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sábado, 19 de octubre de 2024

De nuestra historia ambiental

 La historia ambiental está en curso de convertirse en la historia natural de la especie humana. Como tal, hace parte ya del conjunto mayor de la historia ecológica, que se ocupa de la formación y las transformaciones de los ecosistemas que organizan la vida en la Tierra.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá


“Dóblese sobre el hombre el que quiera revelar las leyes del hombre. Y no constituyan con la sotana científica la sotana religiosa. […] Se han de estudiar a la vez, si se quiere saber de sociedades humanas, las influencias extrahumanas, los motivos generales de agencia humana, y las causas precipitantes o dilatorias que han obrado para alterar el ajuste natural entre estas dos fuerzas paralelas.”

José Martí[1]


Dicho en breve, la historia ambiental es aquella que hace del ambiente su objeto de estudio. Ese objeto es asumido como el producto de las interacciones entre la especie humana y sus entornos naturales mediante procesos de trabajo socialmente organizados, y de las consecuencias de esas interacciones para ambas partes a lo largo del tiempo.

 

Esta historia no puede ser más contemporánea. Para James O’Connor, llegamos a ella a lo largo un proceso asociado al desarrollo capitalismo. Así, la historia política estaría asociada a las revoluciones de fines del siglo XVIII y principios del XIX que crearon el marco de los derechos de propiedad y las libertades civiles; la económica, a la Revolución industrial y tecnológica desde fines del siglo XVIII, y la social y cultural a la formación de una sociedad y una cultura capitalistas. La ambiental vendría a corresponderse, así, con la capitalización de la naturaleza y las luchas por la misma, para constituir “el más reciente y, tal vez, el último tipo de historia”.[2]

 

Años más, años menos, la década de 1980 suele ser considerada como el punto de origen de esta historia. Su formación vendría a coincidir con la bancarrota del marxismo soviético, de la teoría del desarrollo, y del humanismo liberal. Confluiría en cambio con el despliegue de la geocultura neoliberal, y con la formación de un clima de escepticismo generalizado en torno a la capacidad de los humanos para encarar el deterioro del ambiente forjado en el marco del desarrollo del mercado mundial. Y 1980, por cierto, es también el año de la publicación del primer ensayo dedicado a la historia ambiental de nuestra América: “Notas sobre la historia ecológica de América Latina”, del agrónomo Nicolo Gligo y el biólogo Jorge Morello.[3]

 

En nuestra América, la filosofía de la praxis ha desempeñado un papel marginal en ese proceso. Eso tiene varias causas. Entre otras, cabría señalar las bancarrotas del marxismo soviético y el desarrollismo cepalino; el acoso incesante a sus remanentes por parte del pensamiento único neoliberal, las cómodas vanidades de aquello que se llamó a sí misma la posmodernidad, y el papel de placebo del humanismo liberal en la academia norteamericana, que no disminuye la importancia de sus aportes al desarrollo de la historia ambiental en nuestra región.

          

Esto ha empezado a cambiar con la bancarrota cultural y política del neoliberalismo y el paso de la posmodernidad a la posteridad, que han estimulado la lectura de Marx y de Engels desde sí mismos, y la recuperación de los debates ambientales presentes en la geocultura mundial entre mediados del siglo XIX y del XX – en lo que va, digamos, de George Perkins Marsh a Ernst Haeckel, y de allí a los geógrafos Jean Brunhes y Carl Sauer.[4] Hoy asistimos a una valoración renovada de la cultura de la naturaleza de nuestras sociedades, en lo que va del poblamiento original de la región a sus movimientos populares de anteayer acá, y la preocupación de nuestra intelectualidad sobre el lugar y las opciones de nuestra América en la crisis socio-ambiental generada por el Antropoceno.

 

En esta recuperación de la filosofía de la praxis por parte del ambientalismo en general, y de la historia ambiental en particular, destaca en particular el aporte de intelectuales como John Bellamy Foster, quien ofreció un primer impulso decisivo a este proceso con la traducción al español de su libro La Ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, publicada en inglés en el año 2000, y en español por El Viejo Topo en 2004.[5] En obras posteriores, Foster ha llevado la recuperación de Marx para los problemas de nuestro tiempo a niveles de gran riqueza, que en lo más reciente incluye su Dialectics of Ecology, de cuya “Introducción” ya se dispone de una versión en español.[6]

 

Foster nos recuerda, así, que toda persona culta de nuestro tiempo que se interese en estos temas debe conocer lo planteado por Federico Engels en su artículo inconcluso “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876), donde resalta la existencia de una interrelación universal entre todos los fenómenos naturales, cada uno de los cuales “afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste”, y advierte que “el olvido de este movimiento y de esta interacción universal […] impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples”. Y a eso agrega que “a cada paso”, 

 

los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.[7]

 

En cuanto a Marx, una cultura ambiental básica debe incluir su examen de los problemas asociados a la mercantilización de la naturaleza, y la visión alienada de la misma como “capital natural”. Así, en el capítulo dedicado a las relaciones entre la agricultura y la gran industria en el primer tomo de El Capital (1867), concluye que la producción capitalista “sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre.”[8] Y para 1875, en su “Crítica al Programa de Gotha” (1875), agrega a lo anterior que el trabajo 

 

no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.[9]

 

La historia ambiental está en curso de convertirse en la historia natural de la especie humana. Como tal, hace parte ya del conjunto mayor de la historia ecológica, que se ocupa de la formación y las transformaciones de los ecosistemas que organizan la vida en la Tierra. Esa historia abarca unos 3,500 millones de años, mientras que la de los ambientes creados por nuestra especie abarca hasta donde sabemos unos 2 millones de años.

 

Hoy, nuestra historia ambiental nos ofrece ya una lección de sencillez correspondiente a la enorme complejidad de su contenido. Se trata, en breve, de que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. 

 

Identificar esas diferencias, y los medios para crearlas y ejercerlas, es la tarea fundamental de nuestro tiempo. No hacerlo implica dejarnos llevar por la deriva de la crisis socio-ambiental que nos conduce hoy en dirección a la barbarie, y quizás a nuestra extinción en un plazo más corto de lo que imaginamos. 

 

Al plantearnos este problema, la historia ambiental ayuda a construir una cultura capaz de asumir este dilema como un problema de política. Con ello, viene a enriquecer otros campos emergentes en el saber ambiental, como lo son la ecología política y la economía ecológica, y nos vincula a un problema que desborda ya las capacidades de la geocultura de un sistema mundial que ha entrado en su fase de descomposición. 

 

Por lo mismo, hoy importa como nunca atender a lo que nos advirtiera José Martí en 1891, cuando se iniciaba la crisis de la organización colonial del sistema mundial: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.”[10] De esa tarea hace parte, justamente, el desarrollo de la historia ambiental en nuestra América.

 

 Alto Boquete, Panamá, 17 de octubre de 2024

 


[1] Artículos varios: “Serie de artículos para La América”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXIII, 45. s.f.

[2] O’Connor, James (1998): “¿Qué es la historia ambiental? ¿Para qué la historia Ambiental?”. Natural Causes. Essays in ecological MarxismThe Guilford Press, New York London, 1998. Traducción gch

https://repository.globethics.net/bitstream/handle/20.500.12424/213458/n44_2_que_es.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[3] Sunkel, Osvaldo y Gligo, Nicolo (editores): Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina. 2 tomos. CEPAL / Fondo de Cultura Económica, México.

[4] Al respecto, por ejemplo, Sauer, Carl (1956): “La gestión del hombre en la Tierra” https://repositorios.cihac.fcs.ucr.ac.cr/cmelendez/items/345019b3-065d-4c8c-8780-d24a7c111fa6

Fressoz, Jean Baptiste (2014): “Perdiendo la Tierra a sabiendas. Seis gramáticas ambientales cerca del 1800” https://www.academia.edu/19596740/_Loosing_the_earth_knowingly_Six_environmental_grammars_around_1800_in_Hamilton_Gemenne_and_Bonneuil_The_Anthropocene_and_the_global_environmental_crisis_Routledge_2014

[5] https://rzsudcalifa.org/wp-content/uploads/2011/11/bellamy-foster-john-la-ecologc3ada-de-marx.pdf

[6] John Bellamy Foster: La dialéctica de la ecología: Una introducción https://espai-marx.net/?p=14813

[7] https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0

[8] Marx, Carlos (1867): El Capital. Crítica de la eocnomía política. I: 424. Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

[9] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/index.htm

[10] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 18.

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