La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha acelerado, puesto en evidencia y crispado el proceso de tránsito hacia un nuevo orden mundial que, por el momento, más que orden es desorden.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Esa reconfiguración que hoy se ha acelerado viene de poco más de treinta años atrás, desde el momento del derrumbe de la Unión Soviética. Entonces, Estados Unidos y sus aliados pensaron que tenían la puerta abierta y el camino despejado para su hegemonía mundial sin cortapisas: lo único que restaba era atar los cabos sueltos que quedaban ante el derrumbe de su oponente y afianzar -con él a la cabeza- el sistema de dominación unipolar.
Ninguno tenía en cuenta en la ecuación a China, que desde las reformas de Deng Xiaoping proclamadas en 1978 y ejecutadas de forma acelerada en la década de los ochenta, se estaba convirtiendo en el gato que, independientemente que fuera blanco o negro, cazaba ratones como el mejor. Su enorme y barata fuerza de trabajo y su apertura a los capitales externo encandiló al capital de occidente, que se dejó empalagar por la reducción en los costos de producción que significaba relocalizarse ahí, lo que dinamizó como nunca antes la globalización ya en marcha. El resultado ha sido la desindustrialización de la principal potencia mundial, Estados Unidos, que ahora da manotazos de ahogado tratando de revertir un proceso que lo impactó en su estructura interna.
Esa misma prepotencia que no le permitió a Estados Unidos prever lo que sucedería con la migración de sus capitales productivos hacia China, llevó a Europa occidental, sintiéndose en un momento de triunfo, a querer arrinconar y, de ser posible, desmembrar a la Federación Rusa, heredera de la otrora Unión Soviética.
Ya son harto conocidas hoy las artimañas y las marrullerías en las que incurrieron, las promesas a Mijaíl Gorvachob de que la OTAN no se movería un centímetro hacia su zona de influencia, y la confesión de Ángela Merkel que los Acuerdos de Minsk no fueron más que una estratagema para darle tiempo a Ucrania para que formara un ejército y se armara para enfrentar a Rusia.
Son estos elementos importantes, puntas del iceberg del proceso que nos ha llevado a la situación actual. Una situación compleja, con múltiples aristas y actores que la llegada de Donald Trump ha dinamizado. Se trata de un presidente temperamental, impulsivo, que dice lo que tiene que decir sin pelos en la lengua, y que sabe que, teniendo el poder que tiene el país que preside, no tiene arrestos en utilizarlo al mejor estilo imperial.
En Europa están como panal azuzado, no saben qué hacer, en quién apoyarse, cómo tratar la papa caliente de la guerra en Ucrania. Su soberbia colonial es un obstáculo para que puedan ver con claridad el papel subordinado a los Estados Unidos que han jugado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Fue su imprudencia, su prepotencia después del derrumbe de la URSS lo que llevó a lo que están viviendo ahora.
En América Latina, en Centroamérica y el Caribe -la más inmediata zona de influencia de los Estados Unidos- ya hemos sentido la reiteración de lo que eso significa: Marco Rubio nos visitó con su maleta de amenazas y lisonjas apenas asumió el cargo. Trajo el mensaje principal que ya había expresado su jefe Trump desde antes de que asumiera el cargo, que China debe ser desalojada de esta parte del mundo, y que si no se le hace caso sufriremos las consecuencias de su puño de hierro sin guante de seda.
Aquí, los más serviles, como el gobierno de Costa Rica, empezaron a satanizar a todo el que haya promovido la llegada del gigante asiático, y quien aún no ha establecido relaciones diplomáticas con ella quedó avisado que no debe dar ni un paso en esa dirección.
El más afectado es Panamá, por su estratégico canal, a donde Rubio llegó como caporal, se paseó por la zona del canal con aires de mandamás enojado, y no tuvo empacho cuando retornó a su país, de mentir sobre lo que Panamá se había comprometido a hacer.
Es lo que estamos viendo hasta ahora, a apenas poco más de un mes de la toma de posesión de Donald Trump. China ha de estar preparándose para cuando, como ya ha anunciado el presidente norteamericano, Estados Unidos enrumbe sus cañoneras hacia donde tiene ahora sus principales intereses, el sudeste asiático, en donde el Mar de la China y Taiwán van a ser las nuevas Ucranias, es decir, los espacios calientes en disputa.
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