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sábado, 2 de agosto de 2025

La significación histórica de la derrota del fascismo en 1945

 Lo que ha estado sucediendo en el planeta en las últimas décadas nos indica claramente que la lucha contra el fascismo, el neofascismo o como se le quiera llamar es ya una urgente prioridad en el mundo.

Carlos Figueroa Ibarra / Para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Vivimos hoy en el mundo el avance de una derecha que cada vez más es menos vergonzante en relación con sus relaciones de parentesco con el fascismo clásico. De manera abierta o declarada esta derecha defiende posturas ideológicas o valores que fueron enarbolados por las dos expresiones más conspicuas del fascismo: el nazismo alemán y el fascismo propiamente dicho en Italia. Lo que hoy observamos no es un fenómeno coyuntural, es la consecuencia de un capitalismo cada vez más desembridado.
 
El fascismo es la forma estatal más adecuada a las tendencias intrínsecas del capitalismo. Dicha forma estatal es expresión de la aniquilación de la democracia liberal y representativa que fue surgiendo de las luchas obreras en la Europa del siglo XIX y XX y expresa los supremacismos e intolerancias que son necesarias para lograr la dominación plena del trabajo y del resto de las clases subalternas de la sociedad capitalista. Es pues la forma de Estado que el capital más  necesita para lograr sus objetivos de maximización de la ganancia y el despojo de los bienes comunes que ansía para consolidar los privilegios y riquezas del 1% de la humanidad. 
 
Siendo una tendencia consustancial del capitalismo la expoliación máxima de la fuerza de trabajo y necesitado por ello de una orden dictatorial, muchos hechos de resistencia y victorias obreras y populares los han contenido durante el siglo XIX y XX. El canciller Otto Von Bismarck diseñó una combinación de políticas represivas contra el avance notable de los socialdemócratas inspirados en el marxismo en 1878 y luego promulgó un conjunto de políticas sociales para quitarle banderas al Partido Socialdemócrata Alemán tales como el seguro de enfermedad (1883), el seguro de accidentes de trabajo (1884) y el seguro de invalidez y vejez (1889). La crisis mundial de 1929 hizo evidente la necesidad de contrarrestar el desenfreno de la visión liberal del capitalismo al mismo tiempo que la victoria bolchevique en Rusia volvió ineludible una política de contención anticomunista en la Europa de entreguerras.
 
Así triunfó el fascismo en Italia en octubre de 1922 y el nazismo en Alemania en enero de 1933 los cuales se unieron al Imperio japonés que compartía con el fascismo el autoritarismo, el expansionismo imperialista y el supremacismo racial además de ser militarista. Uno de los rasgos del fascismo clásico fue el ser imperialista, así las cosas, la Alemania en el espíritu del Lebensraum (espacio vital) invadió Europa occidental y oriental y llevó su expansión hasta las puertas de Moscú la capital soviética. Italia tuvo un expansionismo militarmente fallido, pero aun así se expandió a Albania, Egipto y Etiopía y ocupó parcialmente Francia, Grecia, Yugoeslavia aun cuando esas ocupaciones solamente pudieron mantenerse por la intervención alemana. El imperio japonés igualmente invadió China, Corea, Mongolia Interior, Indochina, Taiwan, y diversos países en el sudeste asiático y en el Océano Pacífico.
 
Fue evidente que entre las tres potencias imperialistas del eje Berlín-Roma-Tokio, Alemania poseía el mayor caudal militar y su derrota era decisiva para abatir al fascismo. Resulta curioso que hoy tras ochenta años de narrativa occidental (Hollywood  mediante) la imagen que existe es que fue occidente (Estados Unidos y el Reino Unido) el gran artífice de la derrota del fascismo. En los primeros años de la segunda posguerra era evidente que había sido la Unión Soviética con Stalin al frente quienes le habían partido el espinazo a la potencia hegemónica del fascismo internacional. Fueron dos grandes batallas escenificadas en la URSS (hoy Rusia) las que implicaron la derrota estratégica del fascismo. La primera de ellas fue la Batalla de Stalingrado (julio de 1942-febrero de 1943) y la segunda la de Kursk (5-23 de julio de 1943). En la primera de ellas hubo casi dos millones de bajas (de las cuales 1.1 millón fueron soviéticas) y en la segunda se registraron 1.06 millones (de las cuales 860,000 fueron soviéticas). 
 
Estas batallas implicaron la pérdida de la posibilidad de la victoria alemana en la segunda guerra mundial porque el 80% de las tropas alemanas estaban desplegadas en el frente oriental y ambos reveses militares implicaron la imposibilidad de ocupar la Unión Soviética y la necesidad ineludible de las tropas alemanas de replegarse hacia los países de Europa oriental y luego hacia Alemania. La batalla de Berlín culminada el 8 de mayo de 1945 con la ocupación soviética fue el tiro de gracia para el fascismo clásico porque Italia ya había sido derrotada en julio de 1943 y los restos de su imperio (la República de Saló) derrocados en abril de 1945 culminaron con la ejecución de Mussolini. Hay que agregar que una parte importante de la derrota fascista en Francia, Italia y Grecia fue obra de los guerrilleros antifascistas encabezados por los partidos comunistas de estos países.
 
En suma, la derrota del fascismo en mayo de 1945 fue una de las grandes proezas de la Unión Soviética. Implicó para ese país la muerte de 27 millones de personas de las cuales entre 4.5 y 5.5 millones murieron en campos de concentración (entre 1 y 2 millones fueron civiles).  Estos datos contrastan con los 429,000 muertos que tuvo Estados Unidos (12,000 civiles) y 383,800 (67,100 civiles) que sufrió la Gran Bretaña. Las victorias estratégicas de Stalingrado y Kursk implicaron la mayor cantidad de bajas alemanas en la segunda guerra mundial, aceleraron el curso de la guerra con la expansión del ejército rojo hacia Berlín liberando a diversos países de Europa Oriental.
 
Acaso el significado más importante de la victoria antifascista culminada en agosto de 1945 haya sido la emergencia como potencia mundial de un país que construía un orden alternativo al capitalismo. La emergencia soviética forzó el Plan Marshall para reconstruir Europa, la “Doctrina Dodge” para hacer dicha reconstrucción en Japón y convertirlos en bastiones antisoviéticos. La victoria antifascista con la participación sustancial de la URSS fortaleció la necesidad del Estado de bienestar como antídoto para el comunismo (“la tercera vía entre capitalismo y socialismo”), el desprestigio de la dictadura como gobierno y la transformación de la democracia liberal y representativa como sinónimo de buen gobierno. Implicó un retraso de más de cuatro décadas para el capitalismo salvaje y casi siete décadas para que el   fascismo volviera ser pensado como orden deseable.
 
Hoy la humanidad vive varios hechos sustanciales que están posibilitando el resurgimiento de una ultraderecha con tintes fascistas también llamada derecha neofascista. En primer lugar, la desaparición del contrapeso que significaba para el capitalismo la Unión Soviética y su vasta área de influencia. También el proceso de desarticulación de la clase obrera que ha sido lograda merced a la ofensiva neoliberal y la automatización del proceso de trabajo. El avance disgregador de las masas rurales a través de la acumulación por desposesión. El auge neoliberal que paradójicamente acompaña su fracaso económico con su triunfo ideológico es otro factor en este avance reaccionario. Pero también la capitalización reaccionaria de la crisis neoliberal que hace de la migración del sur hacia los países centrales principal causa de un chauvinismo defensivo que a la vez refuerza el racismo y todas las demás formas de supremacismo. En América Latina, los dos grandes ciclos progresistas han atizado el anticomunismo que se ha engarzado con la batalla cultural reaccionaria que se observa en el mundo entero. 
 
Finalmente hay que mencionar lo que al principio de este artículo se ha dicho: disminuidos o desaparecidos los factores que frenaron la expansión del capitalismo en su versión más salvaje, la lógica de la reproducción ampliada del capital crea condiciones para que las conquistas progresistas (democracia, derechos humanos, bienes comunes, medio ambiente, bienestar social, tolerancia etc.,) sean arrasadas porque son asfixiantes para el pleno desenvolvimiento del paraíso neoliberal. Lo que ha estado sucediendo en el planeta en las últimas décadas nos indica claramente que la lucha contra el fascismo, el neofascismo o como se le quiera llamar es ya una urgente prioridad en el mundo.

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