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sábado, 21 de septiembre de 2024

Cumbres borrascosas

 Ante la gravedad de la crisis generada por la transición del mercado mundial hacia formas cada vez más transnacionalizadas de organización de la economía y el poder en el sistema mundial, la claridad y valentía con que el Secretario Guterres defiende la necesidad de poner al sistema internacional en capacidad de contribuir al equilibrio del mundo merecen sin duda reconocimiento y solidaridad.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“El mal es accidental: sólo el bien es eterno. Contra el dogma del mal eterno, el dogma nuevo del eterno trabajo por el bien. Confiar en lo que no se conoce no mejora mundos, sino trabajar en ello.”

José Martí, 1883[1]

 

El 12 de septiembre pasado, el Secretario General de la Organización de Naciones Unidas, Antonio Guterres, definió a la Cumbre del Futuro convocada por ese organismo para el 22 y 23 de septiembre próximo como “un paso importante en el camino hacia la construcción de un multilateralismo más fuerte y eficaz, y una oportunidad para sellar acuerdos de gran alcance sobre cooperación internacional para un mundo más seguro, sostenible y justo.”[2]

 

No cabe subestimar la importancia de este planteamiento. Dicho en breve, la organización internacional – interestatal en realidad – del sistema mundial acordada en San Francisco en 1945 y precedida en 1944 por la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como mecanismos de dolarización del mercado mundial, han venido dando muestra de ineficacia creciente desde fines del siglo XX. Esto, para el Secretario Guterres, implica ya que “Los desafíos del siglo XXI requieren instituciones que resuelvan los problemas del siglo XXI”. 

 

En este sentido, la Secretaría General de la ONU espera que la Cumbre del Futuro contribuya a “actualizar y reformar las instituciones globales, incluidos el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la arquitectura financiera internacional, con el fin de reflejar y responder a las realidades políticas y económicas de hoy y de mañana.” Esto, a su vez, demanda “un enfoque renovado en la prevención de conflictos y la mediación, no sólo a través de la negociación y la diplomacia preventiva, sino también creando las condiciones para la estabilidad mediante el desarrollo sostenible y el respeto de los derechos humanos”.

 

En los hechos, lo plantado por el Secretario Guterres reconoce que la ONU se está viendo rebasada por las transformaciones en curso el sistema mundial que responden a fuerzas más allá de su control. La creación de la ONU sirvió para garantizar una transición ordenada del mercado mundial desde su estructura colonial de origen a otra de carácter internacional, que diera cabida a los nuevos Estados nacionales formados a partir de la independencia de las antiguas posesiones coloniales. 

 

En lo cuantitativo, esto llevó el número de Estados miembros de la ONU desde su medio centenar original hasta los 193 que la integran hoy.[3] En lo cualitativo, abrió paso a una etapa enteramente nueva en el desarrollo del mercado mundial, al multiplicar los mercados nacionales abiertos a la inversión extranjera, y aptos para solicitar créditos para su desarrollo económico y social.[4]

 

De allí resultó un crecimiento, sin precedentes en la historia del mercado mundial, que para la década de 1970 empezó a ver superadas las condiciones que sustentaban su organización internacional. Para el 2000, el crecimiento económico había dado lugar a una extraordinaria concentración del capital en empresas transnacionales; a un incremento del poder de los organismos financieros que generaron nuevas formas de organización del mercado y del sistema mundiales, y a la formación de economías emergentes de gran dinamismo, como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, hoy núcleo del grupo BRICS. 

 

De ello resultó que el sistema ingresara a un proceso de transición hacia nuevas formas de organización económica y política, al que se le dio el nombre de globalización. Hoy, ese proceso demanda que la ONU convoque una Cumbre para el Futuro, ante el evidente agotamiento de su capacidad para “responder a la naturaleza cambiante de la guerra y modernizar los procesos de paz, mitigar los riesgos de militarización de las nuevas tecnologías, y reformar la arquitectura financiera mundial para hacerla compatible con la economía global actual.” Para Guterres, en breve, esta situación demanda entender que 

 

los conflictos feroces causan un sufrimiento terrible, que las profundas divisiones geopolíticas crean tensiones peligrosas que se ven agravadas por las amenazas nucleares; que la desigualdad y la injusticia erosionan la confianza y alimentan el populismo y el extremismo; y que la discriminación, la misoginia y el racismo adoptan nuevas formas.

 

Todo ello – que se expresa además en la creciente agresividad de movimientos reaccionarios en todo el planeta –, plantea la necesidad “de una mayor solidaridad mundial hoy y para las generaciones futuras; de una mejor gestión de las cuestiones críticas de interés mundial, y de una ONU capaz de afrontar los desafíos de la nueva era.” Así, se espera de la Cumbre que permita a los Estados miembros de la ONU actuar “con rapidez, visión, coraje, solidaridad y espíritu de compromiso,” para lograr “acuerdos de gran alcance sobre colaboración internacional para un mundo más seguro, más sostenible y más equitativo”. 

 

Seis días después, el Secretario Guterres retomó el tema, para insistir en la necesidad de que “los países que se comprometan a reformar las instituciones internacionales” para hacerlas “más legítimas, eficaces y adecuadas para el mundo de hoy y de mañana”. No podemos, agregó “crear un futuro adecuado para nuestros nietos con sistemas construidos para nuestros abuelos.” Al respecto, añadió que, al igual que los fundadores de la ONU, “no podemos saber con precisión lo que nos depara el futuro, pero no necesitamos una bola de cristal para ver que los retos del siglo XXI requieren mecanismos internacionales de resolución de problemas más eficaces, interconectados e inclusivos.” [5]

 

Así las cosas, la Cumbre del Futuro no deja de recordar al Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado en 1959 por el papa Juan XXIII.[6] Ese Concilio se desarrolló entre 1962 y 1965, bajo el pontificado de Paulo VI, tuvo como lengua oficial el latín, y generó acuerdos y desacuerdos que se prolongan hasta el presente en la vida de la Iglesia. La comparación, en todo caso, es más que relativa: la ONU tiene una historia de 79 años, mientras la de la Iglesia supera los 2000; sus estructuras de gobierno interior no pueden ser más diferentes, y el carácter y alcance de la autoridad del Papa y el Secretario General son muy distintos, también.

 

Ante la gravedad de la crisis generada por la transición del mercado mundial hacia formas cada vez más transnacionalizadas de organización de la economía y el poder en el sistema mundial, la claridad y valentía con que el Secretario Guterres defiende la necesidad de poner al sistema internacional en capacidad de contribuir al equilibrio del mundo merecen sin duda reconocimiento y solidaridad. Otras opciones, en efecto, llevarían a generalizar barbarie que ha ido siendo impuesta a sectores cada vez mayores de la Humanidad, con una eficacia mayor que la demostrada por los integrantes de la ONU para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible que proclamaron en 2015 para verlos cumplidos en 2030.

 

Ante esta circunstancia, sólo cabe reiterar aquellos principios fundamentales del pensar martiano que nos llaman a tener fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en la lucha por el equilibrio del mundo. Y ante la incertidumbre que genera nuestra circunstancia podemos, debemos, coincidir con lo que le dijera Martí a su entrañable amigo mexicano Manuel Mercado en las vísperas de la transición que llevó a la desintegración del sistema colonial a través de la Gran Guerra de 1914-1945, como bien puede ocurrir con el sistema internacional que vino a sustituirlo:

 

En mí, es tal vez la pena mayor por serlo el conocimiento, puesto que de tanto tiempo atrás vengo allegando, y guardando, y viendo crecer, las pruebas de mis previsiones, que no quieren decir que se va a venir el mundo abajo, pero sí que es necesario ponerse en pie, y ver lo que pasa en el mundo, para que no pase lo que se puede evitar…[7]

 

Alto Boquete, Panamá, 19 de septiembre de 2024



[1] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 21 de octubre de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IX, 464.

[4]Así, el Producto Interno Bruto Mundial pasó de unos 9000 billones de dólares en 1950 – con una población de 2000 millones, y un ingreso per capita de 3659 dólares -, a 63000 billones en el año 2000, con una población de 6000 millones y un ingreso percapita de 10,262 dólares.  https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Evoluci%C3%B3n_del_PIB_mundial_en_los_dos_%C3%BAltimos_milenios

[5] “Guterres: No podemos crear un futuro para nuestros nietos con instituciones construidas para nuestros abuelos”

https://news.un.org/es/story/2024/09/1532876#:~:text=%E2%80%9CNuestras%20instituciones%20no%20dan%20abasto,pueden%20congelarse%20en%20el%20tiempo.

[7] Carta a Manuel Mercado. [Diciembre de 1889]. Ibid., XX, 155.

 

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