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sábado, 12 de octubre de 2024

Aceleración de los tiempos geopolíticos

 Lo que hagamos o dejemos de hacer en estos momentos decisivos, como pueblos y movimientos, tendrá consecuencias importantes en el largo plazo. Resistir y construir las bases de las autonomías colectivas parece ser el camino más adecuado, mirando lejos para no caer en provocaciones ni en imposibles salidas en el corto plazo.

Raúl Zibechi / LA JORNADA

Días atrás, el vicepresidente de la Cámara de Comercio e Industria de la asociación interestatal BRICS, Samip Shastri, informó que “el volumen de liquidaciones en las monedas nacionales de los países miembros ya supera al de liquidaciones en dólares” (https://goo.su/g0S5). A ese dato habría que sumar que 92 por ciento de los pagos transfronterizos de los 26 países que integran a Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), ya se hacen sin dólares (https://goo.su/wg1ugJ).
 
La velocidad de los cambios tal vez sea el dato mayor a tener en cuenta. En 2022, la proporción de pagos en monedas nacionales entre los países de la OCS era de 40 por ciento, llegando ahora a 92 por ciento. En paralelo, China y Rusia desde 2023 llevan a cabo el comercio bilateral usando el yuan chino.
 
En 2010 el yuan era utilizado por China apenas en 0.3 por ciento de los intercambios internacionales, pero este año alcanzó 52.9 por ciento, 10 puntos más que el dólar. Se trata de un proceso que lleva una década de desarrollo, pero que se ha intensificado en los últimos cuatro años y se aceleró con la guerra en Ucrania.
 
Debe considerarse que China es la principal fábrica del planeta, que su comercio exterior vira desde el Norte Global hacia el Sur Global, como forma de superar las barreras comerciales impuestas por EU (https://goo.su/DV443).
 
Más allá de lo que suceda en la cumbre del BRICS en Kazán (22-24 de octubre), que muchos consideran un momento estelar para la puesta en marcha de monedas alternativas al dólar y medios de pago no controlados por Occidente, los datos anteriores permiten algunas conjeturas y conclusiones.
 
La primera es el evidente declive del uso del dólar, sobre todo en el área más dinámica de las economías actuales en el mundo: Asia. Declive de la moneda que es paralelo al descenso de la potencia hegemónica. Sin embargo, creo necesario rehuir análisis simplistas que dan casi por derrotado al imperio militar más poderoso de la historia y a Occidente en su conjunto.
 
Decadencia no es sinónimo de derrota o del fin de la hegemonía. Creo que estamos ante un proceso real, pero muy lento, que cuajará a largo plazo y que no podemos caer en un determinismo que nos asegure que los cambios hegemónicos son inevitables. Occidente aún tiene mucho poder y recursos.
 
En segundo lugar, hay que relacionar la decadencia imperial con la sucesión de guerras que impulsa en el mundo, utilizando a u cranios, israelíes, saudíes y otras naciones dispuestas a someterse a su voluntad. La violencia es el punto fuerte de Occidente, por eso conquistó el planeta en las guerras coloniales que aniquilaron pueblos enteros.
 
Las guerras son consecuencia de la decadencia de Occidente, o Norte Global, pero a su vez pueden acelerarla dependiendo de los resultados que cosechen, no necesariamente en el campo de batalla, sino en las sociedades que las hacen.
 
Las guerras son el camino elegido por el capital para alargar la decadencia e intentar revertirla. Esto se inscribe en la larga historia del capitalismo, que sólo pudo convertirse en el sistema dominante mediante la violencia y del terrorismo. Quienes sigan pensando que hay “leyes económicas” que explicaron en su momento el ascenso y ahora la caída del capitalismo, cometen un grave error. El patriarcado, por ejemplo, no obedece a ninguna ley o razón histórica, sino al uso y abuso de la violencia y la fuerza por los varones dominantes. Y no se puede terminar con el patriarcado ni con el capitalismo, con las mismas armas con que se ha venido imponiendo.
 
La tercera cuestión es que sin la hegemonía del dólar Estados Unidos será una nación frágil –por su debilidad productiva y por su guerra interior contra los sectores populares–, incapaz de imponerse en el mundo. Pero aquí tampoco hay el menor determinismo.
 
La cuarta cuestión nos implica. ¿Qué vamos a hacer?
 
Lo que hagamos o dejemos de hacer en estos momentos decisivos, como pueblos y movimientos, tendrá consecuencias importantes en el largo plazo. Resistir y construir las bases de las autonomías colectivas parece ser el camino más adecuado, mirando lejos para no caer en provocaciones ni en imposibles salidas en el corto plazo.
 
Por lo que conozco, sólo el EZLN y algunos pueblos originarios de nuestro continente han trazado planes para afrontar las guerras de arriba y la destrucción del planeta. Cuando miembros de Teia dos Povos hablan de 3 mil años o los zapatistas de 120 años o siete generaciones, no quiere decir (si entendí algo) que se trate de esperar pasivamente.
 
Lo que construyamos hoy será fundamental para que en el tiempo largo exista alguna posibilidad de sobrevivencia de las personas y la vida. La esperanza no puede ser una espera pasiva, sino el activismo de las creaciones colectivas. Nos debemos imponer reflexionar sobre los tiempos de los pueblos, no de los individuos, porque éstos son los tiempos cortos del capitalismo.
 

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