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sábado, 1 de noviembre de 2025

La inteligencia artificial: entre la veneración tecnológica y las preocupaciones legítimas

 El problema realmente no es la tecnología en sí, sino sus actuales tendencias que no dan margen a un uso social y transformador, que mejore el mundo actual en beneficio de las grandes mayorías.

Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Hay en el mundo actual una compleja y poderosa infraestructura digital global, que usando algoritmos informáticos extraen y procesan los datos que cedemos, a través de un engañoso consentimiento como si fueran de su propiedad, que luego monetizan y los ponen en venta o los usan en sus procesos productivos y de innovación, sin que los generadores de los datos recibamos alguna compensación, más allá de permitirnos usar aplicaciones y servicios “gratuitos”, que son utilizados generalmente para predecir nuestros comportamientos, a través de la revelación que hacemos de nuestros sueños, hábitos, dudas, miedos e inclinaciones, que de ese modo pasan a la esfera mercantil.  
 
Así que no hay duda que vivimos en un mundo, donde la digitalización se encuentra influyendo de manera decisiva en casi todos los sectores de la economía. Y que en ese mundo todavía está verde, el debate a profundidad sobre la necesidad de establecer regulaciones tanto en los mercados nacionales como globales, que garanticen mínimamente la protección de los datos, la privacidad de las personas, el respeto de los derechos humanos por la Inteligencia Artificial, lo mismo que la reducción de la creciente brecha digital de conectividad existente, que ponga fin también al colonialismo digital que nos somete a un proceso permanente de importación foránea de tecnologías.
 
De hecho, toda la tecnología de hoy día está asociada estrechamente con la noción de progreso y de bienestar, y en consecuencia, con la idea misma del modelo capitalista vigente; lo que dificulta muchísimo cualquier cuestionamiento o rasgo perjudicial que se le descubra, sin que nos arriesguemos a ser acusados de enemigos de la humanidad, de sus avances y mejoramiento. Sin embargo, fue precisamente la tecnología la que nos llevó a la Revolución Verde, con su consiguiente crisis ambiental y ecológica que produjo, falsificando con su supuesta lucha contra el hambre en el mundo, los verdaderos problemas a resolver por la agricultura mundial. Es la misma tecnología que pretende hacernos creer, que tiene la solución al cambio climático antropológico o que puede diseñarnos alimentos basados en biotecnología con Inteligencia Artificial.
 
Pero el problema realmente no es la tecnología en sí, sino sus actuales tendencias que no dan margen a un uso social y transformador, que mejore el mundo actual en beneficio de las grandes mayorías; porque lo que ahora vemos es que están sirviendo a los grandes grupos hegemónicos de la sociedad. Toda esta nueva instrumentalización de las tecnologías, está siendo aprovechada para ejercer un control mayor sobre la población, hacer más sumisas y dependientes a las personas y aumentar las ganancias de las grandes corporaciones del mundo digital. En definitiva, no se trata de rechazar de plano la tecnología actual, como hicieron los ludistas y anarquistas que destruían las nuevas máquinas de trabajo, cuando nacía la primera Revolución Industrial. Se trata sí, de buscar, en el caso de las tecnologías de la Inteligencia Artificial, las formas más apropiadas para que ella nos lleve a un mundo mejor y más humano.
 
Eso debe conllevarnos a mirar con suma precaución y cautela algunos “avances” y “adelantos técnicos o científicos”, que quizás no sean tales. Como aquel que con una supercomputadora alardea de diseñar xenobots, o sea, robots biológicos multicelulares a partir de la piel y las células cardíacas de una rana africana con capacidad de regeneración autónoma.  Asimismo, la creación de anthrobots, usando para ello los cilios de células traqueales humanas, para reparación de tejidos en la medicina humana. En estos dos casos, la fascinación y el optimismo no deben ni pueden superar la prudencia, toda vez que las manifestaciones de la vida y sus complejidades, no son tan fáciles de dirigir y controlar ya en el mundo real.
 
Sin embargo, dos ejemplos muy recientes nos pueden servir para advertirnos, que algo parece estar comenzando a estar fuera de control con respecto a la tecnología. En China, hace algunos años un tribunal determinó que un artículo escrito por Inteligencia Artificial, mediante algoritmos de una empresa privada de ese país, debería recibir la misma protección de derecho de autor que la que reciben las obras creadas por seres humanos, porque según el tribunal, cumplía con todos los requisitos que se les exigen a las personas. Todo sucedió a raíz de la denuncia de esa empresa, que aseguró que se utilizó sin su permiso ese artículo creado por su herramienta IA Dreamwriter. Mientras que, a fines de septiembre del 2025, Albania se convertiría en el primer país del mundo que nombraba como parte del gabinete de gobierno, a una ministra virtual generada por inteligencia artificial llamada Diella, para decidir en las licitaciones de contratos públicos y poner fin al fraude y a los actos de corrupción. Diella tiene como ventajas que no duerme, no descansa, no recibe salario; pero tampoco se le puede adjudicar ninguna responsabilidad legal por sus decisiones.
 
Por supuesto, que lo anterior no pretende sembrar intrigas o sospechas con relación a la IA, cuando en el mundo de hoy no existe ninguna transformación digital que se haga al margen de la Inteligencia Artificial o sin ella. La IA es una tecnología clave con perspectivas de crecimiento impresionante, que tiene la capacidad de tomar decisiones informadas, resolver problemas y hasta adaptarse y aprender. De ella se esperan resultados mejorados u opciones que el cerebro humano tardaría en encontrar y proponer. Al final, la IA son máquinas o sistemas informáticos que, usando algoritmos, simulan procesos humanos relacionados con la inteligencia humana, sobrepasando la capacidad de nuestro cerebro para desarrollar tareas o problemas complejos con mayor rapidez. Vienen diseñadas para desarrollar el aprendizaje automático y el procesamiento de grandes cantidades de datos, emitiendo distintos razonamientos. Tampoco es nuestro propósito poner en duda, que con la Inteligencia Artificial es posible lograr procesos productivos más eficientes y de mayor calidad, reduciendo los errores humanos y defectos en la producción, mejorando la precisión, así como disminuyendo el tiempo en los análisis y uso de los datos productivos, empresariales o comerciales.  
 
Además de esos beneficios conocidos de la Inteligencia Artificial en las empresas, existen algunos poco conocidos, como la contratación de empresas consultoras basadas en IA, para que cumplan determinados objetivos que los directivos de una empresa no quieren asumir directamente. Luego, para eludir cualquier responsabilidad, le echan la culpa al algoritmo empleado o a una auditoría independiente. Es decir, se prioriza el valor de los accionistas sin importar cómo se consiguen los objetivos o logros empresariales. Así también, la IA puede servir para desestabilizar e intervenir en elecciones, afectando el desarrollo democrático de los países, clonar voces, fabricar pruebas falsas para usar en tribunales de justicia o utilizar material protegido con derechos de autor, aprovechándose que no existe aún una regulación o restricción específica sobre ello. 
 
Muchos ven a la IA como la fórmula mágica que encontró la sociedad para resolver todos sus problemas. Aunque ya hemos reconocido que la Inteligencia Artificial sí trae aparejado grandes beneficios para los humanos, como procesar datos e información a una velocidad que supera grandemente la mente humana, realizar tareas de gran complejidad y resolver problemas observando ángulos que los humanos no hubiéramos visto, disminuyendo los costos laborales y las horas de trabajo, aumentando, en fin, la productividad; pero todo esto no necesariamente mejorará el nivel de vida de las personas. Por eso que este instrumento requiere mucho control humano y de los gobiernos, para que no se empleado solo donde prime la ambición de grandes corporaciones.
 
No obstante, la incorporación de algoritmos de Inteligencia Artificial, por ejemplo, en la esfera de la salud, aunque puede implicar mejoras sustanciales en la capacidad diagnóstica, trae consigo el riesgo de una marcada deshumanización, al depositar una enorme confianza en decisiones que toma una máquina. Ya existen algunas experiencias de su uso en la detección de problemas oftalmológicos y de enfermedades cancerosas, donde sus diagnósticos deben ser necesariamente supervisados por un profesional médico.  
 
El calentamiento global tampoco ha quedado fuera de las aplicaciones de la Inteligencia Artificial. En la actualidad existen muchísimas empresas privadas, organizaciones y gobiernos de países industrializados, sobre todo, anunciando proyectos de distintos tipos basados en la Inteligencia Artificial para enfrentar el cambio climático. La lucha contra este fenómeno climático antropológico usando para ello la IA, tiene el objetivo de eliminar las emisiones de dióxido de carbono, mitigarlos o predecir desastres naturales. De todos modos, queda mucho por estudiar en este ámbito, principalmente la evaluación entre la implementación de los algoritmos para ello, los recursos que se necesitan y el impacto que eso tendría en toda la infraestructura que hay que disponer.
 
Aquí vale recordar que, en la operación y funcionamiento de la Inteligencia Artificial, se debe considerar el importante volumen de agua que se necesita para refrigerar los servidores y centros de datos, así como la electricidad que se consume a lo largo de todo el ciclo, a medida que crecen los datos por analizar. De igual forma, se deben incluir las emisiones de dióxido de carbono que estas actividades producen. Porque sin consumo energético no hay ni código ni algoritmo que pueda funcionar y para generar esa energía, son necesarias materias primas como carbón, uranio y otras, aun cuando muchas de las empresas más consumidoras, aseguran que ellas han hecho sostenibles esas actividades. Un claro ejemplo del impresionante consumo de recursos y de lo insostenible que parecen ser sus procesos, lo ilustra el hecho que refiere Ana Valdivia en su artículo “En tiempos de crisis climática, ¿va a salvarnos la inteligencia artificial?”, cuando apunta lo siguiente: “entrenar el algoritmo que escribe texto de manera automática tiene la misma huella de carbono que un viaje en coche que recorra la distancia de ida y vuelta a la Luna”.
 
La veneración y devoción que muchos hoy le rinden a la Inteligencia Artificial, como si estuvieran en presencia de nuevos dioses, es muy semejante a la que otros ya profesan a las religiones existentes. Y todo esto, pese a que ya se han desarrollado reuniones de grandes expertos de IA para abordar el fin de la humanidad, ya no como consecuencia de una guerra nuclear o un desastre medioambiental global, sino como resultado de esa herramienta que, alimentada por algoritmos surgidos del fondo mismo del modo de producción capitalista, tendrían una solución desde esa perspectiva.
 
Al final, las respuestas que entrega la IA ante interrogantes que se le hacen, estarán siempre sesgadas por los algoritmos que se le diseñaron o se le codificaron; por ejemplo, tiene instrucciones para responder en la búsqueda de ganancias para las empresas sin importar mucho por el cómo. Así que la Inteligencia Artificial no tiene nada de perversa o malvada, ni busca por si sola hacer desaparecer a la especie humana. Ella no tiene ninguna culpa del diseño que ha recibido. Pero lo que si nos debe preocupar, y mucho, es que esos instrumentos de IA estén bajo el control absoluto de gigantescas y poderosas corporaciones, que un día decidan diseñar algoritmos para reducir poblaciones, que no cuentan como consumidores en la lógica mercantil del capitalismo. Total, se excusarán afirmando que las personas que falten en el proceso de trabajo, podrán ser sustituidos por máquinas o robots. 
 
Por eso que además de preocuparnos por el control de la IA por empresas poderosas, existe el riesgo creciente de que en el diseño o en el entrenamiento de la información de sus algoritmos, existan sesgos, racismo o discriminaciones preexistentes, intencionales o no, que deriven en injusticias y errores a gran escala, como el sucedido en Holanda en el 2021, cuando más de 25 mil familias fueron acusadas erróneamente de fraude. De allí que no suena raro que, en noviembre de ese mismo año, la UNESCO aprobara la “Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial”, un poco para mostrar su preocupación de que la IA tome decisiones en base a criterios sin ética alguna. Volvemos de nuevo al verdadero punto: no es la IA la que es racista o discriminatoria, son los datos que le fueron cargados a ella que la vuelven así.
 
Lo cierto es que, visto a profundidad y de manera integral, las superinteligencias están configurando otro tipo de ser humano, muy distinto al que es concebido de manera natural con sus fallas y también sus aciertos. Uno con una forma muy diferente de transmitir sus ideas, emociones y sentimientos, sentado diariamente frente a una pantalla y chateando con un Chatbot. La IA nos aleja de la lectura y del pensamiento crítico y nos sumerge en un mundo de consumo adictivo de audiovisuales e imágenes, un mundo donde predomina lo virtual, a distancia, sin reflexión.
 
El propio Samuel Altman, co-fundador y CEO de la empresa de IA OpenAI, que inventó ChatGPT, confesó en el Senado de los Estados Unidos sus miedos sobre los peligros que encierra la AI, para su uso en guerras o favorecer el desempleo o la desinformación. Aun así, no hay que tenerle miedo a la misma IA y a la posibilidad que termine siendo una gran amenaza para la existencia de la humanidad. A quien realmente hay que tenerle miedo en este mundo, es al capitalismo y lo que la IA le puede permitir hacer en contra de los pueblos y en beneficio de las ganancias de las empresas capitalistas.
 
La Inteligencia Artificial no debiera servir para reforzar aún más el capitalismo, buscando maneras de sustituir la mano de obra de las empresas en lugar de mejorarla. Este gran avance tecnológico no tendrá jamás nada de benefactor, si todo lo que sirve para rebajar costos y aumentar los beneficios de accionistas y propietarios, se considerará totalmente aceptable, aunque no ayude para nada a mejorar las condiciones de vida de las personas. La IA que necesita la humanidad es la que trabaje por encontrar más beneficios para lo humano, en mejorar el nivel de vida de las personas, en proteger el medioambiente, en reducir las desigualdades e injusticias sociales para cambiar el mundo. De no ser esto último así, será entonces cierto que la humanidad se encuentra entre dos amenazas cruciales: el cambio climático, por un lado, y por el otro, la Inteligencia Artificial. Las dos con posibilidades de matarnos o extinguirnos como especie, debido a que tienen como denominador común a las grandes corporaciones privadas con su afán desmedido de lucro. 

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