Los arquitectos del bloqueo saben muy bien que el sufrimiento sitúa a millones de personas en una equivocada y peligrosa visión de túnel donde sólo se ve el sálvese quien pueda como solución. Son también especialistas en tirar la piedra y esconder la mano.
Rosa Miriam Elizalde / LA JORNADA
Cuba ha vivido la crisis energética de mayor calado que se recuerde. El viernes 18 de octubre todo un país se quedó a oscuras y los cortes se mantenían todavía hoy, aunque más de 60 por ciento de los cubanos venían soportando desde hace varias semanas apagones de más de 14 horas e interrupciones en servicios esenciales, desde el suministro de agua potable hasta la comunicación y la salud pública.
Mientras las trasnacionales mediáticas volteaban brevemente la mirada a la isla y los sistemas profesionales de intoxicación de Florida llamaban por Internet a la desobediencia civil, a “tirarse para la calle” y mostraban cómo construir cocteles molotov, el extenso apagón de los cubanos aparecía por todas partes, pero se silenciaba con frecuencia la nota más oscura de esta realidad: el prolongado bloqueo impuesto por Estados Unidos desde hace más de seis décadas.
Para el lector de La Jornada, los televidentes de Telesur y algunos otros medios de influencia en sectores de la izquierda, el bloqueo es un tema socorrido o una nota al pie obligada. Pero de tanto hablarse de ello en nuestros circuitos no pocas veces se le pasa por encima con un bostezo, lo que nos recuerda que uno de los riesgos de la naturalización de la violencia, sea cual sea, es que se tiende a pensar que no podrá ser eliminada y que debemos convivir con ella de aquí a la eternidad.
El apagón masivo de estos días, que ocurrió de manera simultánea con el paso del huracán Óscar, ha mostrado esa violencia sistemáticamente ejercida contra el pueblo de Cuba, que tiene raíces profundas en la guerra económica de Estados Unidos y evidencia el éxito que ha tenido la política de máxima presión establecida por Donald Trump, mantenida intacta por Joe Biden. Desde 2019 la soga al cuello se ha ido apretando fríamente a la vista de todos y lo único que falta es que cruja definitivamente el piso.
La crisis energética que sufre la isla no es nueva, pero la intensidad y la duración de los apagones muestran la gravedad de la situación. Las autoridades cubanas atribuyeron la caída del servicio a la falta de combustible y a las dificultades para mantener las plantas de generación eléctrica en funcionamiento. Las termoeléctricas, pieza central del sistema energético de la isla, operan con equipos obsoletos y requieren mantenimiento constante, algo que se ha tornado imposible debido a las sanciones estadunidenses.
Cuba no puede acceder a piezas de repuesto, tecnología avanzada y financiamiento internacional para modernizar su infraestructura energética. Tampoco puede adquirir combustible fácilmente, o porque no tiene cómo pagar los fletes o porque el acceso a los mercados internacionales de petróleo está restringido debido a la presión que Estados Unidos ejerce sobre terceros países, bancos y navieras que comercian con la isla. Como consecuencia, Cuba depende de un suministro irregular de combustibles, en gran parte proveniente de aliados como Venezuela, que también enfrenta sanciones de Estados Unidos y brega con sus propios problemas económicos.
Esta dependencia de fuentes externas de energía y la imposibilidad de modernizar la red eléctrica han creado un coctel explosivo que conduce a los apagones frecuentes, agravados por el desgaste de las plantas generadoras. El sector energético cubano, que ya estaba en una situación crítica antes del pasado viernes, se ve así atrapado en un círculo vicioso: sin combustible, no puede generar electricidad, y sin electricidad, la economía y la calidad de vida de la población se desploman.
Eso se traduce en incertidumbre y desesperación. En muchos barrios los vecinos hicieron ollas colectivas en improvisadas cocinas de leña, no sólo por solidaridad, sino porque las familias no podían conservar los alimentos por falta de refrigeración, lo que agudiza en el corto plazo la ya precaria situación alimentaria.
Los hospitales, aunque equipados con generadores de emergencia, no podían operar a plena capacidad durante largos periodos sin electricidad, lo que ha puesto en riesgo la vida de pacientes que dependen de equipos médicos. El agua no se podía bombear y el gas no llegaba a la cocina. El acceso a Internet y a los servicios de telecomunicaciones también se han visto severamente limitados, aislando a muchas personas del mundo exterior.
Los arquitectos del bloqueo saben muy bien que el sufrimiento sitúa a millones de personas en una equivocada y peligrosa visión de túnel donde sólo se ve el sálvese quien pueda como solución. Son también especialistas en tirar la piedra y esconder la mano. La secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, afirmó el lunes que la política de ese país no ha tenido nada ver con la crisis energética que se vive en la isla del Caribe y que su gobierno estaría dispuesto a enviar ayuda a los cubanos, si La Habana lo pide.
Cuando los apagones han hecho nido en Cuba, no hay mayor salto en la oscuridad que el cinismo político de Washington.
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