos ya en una crisis de civilización que terminará por generar un nuevo giro histórico de alcance aun mayor que el del siglo XVI. Una importante diferencia entre aquel tiempo y el nuestro es que ahora podemos escoger entre el saqueo de entonces, y el potencial para el desarrollo humano del saber y la experiencia con que contamos hoy. A la luz de esa historia profunda, resalta nuevamente que, como bien dijera Martí,

 

El tallo esbelto debió dejarse erguido, 

para que pudiera verse luego en toda su hermosura 

la obra entera y florecida de la Naturaleza. 

- ¡Robaron los conquistadores una página al Universo!” [6]

 

El tiempo ha llegado de recuperar para nuestro futuro la página así robada en nuestro pasado.

 

Alto Boquete, Panamá, 26 de julio de 2024



[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 18.

[5] “La americanidad como concepto, o América en el moderno sistema mundial”. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000092840_spa

[6] “El hombre antiguo de América y sus artes primitivas”. Obras CompletasLa América, Nueva York, abril de 1884. Ibid. VIII, 335.

  

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