Dos acontecimientos suceden el mismo día: muere uno de los dirigentes históricos del sandinismo nicaragüense, y asume la presidencia de México Claudia Sheinbaum, quien se autocalifica como continuadora de la administración de Andrés Manuel López Obrador, figura descollante del progresismo latinoamericanos de la tercera década del siglo XXI.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Seguramente la historia los juzgará a ambos, en el futuro en el que se establezcan las periodizaciones de nuestro tiempo actual, como parte de la corriente de las revoluciones y los progresismos que se inicia en América Latina con la Revolución Cubana, a inicios de la década de los 60 del siglo XX, y que mutatis mutandis, llega hasta nuestros días.
Ortega perteneció a una generación que vivió y actuó en condiciones históricas muy distintas a las actuales, bajo el poderosos influjo de la Guerra Fría y la Revolución Cubana, que entendía que había que revolucionar la sociedad para transformar radicalmente sus estructuras, mientras Sheinbaum se inscribe en el contexto de una izquierda que se ha transfigurado en la principal defensora de la democracia liberal.
Puede ser que el momento histórico en el que actuó originalmente como jefe guerrillero Ortega, en las décadas de los 70 y 80 del siglo XX, pueda ser calificada como “heroica”, en el sentido que se regía por los preceptos ideológicos, éticos y políticos que Ernesto “Che” Guevara encarnó concentrados.
No habría manera de calificar de esa forma la coyuntura histórica actual, en la que Sheinbaum asume el poder en México; hasta la Revolución Bolivariana, que de alguna forma estableció vínculos más poderosos con la tradición política Cuba, se dice expresión de un socialismo de nuevo tipo.
Humberto Ortega fue comandante, cuando serlo revestía -para la izquierda- un halo que ubicaba a quien ostentaba ese rango en un ámbito cuasi humano. Ortega se entregó en cuerpo y alma al proceso que buscaba derrocar al somocismo, sufrió las consecuencias que ello acarreaba y que le marcaron la vida, y se distinguió por su sagacidad como estratega militar, que fue fundamental en la etapa final de la guerra.
Mientras estuvieron en el poder durante la década de los 80, los comandantes nicaragüenses se mantuvieron en los límites que les marcaba el imaginario heroico de la izquierda, pero una vez que fueron derrotados en las urnas, no hubo fuerza centrífuga que los mantuviera unidos ni apegados a los preceptos éticos de los que provenían. Fue hasta entonces que algunos se dieron cuenta que tenían discrepancias, e hicieron casa aparte del sandinismo; otros, participaron de la repartija que los transformó en lo que siempre vilipendiaron, a algunos hasta hacerlos millonarios.
Humberto Ortega fue uno de estos últimos. Vivió sus últimos años en Nicaragua, pero es bien sabido que pasó larguísimas temporadas en Costa Rica administrando sus negocios. Las discrepancias con su hermano Daniel se exacerbaron en los últimos años de su vida. Hay testigos -como la también ex comandanta Mónica Baltodano, que escribe al respecto en El Confidencial- que dicen haber recibido recientemente información de su parte que corroborarían que estaba en condición de reclusión en su casa de habitación.
Humberto Ortega y Claudia Sheinbaum, ambos protagonistas el día martes 1 de octubre de las noticias que emanan de América Latina. Representa cada uno dos momentos y dos formas de asumir el compromiso político con los sectores populares. Dos caras, dos coyunturas, una que desaparece y otra que está en ascenso. Dos puntas tiene el camino, dice la zamba que cantan los Chalchaleros.
Este momento da minha historia com Nicaragua.comandantes que lutavam por umavNicaragua livre
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