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sábado, 7 de junio de 2025

Una novela para ser leída en clave de liberación o dependencia

 La novela “El Inca Paz” refiere mucho más que las peripecias de una vida estudiosa, honesta y abnegada; también se explaya en su contemporaneidad atribulada por la Guerra de las Malvinas, en su lucha desigual -demás está decirlo-  contra los intereses oligárquicos y del capitalismo internacional  promoviendo el extractivismo de las riquezas naturales. 

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Bien pudiera algún lector preguntarse sobre qué y cuánto hay detrás de la ficción biográfica como médula de la segunda y última novela de Eduardo Ceballos (Salta, 1947). La anterior, “El gringo de mil caminos”, fue publicada en 2005. Cabe anotar que el escritor, miembro de las Academias Nacionales de Tango y de Folklore, cultiva  desde la juventud la poesía, el cuento, las composiciones de  proyección folklórica, los artículos costumbristas  y el periodismo en general. Ceballos está inspirado por su entorno físico y humano. Es un celebrante de  las bellezas del paisaje y alguien que toma partido contra las injusticias sociales y las discriminaciones. A poco de nacer su espíritu fue bautizado en la fe cristiana y sus virtudes teologales con  el agua de la Gracia Santificante. Y en su tránsito terrestre,  pacifista  y solidario, se ha cuidado de no caer  en  “las aguas heladas del cálculo egoísta” fustigadas en el “Manifiesto Comunista”.         
 
Las inquisiciones sobre su novela vienen a cuento porque a diferencia de muchas obras actuales del género, “El INCA PAZ” narra una historia. Y vale mostrar inquietud entonces, respecto a qué subyace, recóndito o no tanto, en su nudo argumental con las debidas tramas –y no trampas- que la enriquecen. Lo que se puede dar por sentado, a poco del ingreso a las páginas,  es el mensaje que trae y agita como heroico trofeo esa existencia cuya ruta vital se persigue y retrata desde el lugar donde nació: San Antonio de los Cobres, población minera en los Andes a casi 4000 metros de altura sobre el nivel del mar.                                         
 
La intención que trasunta el libro es clara: el autor ha privilegiado hacer docencia patriótica, militancia inscripta en aquel “argentinismo” del que fue orgulloso adalid poético Rafael Obligado. 
 
Desde el punto de vista formal, Ceballos recorre en doce capítulos una linealidad que debe ser atendida porque en esos capítulos se devela un juego de tiempos existencialmente dispares y quizá antagónicos, pero reunidos en el protagonista sin apiñarse, como lo sería en un viejo almacén pueblerino de ramos generales. Temporalidades opuestas en la manera de articularse cultural y vitalmente y que habrán de articularse  mejor que de forma cronológica, de acuerdo con las particularidades  herederas de las etnias que confluyen en la sangre del personaje central. Así las perennidades cósmicas y tal vez circulares para la raza cobriza, afines en mucho con el tiempo curvo de los estoicos griegos y romanos. Algo que como lo advierte la filosofía de Rodolfo Kusch, extiende al hombre nativo en el “estar siendo” en un acontecimiento originario y de casi contemplativa y serena recepción ontológica del ser. 
 
En tanto que para algún ancestro oriental del héroe: una abuela proveniente del Japón, las temporalidades a eternizarse pueden hallar un símbolo en la estrofa sutil y delicada de un haiku, forma empecinada a apresar un instante de los ciclos de la naturaleza que al resolverse con palabras queda embellecido “ad infinitum”.     
 
De tener esto en cuenta, es decir el mestizaje que representa el núcleo novelístico; mestizaje como potencia con latido de universalidad y no como aceptación acomplejada de una “capitis deminutio” dictada por la extranjería, podrá comprenderse hasta qué punto late en el Inca Paz toda la “irrupción de América”, por tomar una categoría de la pensadora argentina de filiación peronista Amelia Podetti, estudiosa tan reconocida por el Papa Francisco.  
 
La diligencia demostrada por  asentarse el Inca Paz en la vocación que no es solo intelectual como una vía de escape de la “barbarie” sarmientina, sino un perseverante descubrimiento en su interior de códigos morales encauzados a sostener la ética comunitaria (Enrique Dussel, dixit). Sí, la moralidad comunitaria ancestral, ajena a  la competencia, el sálvese quien pueda y el ánimo de lucro, disvalores que condimentan y actúan como lubricantes del individualismo capitalista. De tal forma su paso por el mundo resulta una toma de conciencia que hace a su propio nombre completo, no en vano: Argentino Justo Inca Paz. Algo que parece remitir a los primeros versos de  “El Golem” de Borges, cambiando para el caso “cosa” por “persona”: “Si como el griego afirma  en el Cratilo/ el nombre es arquetipo de la cosa.”  
 
La prontitud con que el protagonista da fin a la preparación académica y recibe el diploma correspondiente, lo será para atender a su destino sin fatalismo y con rigor y tesón. Nunca  con velocidad para desembarazarse o desviarse de él. Con esa impronta coronará sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; la ciudad donde llegó y de la que retornó al terruño tan provinciano como lo era a su arribo, pese a las incitaciones a europeizarse, a comportarse  como un “doctor” cabal, es decir quitadas las vestiduras, las tonalidades provincianas, incluso las maneras de actuar propias de los pueblos del interior profundo. El Inca Paz salió indemne del desafío y en alto la honestidad como mandato telúrico, manifestado -es de suponer- en las tres normas de la moral aymara que suele repetir como un mantra el ex presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales: “No mentir, no robar, no aflojar”.  
 
Precisamente el no flojear ante las adversidades del desarraigo, fue lo que le permitió correr  aprisa por el ciclo universitario y sobre todo hacerlo con provecho y no para gastar la energía de la juventud en novedades pasajeras, como suelen serlo las novedades y su afán por ellas para eludir el pensamiento angustiante de lo esencial de que habla Heidegger.  
 
Se subraya que fue uno esos beneficios decisivos para él, descubrir a Ricardo Rojas y su cosmovisión de la “Eurindia”. (Algo que también advirtió y estudió el arquitecto Ángel Guido, en su obra “Fusión  hispano-indígena en la arquitectura colonial”, donde acuñó el término “Eurindia” que pronto rescató y extremó en proyección Ricardo Rojas).
 
La novela refiere mucho más que las peripecias de una vida estudiosa, honesta y abnegada; también se explaya en su contemporaneidad atribulada por la Guerra de las Malvinas, en su lucha desigual -demás está decirlo-  contra los intereses oligárquicos y del capitalismo internacional  promoviendo el extractivismo de las riquezas naturales. Y, en el trayecto existencial del Inca Paz, mientras se asentaba en su “estar siendo”, abunda aquí y allá la novela en destacar los vínculos amistosos tejidos con otros seres de ficción entremezclados con personajes reales -y actuales- a los que el relator Eduardo Ceballos no esquiva mencionar con el notorio propósito de rendirles homenaje. Tales los casos del escritor y experto en cristología hoy casi centenario, Celso  Molina, el poeta Jorge Díaz Bavio o el geólogo, historiador, divulgador científico, docente universitario  y Académico Nacional de Ciencias, doctor Ricardo N. Alonso. 
 
Si la antedicha linealidad de la narración agiliza la lectura, no significa que la novela sea de fácil lectura de principio a fin. En su transcurso, en gran parte narrado en tercera persona, confluyen también diálogos y pasajes en donde habla el Inca Paz con intención de ser oído,  de reafirmar la decaída conciencia nacional cosechando lo sembrado en su hora por Juan José Hernández Arregui,  notable intelectual de la izquierda nacional, a quien en 1963 el General Perón en una carta remitida al autor de “Imperialismo y cultura” desde su exilio en Madrid le expresó: “Le considero a usted el mejor escritor argentino de la actualidad”.
 
Serán los parlamentos del Inca muy oportunos cuando desde los poderes plutocráticos se agita la “batalla cultural” para dar por tierra con todo avance progresista: “El colonialismo es una situación total, que abraca todas las situaciones de un país. En ese sentido, la penetración imperialista se efectúa en el campo de la economía como en el campo de la cultura. Conjuntamente,  con el capital financiero arriban las ideologías universalistas que acomodan su función jugando un papel enajenante del patrimonio nacional, tanto como los monopolios. La formación de una conciencia nacional y popular, antiimperialista y revolucionaria, no puede, entonces, aislarse del proceso histórico y político que busca la liberación de la Patria y el Pueblo.”  
 
Además hay que descifrar en el texto novelístico ciertas claves, retomar hilos conductores y sobre todo detenerse y no pasar por alto las citas, los nombre de escritores y filósofos antiguos y modernos, con las referencias a sus sistemas, que llegan explicitados por boca del protagonista, un devoto lector del sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal,  y que a veces parecen confundirse con la consideración por la cultura que viene destacando desde la mocedad al narrador aquí por lo general omnisciente. 
 
Esta obra de Eduardo Ceballos que cuenta con una introducción a la segunda edición de la profesora y funcionaria cultural Viviana Cristina Ceballos, un prefacio del folklorista Zamba Quipildor, un prólogo del docente de la Universidad Nacional de Salta, Francisco Jesús Fernández,  y a la que cierra  un glosario de voces lugareñas que han enriquecido el texto,  acaba de presentarse en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2025. 
 
“EL INCA PAZ” constituye una demostración de que el buen gusto literario y la imaginación creadora, pueden vencer  la grosería escatológica y pansexual de tantos best-sellers del negocio editorial. Y también que la comunión del autor con valores éticos e ideales incluso políticos descritos, no precisa para hacerse oír de propagandear el plomo de balas justicieras, ni siquiera de vociferaciones “a contrario sensu” de las trasmitidas  en las redes sociales por los trolls voceros de la ultraderecha mileista en estas latitudes. Aun cuando haya algún muerto en los renglones reclamando justicia.
 
Empero, como moraleja,  queda vívido entre las hojas de la novela el silencioso recuerdo en la inscripción de una tumba a un imaginario héroe civil. Será el homenaje  para quien tuvo un final anunciado y se suma ahora como un símbolo más, desde el arte que acostumbra anteceder a la realidad, en el muy concreto y extenso martirologio de la Patria Grande. 

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