Tenemos todas las condiciones y posibilidades para construir un mundo distinto, pero la opción de aprovecharlas no parece despuntar por ninguna parte. No hay que perder la esperanza porque, como humanidad, tenemos el potencial, aunque por ahora demos palos de ciego.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Vivimos en un mundo en el que mucha gente, por muy diversas razones, está inconforme. No importa el rango social al que pertenezca, su nacionalidad o el lugar en donde viva. Por una u otra razón, o por varias razones, está incómodo o abiertamente no puede vivir en las condiciones en las que se encuentra.
A alguna puede vérsele en sus actividades cotidianas sin que se eche de ver su incomodidad y, a veces, solo podemos saber de ella por algún gesto mínimo que, como una seña apenas perceptible, indica que tras la carcasa de indiferencia hay una ebullición que puede explotar en cualquier momento.
Otras veces se expresa abiertamente. De muchas formas: por un atuendo, por el comportamiento o hábitos salidos de lo común. Lo estrafalario, escandaloso o repugnante es, muchas veces, expresión de voces de disconformidad con el mundo.
Pero hay situaciones en las que esas disconformidades desembocan en formas más contundentes de enfrentamiento y reclamo airado, ruidosas y agresivas. Son las más evidentes, a las que se les presta más atención, pero muchas veces no son más que la punta del iceberg, o el cráter por el que sale el magma profusamente acumulado en las entrañas de la tierra.
A donde volvamos a ver hay disconformidad. Unos lo expresan con un gesto de disgusto, otros con su voto y otros en las calles gritando y mostrando su enojo abiertamente.
Puede dársele en nombre que se quiera, rebelión o subversión, pero lo que se encuentra en su base es la inconformidad con el mundo en el que se vive, el malestar con lo establecido que se considera injusto, abusivo, intrusivo o, simplemente, en desacuerdo con lo que se considera adecuado, normal y respetuoso.
Están los disconformes con las preferencias sexuales de los otros; con sus formas de consumo; con el color de su piel o con sus costumbres. Para ellos “el infierno son los otros”. Pero hay quienes son atropellados en sus más elementales derechos a vivienda, comida o salud, y no reclaman más que una vida que les ofrezca lo necesario para tener una condición humana acorde con las posibilidades que el mundo contemporáneo está en la posibilidad de ofrecer.
Cuando este clamor es desoído, brota la violencia. Es la forma más radical de mostrar la disconformidad y el malestar que genera. Reprimir la violencia engendrada por la disconformidad sobre situaciones opresivas o injustas puede, eventualmente, aplacarla momentáneamente, pero en tanto no desaparezcan las causas subyacentes, resurgirá en cualquier otro momento, tal vez -incluso-, con más contundencia.
En un mundo lleno de desigualdades e injusticias, es natural que por todas partes surja la protesta violenta. Puede ser que se salga de cauce, que se desborde, que se extralimite, porque en cualquier acción humana desesperada es posible que eso pase, pero debe entenderse que en su base hay una disconformidad extrema que no encuentra otra forma de hacerse oír.
Eso sucede en Estados Unidos: ante la arbitrariedad, el autoritarismo y la prepotencia, los migrantes oprimidos estallan. Cuanto más los repriman, más se rebelarán, porque tienen poco y nada que perder. Volver a sus países de origen no es una opción. Para algunos, incluso, su país es ya los mismos Estados Unidos, y en cualquier otra parte serán extranjeros.
Lo que miles viven en Estados Unidos es una tragedia, y ante ella se alzan, como un gesto desesperado. Será peor en el futuro, porque las condiciones que provocan los desplazamientos masivos no solo no desaparecen, sino que se extienden y profundizan: la violencia criminal en los países de origen, las consecuencias del cambio climático o el hambre.
Y frente a esta situación, como ya lo estamos viendo, las respuestas de los países ricos serán cada vez más autoritarias y represivas: se encerrarán tras muros y alambradas; restringirán cada vez más el acceso legal; reprimirán lo diferente. El malestar lleva al poder ahí a quien se muestra más beligerante y duro.
De esta forma, el mundo futuro se llena de nubarrones. Tenemos todas las condiciones y posibilidades para construir un mundo distinto, pero la opción de aprovecharlas no parece despuntar por ninguna parte. No hay que perder la esperanza porque, como humanidad, tenemos el potencial, aunque por ahora demos palos de ciego. Después de haber intentado construir una sociedad diferente durante todo el siglo XX, fracasamos. Ahora estamos en una época de aturdimiento, pero ya lo intentaremos de nuevo. Ojalá lo hagamos mejor.
⁷Hola mi compa querido Muy buena sus reflexiones sobre el mundo que ²
ResponderEliminarvivimos.Pero pienso que juntos podremos construir um mundo mejor